Arte
Por Christian García
Publicado el sábado, 2 de noviembre del 2024 a las 06:11
Saltillo, Coah.- Estos días las luces del barrio de Santa Anita llenan sus calles. Este fin de semana es el de mayor actividad en el barrio, pues se inauguró el Magno Altar de Muertos de la ciudad en su escalinata y, como cada año, atrae a cientos de saltillenses que subirán sus más de 130 escalones, observarán las fotografías que los vecinos dejaron de sus fallecidos, así como los colores del lugar y la privilegiada vista elevada de la ciudad que ofrece.
Quizá con ellos, y especialmente hoy, 2 de noviembre Día de Muertos, sean acompañados por un espíritu que vuelve del más allá sí, para ver a su familia como apunta la tradición, pero también para recuperar el placer de la comida y recordar el sabor de los que fueran sus platillos favoritos en vida: pan de muerto, cañas de azúcar, botellas de alcohol y tazas de café pueden observarse en el altar organizado por el Instituto Municipal de Cultura (IMCS) y la Universidad Carolina. Pero así como los espíritus regresan por alimento, los caminantes necesitarán energía para el ascenso y descenso de las escaleras, y para ello al pie de los escalones hay un pabellón con alimentos en los que se encuentran las Cocineras Tradicionales de Saltillo, un grupo organizado por el promotor gastronómico Jesús Salas hace algunos años para proteger las recetas nucleares de la ciudad.
El director, quien falleció hace algunos años, es también uno de los hombres que se recuerdan este 2 de noviembre con una fotografía en el puesto de María Rosa Cázares Sardón, Mónica Yolanda Garay Cázares y Rosa María Soto Martínez, un trío de cocineras que se dedican a la venta de tamales y champurrado. Para María Rosa “es lo tradicional por la temporada de Día de Muertos”, dice frente a las vaporeras que guardan los tamales de puerco, pollo y queso, una herencia legada por su abuela y madre, que las conecta con ellas, principalmente con la primera.
Para la cocinera “todos los mexicanos festejamos el Día de Muertos con comida”, algo que, agrega, tiene una experiencia profunda porque “cocinar esto, poner los platos en el altar es recordar lo que les gustaba. En lo personal siempre recuerdo a mi padre cuando cocino, porque me gustaba mucho cocinarle a él: cabrito, frijoles a la charra, pozole, los tamales no se diga”, una experiencia que también ha cambiado pues rememora que “ahora los hacemos en la olla, pero antes era en un bote con leña y todo. Los buñuelos eran antes hacerlos de rodillas, y ahora los paloteamos.
“
Cocinar también es recordar cómo me enseñaron a hacer (estos platillos) a mí. Por eso siempre recuerdo a mi papá. Creo que este día es cuando más recordamos a nuestros seres queridos; siempre los recordamos pero como que es algo significativo de que si no hacemos algo como esto, no sentimos que estén cerca de nosotros, como que sentimos que no regresan. Y si lo hacemos, sentimos que están aquí”, concluye la cocinera.
En otro de los puestos, en cambio, se encuentra el de Gabriela Hernández Gómez, una joven que sigue el oficio familiar: “mi mamá empezó con el negocio de vender tamales hace más de 35 años”, dice mientras levanta un plato y lo ofrece a uno de los visitantes del barrio de Santa Anita. “Los tamales tienen sus fechas fuertes que son estas semanas hasta marzo, más o menos, pero hay gente que quiere todo el año. En nuestro caso tenemos un altar familiar, y creemos que la comida es necesaria porque es una ofrenda, una forma de ofrecerles algo que ellos disfrutaron en vida. En mi caso es recordar también a mis abuelas”, explica a Zócalo en entrevista.
A pesar de que las Cocineras Tradicionales de Saltillo son los puestos que dominan el callejón, el aroma de sus platillos se mezcla con el de otros puestos ambulantes que ofrecen sus alimentos a las personas que tranquilas avanzan hacia el altar. Cuerpos físicas que recrean un viaje metafísico hacia las puertas del aquí y el más allá simbolizado en las flores de cempasúchil que llenan el Magno Altar.
Entre los esquites que se fríen al aire libre y las papitas, se encuentra también el puesto de Nidia Esquivel Ruíz, quien ofrece gorditas de diferentes guisos. Platillos que aprendió, dice con humor y una risa, “de mi suegra. Yo no sabía cocinar hasta que me enseñaron. Pero pienso que yo la comida me hace recordar más cuando las preparo porque me acuerdo, por ejemplo, de mi abuelita y su asado, de cómo me enseñó a hacerlo. La comida tiene una conexión con todo, creo yo”.
Nidia habla con su esposo, quien le ayuda a atender el puesto, mientras menea los guisos para mantenerlos calientes y recuerda que “hace poco falleció mi abuelita, y ella hacía mucho un tipo de carne que decía ‘masita’, un tipo de asado que lleva masa y está súper súper delicioso, y ella lo preparaba mucho. No he conocido a nadie que prepare eso de la forma en que lo preparaba mi abuelita: ya no hay quién”, dice entre risas.
Así, el pabellón de las cocineras está para dar fuerza al cuerpo que inicia la travesía hacia el cielo metafórico de la punta del altar y, a su vez, para dar el apoyo reconfortante de una comida caliente al descenso. Por ello, quien visite hoy el Magno Altar de las escaleras del Barrio de Santa Anita puede ser, también, una alma que busca con el sabor de una buena comida, revivir un día más.
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