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Los asesinos seriales mexicanos

  Por Agencias

Publicado el lunes, 2 de noviembre del 2015 a las 20:55


Es la época en la que muertos y monstruos nos visitan, pero algunos dicen que a quién debemos tenerle miedo es a los vivos

Animal Político | México, DF.- Algunas personas aseguran que se debe tener más miedo a los vivos, que a los muertos. Después de conocer las historia de estos asesinos seriales mexicanos es muy posible afirmar este dicho de la sabiduría popular.

Estos personajes aterraron diferentes ciudades del país con sus crímenes. Éste es un recuento de los personajes que causaron terror en México.

El primer asesino serial del que se tiene registro fue capturado en 1888. Francisco Guerrero, mejor conocido como “El Chalequero”. Fue acusado de matar a más de 20 sexoservidoras de 1880 a 1888 en la Ciudad de México.

Su alias se debe a que se vestía como catrín: pantalones de casimir ajustados, camisa blanca, una faja de colores en la que ocultaba el cuchillo con el que asesinaba a sus víctimas, sombrero negro, zapatos recién lustrados y un elegante chaleco.

Después de ser capturado, fue condenado a la pena de muerte, pero Porfirio Díaz revocó la sentencia y fue condenado a 20 años de prisión. Seis años después, en 1904 fue indultado por error, pero regresó a prisión en 1908, después de acabar con la vida de una anciana. Murió encarcelado en 1910.

Tras este caso y con el paso de los años, más personajes aterrorizaron al país. Hubo historias estremecedoras que involucraron a mujeres que se convirtieron en asesinas seriales, el último de estos casos fue la llamada “Degolladora de Chimalhuacán”, quien fue aprehendida el pasado 9 de octubre.

“El Chalequero”

Francisco Guerrero es el primer asesino en serie del que se tiene registro en México. Él fue acusado de matar a más de 20 sexoservidoras de 1880 a 1888. Su alias se debe a que se vestía como catrín: pantalones de casimir ajustados, camisa blanca, una faja de colores en la que ocultaba el cuchillo con el que asesinaba a sus víctimas, sombrero negro, zapatos recién lustrados y un elegante chaleco.

Sus asesinatos aterraron a la gente de la época, pues usaba los servicios sexuales que las mujeres ofrecían, pero el verdadero placer para “El Chalequero” venía después: estrangulaba o degollaba a sus víctimas, en muchas ocasiones las decapitaba y arrojaba los cuerpos inertes al Río Consulado.

Después de ser capturado en 1888, Guerrero fue condenado a la pena de muerte pero Porfirio Díaz revocó la sentencia y fue condenado a 20 años de prisión. Seis años después, en 1904 fue indultado por error, pero regresó a prisión en 1908 después de acabar con la vida de una anciana. Murió en prisión en 1910.

“La temible Bejarano”

También llamada “La mujer verdugo” por los periódicos de la época, Guadalupe Martínez Bejarano se convirtió en la primera asesina serial mexicana después de matar brutalmente a tres niñas.

Su forma de asesinar era muy organizada y motivada por la satisfacción sexual: atraía a niñas y mujeres jóvenes de bajos recursos ofreciéndoles trabajo como empleadas domésticas. Ya en su casa, las esclavizaba y las torturaba sexualmente. Su castigo más cruel consistía en sentar las niñas desnudas sobre un brasero ardiendo, quemando sus muslos, nalgas y genitales.

En 1887 fue aprehendida por su primer asesinato, pero sólo pasó cinco años en prisión. Al salir, asesinó a dos hermanas, por los que fue aprendida nuevamente y condenada a 10 años de prisión. Estuvo en reclusión solitaria en la prisión de Belén y murió ahí por causas naturales.

“La ogresa de la colonia Roma”

Felícitas Sánchez Aguillón es probablemente una de las asesinas seriales más temidas de la historia. También conocida como “La trituradora de angelitos”, “La descuartizadora de la colonia Roma” o “La espanta-cigüeñas”, se cree que fue responsable de más de 50 infanticidios.

Graduada como enfermera, Sánchez Aguillón ejercía como partera en la Ciudad de México pero además realizaba abortos —un delito en la época— y traficaba niños pero detrás de esto había una faceta aún más oscura.

Las cañerías del edificio ubicado en Salamanca 9 estaban tapadas frecuentemente y de su departamento salía humo negro así como un olor desagradable.

Torturaba a los infantes bañándolos en agua helada o dejándolos sin comer por mucho tiempo. Sus ejecuciones eran aún más atroces: asfixia, envenenamiento, apuñalamiento e inmolación. Una vez muertos, “La trituradora de angelitos” descuartizaba a los niños, tirando los restos a las alcantarillas.

Cuando fue detenida en 1941, en su departamento se encontraron una gran cantidad de fotos de niños que eran sus trofeos y un cráneo infantil. Fue liberada después de tres meses, se cree que debido a la presión de su abogado por revelar los nombres de mujeres relacionadas con la política que se habían practicado un aborto. A los pocos días de libertad se suicidó con una sobredosis de Nembutal.

“El estrangulador de Tacuba”

Gregorio Cárdenas asesinó a cuatro mujeres en menos de 15 días, por lo que también es considerado un asesino relámpago o spree killer en inglés. Tres de sus víctimas fueron trabajadoras sexuales a las que enterró en el jardín de su casa, ubicado en Tacuba 63.

“El estrangulador de Tacuba” padecía encefalitis y desde niño mostraba crueldad hacia los animales. Graciela Arias Ávalos — una amiga suya de la preparatoria— fue su última víctima, a la que se cree que golpeó hasta la muerte en su automóvil después de que ella rechazara ser su novia.

Su madre lo internó días después en un hospital psiquiátrico y ahí fue interrogado por la desaparición de Graciela, confesando su crimen. Recluido en el Palacio de Lecumberri desde 1942, estudió la carrera de Derecho y se convirtió en litigante, asesorando a sus compañeros reclusos en sus procesos legales.

En 1976 fue liberado por indulto del presidente Luis Echeverría y no sólo eso, fue aplaudido en el Congreso de la Unión, pues los diputados lo invitaron a usar la tribuna para mostrarlo como un ejemplo de rehabilitación. Murió en libertad en 1999.

“El Pelón”

Aunque sólo se tienen confirmadas dos víctimas, se cree que Higinio Sobera de la Flor fue responsable de muchos asesinatos, pues las empleadas domésticas de la familia declararon que en muchas ocasiones las prendas de él que lavaban estaban llenas de sangre. Es uno de los casos más famosos en la historia de México porque inició el debate sobre el tratamiento que debían recibir las personas con enfermedades mentales.

“El Pelón” sufría de esquizofrenia y era hijo de un acaudalado hacendado de Tabasco. Su primer homicidio conocido fue producto de un brote psicótico en 1952: después de un accidente automovilístico en Avenida Insurgentes y Yucatán, en la Ciudad de México, le disparó al conductor que resultó ser familiar de la actriz Ana Bertha Lepe.

Inmediatamente su madre ideó un plan de escape: estaría escondido en el Hotel Montejo y saldría del país hacia España para ser internado en una institución psiquiátrica. Pero Higinio Sobera salió del hotel el día siguiente y le disparó en tres ocasiones a una trabajadora sexual en un taxi. Le ordenó al taxista que se bajara, manejo hasta un motel afuera de la ciudad y mantuvo relaciones sexuales con el cadáver.

Fue detenido al día siguiente y después de ser encontrado culpable, los trasladaron a Lecumberri, prisión en la que no recibió el tratamiento necesario para su esquizofrenia. Tiempo después fue trasladado hacia un manicomio hasta que su estado mejorara. Fue liberado en 1982 y murió por causas naturales en 1985.

“El Jack mexicano”

Mario Alcalá Canchola fue un asesino serial al que sólo se incriminó por dos muertes, pero se cree que fue responsable de 12 homicidios más que presentaban las mismas características. Él mismo se puso su apodo criminal, pues era un imitador de “Jack el destripador”. Antes de su faceta como asesino serial, Alcalá Canchola fue soldado de infantería en las Guardias Presidenciales y policía preventivo, este último trabajo lo realizó con el nombre falso de Fernando Ramírez Luna.

Al igual que el célebre asesino de Whitechapel en Londres, “El Jack mexicano” asesinaba trabajadores sexuales. Julia González Trejo, una de las víctimas de este asesino en serie, fue encontrada desnuda en la habitación de un hotel. De acuerdo a las investigaciones, Julia murió por estrangulación, al igual que otra mujer que no fue identificada pero presentaba las mismas características.

En el espejo de la habitación en la que se encontró a Julia González, “El Jack Mexicano” dejó un mensaje escrito con labial: “Jack, te reto Cueto”. Cueto era el apellido del jefe de policías en ese momento. Por esta razón se cree que Alcalá Canchola tenía un complejo de superioridad y era un exhibicionista. Fue detenido en septiembre de 1962.

La secta de los hermanos Hernández

Los hermanos Santos y Cayetano Hernández formaron una secta con la idea de estafar a todo un pueblo. Mezclando lo poco que sabían de mitología inca y azteca, los hermanos Hernández lograron que muchos habitantes del ejido Yerbabuena, en Tamaulipas, les rindieran tributos económicos y sexuales.

Después de unos meses los habitantes comenzaron a molestarse por no ver las promesas de los hermanos Hernández cumplidas. Ante esto, los hermanos fueron a Monterrey en busca de una mujer que se prestara a seguir la farsa y encontraron a Magdalena Solís. Ella junto con su hermano Eleazar Solís fueron a Yerbabuena y siguieron la farsa de que ella era la reencarnación de una diosa.

Al poco tiempo, Magdalena creyó que en realidad era una diosa y cuando dos seguidores quisieron unirse, ella los condenó a la pena de muerte. Al poco tiempo de los primeros asesinatos, Magdalena Solís comenzó a exigir sacrificios de sangre.

Las víctimas eran torturadas a través de golpes, cortadas, quemaduras y mutilaciones, para después ser desangrados hasta morir. La sangre de estas personas era mezclada con sangre de pollo y marihuana o peyote, para ser consumida por ella y los sacerdotes: su hermano Eleazar y los hermanos Hernández.

La secta terminó en 1963 después de que la policía no hiciera caso a la denuncia de Sebastián Guerrero, un joven de 14 años que había visto uno de los sacrificios. Un oficial acompañó al joven a su caso y se acercó a la zona de los sacrificios.

Los dos fueron encontrados descuartizados, junto a otras seis víctimas, después de que la policía arrestara a Magdalena y Eleazar Ortiz. Santos Hernández se resistió al arresto y murió en la balacera. Su hermano Cayetano fue asesinado por uno de los miembros de la secta que en el caos de la pesquisa, decidió que quería poseer una parte del cuerpo del “sacerdote”. Magdalena y Eleazar Ortiz fueron condenados a 50 años en prisión.

“Las Poquianchis”

La historia de las hermanas Delfina, María Luisa, Carmen y María de Jesús González Valenzuela tal vez sea una de las más conocidas gracias a la cinta mexicana de Felipe Cazals, Las poquianchis. La cantidad de asesinatos que realizaron estas mujeres y sus cómplices llego a 90 comprobados, pero se cree que fueron más de 150 mujeres.

Tuvieron varios burdeles en Jalisco, Guanajuato y Tamaulipas pero el más importante estaba en un rancho en León, Guanajuato. La forma en la que operaba este y sus otros establecimientos fue terrorífico. Primero reclutaban a mujeres de la zona necesitadas de trabajo, y en muchos casos, raptaban a niñas de 12 a 15 años de rancherías cercanas. Ya en el establecimiento, las desnudaban, sus cómplices las violaban y eran obligadas a ofrecer servicios sexuales en los burdeles de “Las Poquianchis”. Además, las hermanas Valenzuela obligaban a las mujeres a comprar alimentos y vestido únicamente a ellas.

Para “Las Poquianchis” cuando las mujeres cumplían 25 años “eran viejas”, así que Salvador Estrada Bocanegra “el Verdugo”, se encargaba de ellas. Después de torturarlas dejándolas sin alimento y golpeándolas con una tabla con un clavo, se encargaba de asesinarlas. Muchas de ellas eran enterradas vivas en el rancho, otras eran lanzadas desde el techo y muchas eran golpeadas por otras cómplices de “Las Poquianchis” que después de haber sido trabajadoras sexuales se convirtieron en cuidadoras.

En 1949 falleció Carmen, la hermana mayor y la encargada de llevar el control de las deudas de las trabajadoras sexuales.

En 1964 Catalina Ortega logró escapar del rancho de las hermanas Valenzuela y denunciarlas. Afortunadamente no lo hizo con ninguno de los policías y militares que protegían a estas mujeres, así que las autoridades pudieron realizar los arrestos de Delfina y María de Jesús. Al enterarse de lo sucedido, muchas personas se dirigieron a la prisión con la intención de lincharlas, pero los policías lo evitaron.

María Luisa “Eva, la piernuda” se había mudado años antes a Matamoros, Tamaulipas para poner su propio burdel, pero fue arrestada al poco tiempo y condenada por ritos satánicos y brujería con cadáveres.

“Las Poquianchis” fueron sentenciadas a 40 años de prisión. Delfina murió cuando le cayó un costal de cemento en la cabeza mientras estaba en prisión en 1978; María Luisa “Eva, la piernuda” apareció muerta en su celda en 1984 con el cuerpo mordisqueado por ratas. María de Jesús fue liberada y murió de causas naturales en 1990.

“El Narcosatánico y La Madrina”

También conocido como “Narcosatánico de Matamoros”, Adolfo de Jesús Constanzo fue un asesino serial y líder de la famosa secta de “Los Narcosatánicos”, un grupo que se dedicó a realizar sacrificios humanos y almacenar y distribuir droga en el norte de México.

Constanzo se asentó en el rancho Santa Elena, en Matamoros, Tamaulipas, para realizar sus rituale, y para almacenar y distribuir marihuana. Pero en 1989 un joven de 22 años fue detenido mientras transportaba 10 kilos de marihuana, después de ser interrogado, confesaría que era parte de una secta y llevó a los policías hasta el rancho.

Tiempo después se sabría porque en el rancho había un caldero de hierro con sangre humana seca, un cerebro humano y botellas de aguardiente entre otras cosas. Alrededor del rancho también se encontró una fosa común con 12 cadáveres descuartizados a los que les fatlaba el corazón y el cerebro.

A “El Narcosatánico” se unió Sara Villareal Aldrete “La Madrina” quien también fungía como sacerdotisa. Cuando fue arrestada reveló que en los rituales primero se torturaba a las víctimas pues para que esta “magia” funcionara las personas sacrificadas debían temer al verdugo.

Una vez torturados, se colocaba en el caldero la sangre de la persona, el cerebro y algunos miembros mutilados. La persona que deseaba la protección de este ritual debía beber la “sopa” del caldero. Otras formas de asesinarlos consistieron ahogarlos en agua hirviendo mientras estaban colgados del cuello y les cortaban los pezones; o después cortarles el pene, piernas y dedos, cortaban el tórax de la victima con un machete y mordían su corazón mientras éste agonizaba.

Cuando el joven de 22 años fue detenido, comenzó la búsqueda de Adolfo Constanzo, Sara Villareal Aldrete y sus demás cómplices. Esta terminaría el 6 de mayo de 1989 en la calle Río Sena de la Ciudad de México. Ese día la policía cercó el refugio de los “Narcosatánicos”. Antes de ser detenido, “El Narcosatánico” le pidió a uno de sus seguidores que lo matara. De las 15 personas que se encontraban ahí, sólo tres fueron encontrados con vida. Sara Villareal Aldrete cumple una condena de 647 años en el Centro de Reinserción Femenil de Tepic, Nayarit.

“Pancho López”

Fernando Hernández Leyva confesó en 1986 cuando fue arrestado haber asesinado a más de 33 personas. De acuerdo al examen psicológico que le realizaron a este asesino serial, se concluyó que era un psicópata que mataba por satisfacción personal. Cuando la prensa le pregunto sus razones, dijo: “los maté porque tenía que hacerlo. No sé hacer otra cosa”.

Hernández Leyva realizó sus crímenes en los estados de Morelos, Jalisco, Colima, Guanajuato, Michoacán y la Ciudad de México. Después de escapar dos veces de prisión, “Pancho López” fue arrestado en Cuernavaca Morelos en 1999. Ahí las autoridades lo acusaron de más de 137 asesinatos, seis secuestros y varios robos. Él después diría a la prensa que fue obligado a confesar todos esos crímenes después de ser torturado por policías y recibir amenazas de muerte hacia su esposa.

Al poco tiempo, Hernández Leyva se intentó suicidar en su celda, pero su peso de más de 150 kilos rompió la cuerda improvisada y evitó que pudiera colgarse. Actualmente cumple su condena en el Centro Federal de Readaptación “El Altiplano” conocido popularmente como “Almoloya”.

“El Sádico”

Raúl Osiel Marroquín Reyes es un asesino serial y secuestrador de hombres homosexuales. Aunque en ocasiones ha dicho que no asesinaba a estos hombres por su preferencia sexual, sino por ser más fáciles de secuestrar y asesinar, muchas de sus declaraciones implican que es homofóbico pues en su momento declaró: “Hasta le hice un bien a la sociedad, pues esta gente hace que se maleé la infancia…”

El modus operandi de este criminal se basaba en la confianza. Marroquín Reyes iba a lugares frecuentados por personas homosexuales como El Cabaretito o El Neón ubicados en la Zona Rosa, de la Ciudad de México y, de acuerdo a sus declaraciones, en ocasiones ellos lo abordaban o él les hacía propuestas sexuales.

Después los llevaba a su domicilio, ubicado en el número 4223 de la Avenida Andrés Molina en la Colonia Asturias de la delegación Venustiano Carranza o a algún hotel. Ahí los sometía a torturas y pedía un rescate a los familiares de sus víctimas. Sin importar si pagaran o no, él los asfixiaba o estrangulaba hasta la muerte, después los descuartizaba y colocaba los restos en maletas que abandonaba en la colonia Asturias o en los alrededores del metro Chabacano.

El 23 de enero del 2006 fue arrestado en la Ciudad de México, su cómplice fue detenido hasta el 2013. Raúl Osiel Marroquín fue condenado a 128 años de prisión por seis secuestros y cuatro homicidios. Cumple su sentencia en el Centro de Readaptación Social Varonil Santa Martha Acatitla.

“La Mataviejitas”

Juana Dayanara Barraza Samperio es una asesina serial que sembró el miedo en la Ciudad de México en los noventa y la primera década del 2000 entre los adultos mayores. Aunque se cree que fue responsable de más de 40 asesinatos, fue sentenciada únicamente por 17 homicidios y 12 robos.

“La Mataviejitas” se presentaba ante sus víctimas, todas ellas mujeres ancianas, como una enfermera ofreciendo programas de apoyo social por parte del gobierno. Una vez que entraba a sus casas mataba a las mujeres con golpes, armas punzocortantes o estrangulación. Fue arrestada en 2006.

Conocida también en el mundo de la lucha libre como “La Dama del Silencio”, Juana Barraza fue condenada a 759 años de prisión y pasa sus días en el Reclusorio de Santa Marta Acatitla.

“El Caníbal de la Guerrero”

José Luis Calva Zepeda terminó con la vida de tres mujeres, una de ellas su pareja y madre de sus dos hijos Alejandra Galeana. Aunque él lo negó, las autoridades descubrieron pedazos humanos en su refrigerador y carne humana en un sartén.

“El poeta caníbal”, como también se le conoció, fue responsable de la muerte de otras dos mujeres: una exnovia a la que descuartizó en un basurero y a una trabajadora sexual. Cuando las autoridades lo arrestaron, el tronco del cuerpo de su pareja estaba dentro de un armario, las otras partes de su cuerpo estaban en el refrigerador y el antebrazo estaba recién frito en el sartén.

“El Caníbal de la Guerrero” se suicidó en el Reclusorio Norte días después de su arresto en 2007, aunque sus familiares dudan de esta versión, pues señalan que el cuerpo presentaba señales de tortura y violación.

Escribió novelas, obras de teatro y más de 800 poemas que distribuía en hojas o cuadernillos en las colonias Condesa, Roma y en el tianguis del Chopo.

“El Coqueto”

César Armando Librado Legorreta era chofer de microbús de la ruta 2, que va del metro Chapultepec en la Ciudad de México a Valle Dorado, en Naucalpan, Estado de México.

“El Coqueto” aprovechaba su profesión como chofer para realizar violaciones y feminicidios: durante los trayectos nocturnos de su ruta simulaba una descompostura en su camión y bajaba a todos los pasajeros, en ese momento le ofrecía a alguna mujer que había seleccionado como su víctima llevarla hasta su casa si lo esperaba. En algunas ocasiones su modus operandi variaba y atacaba a la última pasajera de la noche antes de llegar al final del trayecto.

Este feminicida confesó haber violado a ocho mujeres y asesinado a siete de ellas. Sus víctimas tenían entre 17 y 34 años de edad, y de acuerdo a su declaración, inició sus delitos en junio de 2010.

Fue detenido en febrero de 2012 gracias a la denuncia de su primera víctima. “El Coqueto” creyó que la había matado, pero ella sobrevivió. Huyó pocos días después de las oficinas de la Subprocuraduría de Justicia en Tlanepantla, Estado de México, saltando de un ventana. A los pocos días nuevamente fue capturado y recibió una condena de 240 años en prisión.

Después de pasar unos años en e Penal de Barrientos, fue trasadado un módulo de alta peligrosidad en el Penal Estatal de Máxima Seguridad en Otumba, Estado de México, pues sus conflictos con otros internos en el penal anterior iba en aumento.

“La Degolladora de Chimalhuacán”

La llaman ‘La Degolladora de Chimalhuacán’ porque sorprende a sus víctimas por la espalda y les intenta cortar la yugular para que mueran desangradas; siete personas sufrieron ataques de esta forma en cinco días, dos murieron y cinco resultaron heridas en la barbilla o en la cabeza.

Los ataques ocurrieron del 13 al 18 de septiembre en los barrios de Curtidores, Ebanistas, Artesanos, Pescadores y Labradores, en ese municipio. Según el alcalde de Chimalhuacán, Sergio Díaz, los testigos describieron a ‘La Degolladora’ como una mujer entre 20 y 25 años, delgada, fuerte y que viste bien.

El temor de ser víctima de ‘La Degolladora’ llevó a los habitantes de varios barrios a armarse con palos o tubos cada que salían a la calle.

La Procuraduría del Estado de México informó que detuvo a la presunta autora material de los ataques: Itzel Nayeli García Montaño, de 20 años, vendedora de dulces en vagones del Metro de la Ciudad de México y adicta a inhalantes.

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