Señalar la lista de buenos doctores de nuestro tiempo en la ciudad me llevaría a omitir nombres, así es que voy a tratar de recordar a algunos de ellos; todos famosos, todos buenos galenos.
Desde luego, principiaría por el médico y político arteaguense Gonzalo Valdés, fundador y primer cirujano de la antigua en la Casa de Salud de Saltillo, que cubría las necesidades médicas ante la falta de un nosocomio en forma.
Hábil cirujano, guía y maestro de los médicos jóvenes, fundó la Sociedad Médica de Saltillo, así como el Hospital Civil, del cual fue director de 1951 a 1957, y jefe de cirugía de esta institución durante 30 años. Además, diputado local durante la gubernatura del joven gobernador Ignacio Cepeda Dávila (1945-1947). También miembro honorario del Instituto Smithsoniano de Washington de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en Saltillo a la que presidió.
En su honor, el Hospital Civil de Saltillo, ahora Hospital Universitario, lleva su nombre.
A la lista de Gonzalo Valdés, se sumarían otros buenos médicos como Carlos Avilés Falco, Jorge Fuentes, Carlos Cárdenas Valdés, Juan Gallard Galindo, Raúl Rodea Rico, cada uno con su historia que no podría caber en este breve espacio y que me lo dejo de tarea para futuras colaboraciones.
Don Manuel Ortiz de Montellano, que recibía pacientes no sólo de la Ciudad de México, sino de Estados Unidos, por la gran capacidad de aciertos en sus diagnósticos y daría clases de Medicina en Saltillo, formó la primera la Asociación de Médicos, pionero de la fundación del Partido Acción Nacional en la ciudad. Hombre bonachón, recordado por los saltillenses por ese, su carácter afable, por su vida profesional y pública, intensa, plena; en su consultorio siempre había gente. Hasta los 94 años consultaba en su despacho de la calle de Manuel Acuña, en la Zona Centro de Saltillo.
O como Hugo Rogelio Castellanos Ramos de la era más moderna, director del Hospital Universitario de Saltillo de 1999 a 2005, clasificado como el del gran diagnóstico por su ojo clínico. Ahora, la medicina se basa en el estudio del paciente mediante un expediente donde el doctor moderno lleva en la computadora el historial del enfermo y los primeros que le pide son análisis clínicos. La computadora de Hugo era su gran memoria; empezó en el campo y en la zona urbana e iba a casa de los pacientes a cualquier hora, en carro o a caballo, cuando trabajó en los ejidos. En Saltillo atendió a gente de Coahuila, Nuevo León, Zacatecas, San Luis Potosí e incluso de Texas, en su consultorio de la calle de Murguía o en el Hospital Universitario; fue el médico del pueblo, como algunos otros. Todavía no se mercantilizaba tanto la medicina en la ciudad y Castellanos no sólo regalaba la consulta, sino hasta las muestras médicas. Gran charlista y disertador político que envolvía con la plática y se olvidaba del paciente. Luego, ya por fin el supuesto enfermo le preguntaba: “¿Qué tengo, doctor?” y, encendiendo un cigarrillo: “¡Te vas a morir!”, era la respuesta del galeno, quien luego le diría con esa voz pausada y casi paternal: “¡No, hombre no tiene nada! Tómate esto”, y extendía la medicina, y el individuo sanaba.
La ciencia médica y la gente también distingue a Carlos Cárdenas “El Rayito”, característico por ser asertivo en su diagnóstico y en sus operaciones. Él fue uno de los primeros traumatólogos que operó en Saltillo. Charro “hasta la medula” (profundamente), llegaba con al atuendo original de la charrería a los hospitales, tras practicar esta actividad ecuestre, para intervenir a algún paciente. Era aparente su mal carácter; su buen humor disfrazado con esa voz tan seria y severa que tenía.
Hay pasajes que recuerdan a las enfermeras de antes, en la vida de este especial facultativo.
En la sala de operaciones, sudoroso “El Rayito” alzó las manos y dijo vehemente: “¡Ayúdame, virgencita!”. Le acercó la luz doctor, dijo la enfermera. El doctor Cárdenas contestó: “¡A ti no, no te estoy hablando, pendeja, le hablo a la Guadalupana!”.
En otra ocasión, llega de visita al cuarto del hospital a visitar a un paciente que días atrás había operado y, sin más, le pregunta “El Rayito”: “¿Has ‘miao’?”. El enfermo le contesta: “¡Miau!”. “¡No, pendejo! ¡Que si has orinado!”.
Pero la anécdota más hilarante y representativa de su humor fue la que tuvo con la mamá de un niño, a quien “El Rayito” salvó de perder una pierna que casi se le desprende después de sufrir un atropellamiento. El chamaco sanó y a la madre se le ocurrió vestirlo con un hábito de San Martín de Porres.
Eso molestó al famoso traumatólogo. Le preguntó a la señora: “¿Y ahora por qué traes a tu muchacho con esas faldas?”, ella cohibida le dijo: “Es que se lo prometí a San Martín de Porres, si me lo curaba”. Lo cual enojó al “Rayito”, quien alzando la voz le reprimió: “Dime, ¿Quién operó al chamaco? ¿San Martín de Porres o yo?”. La señora agachó la cabeza y respondió: “No pos usté, doctor”. Con la característica forma de hablar, más áspero todavía, “El Rayito” le reprochó: “¡Pos entonces vístemelo de charro, cabrona!”.
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