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Coahuila

Lecturas como colmenas

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 5 meses

El periodo de confinamiento por la pandemia propició grandes cambios de comportamiento entre nosotros, humanos.  Uno que llegó para quedarse, es el de las actividades en línea. Cursos, talleres y conversatorios llenaron el hueco de nuestros largos días de encierro; la creatividad se desbordó y aprendimos que, aunque las calles a nuestro alrededor se hallaran desiertas, el sentido de comunidad era patente.

Lo anterior nos permitió ir descubriendo facetas que, tal vez antes de la pandemia no habíamos ni acaso explorado.   Conectamos con personas con intereses similares en diversas partes del mundo, con las cuales compartimos gustos en común. La tecnología de la comunicación a distancia fue refinando sus mecanismos, hasta lograr que con solamente un clic entremos en sintonía con los demás.

Una de dichas actividades ha sido para mí de lo más venturosa: La inmersión en el mundo de la palabra escrita en todos sus géneros y modalidades: Conocer autores, obras; desarrollar textos propios; comentarlos con primeros lectores a distancia. En fin, trabajar en equipo para, tiempo después, poder asistir al gozoso encuentro presencial con amigos que eran tales, a pesar de no habernos visto jamás en persona.

Dentro de esta gama de posibilidades fui a dar con un maravilloso círculo de lectura que me ha dejado grandes enseñanzas. Lo descubrí casi por casualidad, o más bien dicho, porque el algoritmo, ese “Big Brother” entrometido en la vida de los internautas, me lo puso frente a los ojos. En la modalidad híbrida, desde una biblioteca michoacana y muy diversos puntos del territorio nacional, vamos revisando obras literarias de autores mundiales. De manera disciplinada expresamos nuestras opiniones sobre la trama, los temas, los personajes y el universo interno de la obra, además de que podemos volcar nuestras particulares impresiones respecto a lo leído.

En esta oportunidad revisamos un libro de Jorge Alberto Gudiño Hernández, autor oriundo de Ciudad de México, que viene participando desde tiempo atrás en diversos programas de difusión cultural, y que es además autor de cuatro novelas. Una de ellas, la que ahora revisamos, se denomina “Instrucciones para mudar un pueblo”. Es una obra de largo aliento presentada en pequeños capítulos que van dando cuenta de las historias individuales que ocurren en torno a la mudanza de un grupo de mineros, de su asentamiento original en El Goterón, a un nuevo complejo habitacional construido por la empresa que los tiene contratados. A través de pincelazos vamos descubriendo la vida de cada uno de sus personajes; sus grandes sueños y sus frustraciones, y la forma como una historia se va engarzando con la siguiente, hasta constituir un mundo narrativo por demás complejo.

La trama nos permite acercarnos al corazón de cada personaje para descubrir su faceta humana, que le permite empatar con la nuestra propia. Las decisiones que cada uno de ellos va tomando nos dan luz acerca de las decisiones que nosotros vamos asumiendo en el día a día. De alguna manera nos sentimos acompañados en nuestros fracasos, al entender que, igual que hicimos nosotros en el plano de la realidad, han hecho los personajes de la novela en el plano ficcional.

Esta obra de Gudiño es para leerse en una sola tarde.  Su redacción es tan dinámica que nos atrapa y no nos deja escapar hasta llegar a la última página. Ahora bien, compartir los estados de ánimo particulares con un grupo que ha leído la misma obra, resulta por demás enriquecedor.

Una de las grandes tentaciones de un gobierno de mayoría es determinar la forma de pensar de sus ciudadanos.  Por encima de esos sistemas está la libertad del individuo para asumir lo que a su criterio convenga, y así determinar su ruta personal. Una herramienta maravillosa para conseguir y mantener esa libertad es la lectura, esa pista libre que nos permite desplazarnos del modo como queramos, hasta alcanzar nuestras metas personales.

La novela en cuestión sugiere un estilo de vida como en colmenas. Todos los habitantes pasan a ocupar un complejo habitacional con casas muy similares, una al lado de otra. Dejan atrás las irregularidades que pudieron tener sus casas primigenias hechas de adobe y ramas, para integrar una especie de colmena en cuyas celdas la vida transcurre. Eso sí, cada uno de los habitantes tiene  posibilidad de vivir dentro de su celda como mejor le parezca. La libertad del individuo va más allá de las restricciones que se desarrollen alrededor suyo; la mente no se pliega a sujeciones del exterior.

La grandeza de una sociedad radica en su variedad de elementos culturales, ideológicos y modos de actuación. Cada uno de ellos contribuye un poco a dibujar el escenario de fondo de los grandes logros que hacen la historia.

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