Una de las emociones más comunes que experimentamos las personas es el enojo. Aunque todas las personas nos enojamos, hay algunas que viven esta emoción más que otras.
Los motivos pueden variar: hay cosas que sólo nos fastidian un poco sin afectar nuestro estado de ánimo, pero hay otras que pueden hacernos enojar mucho.
Cada persona, frente al enojo, puede reaccionar de manera distinta. Hay quienes explotan en gritos y reacciones claramente muy agresivas, y quienes actúan de manera más fría, callándose y prefiriendo no decir qué cosas los molestaron.
Somos seres humanos y está bien enojarse. El enojo nos permite darnos cuenta de que algo que está ocurriendo no está funcionando como debería, nos lastima o nos genera frustración.
Sería bueno, en el momento en que sentimos esta emoción, detenernos un instante para entender qué es lo que nos está pasando.
Sé que es algo muy difícil, especialmente si es un enojo “explosivo”, de esos que nos nublan la mente y no nos dejan ni siquiera el tiempo o la lucidez para pensar.
Pero, una vez más, nosotros somos las personas responsables de decidir qué hacemos con ese enojo. Incluso después del primer momento de furia que podamos tener, vale la pena hacer una pausa y tratar de entender qué nos está tratando de decir ese enojo.
Hace unas semanas viví una situación en la que me enojé: en una dinámica de equipo, factores externos estaban poniendo en dificultad el trabajo de las demás personas integrantes del equipo y yo no sabía qué hacer.
Me enojé porque sentía frustración e impotencia; en realidad, ni siquiera me di cuenta de que estaba enojada. Algunas personas muy cercanas a mí me lo hicieron notar. Y allí caí en cuenta: era cierto, estaba enojada.
¿Y qué estaba haciendo con ese enojo? Mientras mi mente estaba ciclada en la sensación de impotencia, pensando en lo que podía hacer, no veía que mi actitud estaba afectando más la dinámica del equipo. Es decir, no sólo no estaba apoyando, sino que además les estaba afectando más.
Estábamos perdiendo más, también por mi actitud.
Después de tomar conciencia de lo que estaba pasando, decidí cambiar mi comportamiento. Ese enojo era una alerta de que algo no estaba funcionando, pero mi reacción no fue la más adecuada para mejorar la situación. Fue un desgaste de energías, y no supe cómo aprovechar lo que estaba pasando.
Lo que hacemos con nuestros enojos depende sólo y exclusivamente de nosotros. Podemos decidir enojarnos y amargarnos la existencia (nuestra y de las demás personas), o podemos hacer una pausa y tratar de entender qué lecciones esos enojos nos quieren enseñar.
No permitamos que los enojos nos hagan perder energías, tiempo y oportunidades.
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