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Lector por encargo

Por Juan Villoro

Hace 3 dias

Tengo un colega al que le va relativamente bien; en nuestro gremio, eso significa que le publican libros, pero no vive de ellos. Para mantenerse a flote inventó un original empleo de supervivencia. Me autorizó a revelarlo a condición de que lo llamara Franz en homenaje a su autor favorito.

Mi amigo conoce las contradicciones de nuestra época: “Todos hablan maravillas de la lectura pero nadie la practica”, me dijo al primer mezcal: “Los padres quieren que sus hijos lean sin que ellos quieran imitarlos; en los concursos de belleza, las misses quedan bien diciendo que su hobby es la lectura; los políticos contratan asesores que incluyan citas en sus discursos, y los guionistas de Hollywood escriben historias en las que una chica guapísima dice el primer verso de un poema de Eliot y de inmediato su pretendiente dice el segundo”, comentó. Al cuarto mezcal llegó a decir: “¡La gente atractiva no recita poemas para ligar!”.

El siguiente encuentro fue menos dramático. Franz había hablado del asunto en terapia y argumentó con toda calma: “La lectura tiene prestigio porque casi nadie la practica; somos especialistas en algo sobrenatural, como si pudiéramos levitar”. Luego habló de un libro que había tenido éxito porque resumía muchos otros libros: “Es una obra maestra del ahorro: la lees y no tienes que leer nada más”.

Eso lo impulsó a crear un singular negocio. Franz ofrece servicios de lector por encargo. En vez de que tengas que leer a Kant, él sufre por ti y te lo explica en una amena charla. Si vas a Japón, se somete a una dieta que va de Akutagawa a Murakami y te revela claves del país de los cerezos.

Esta dinámica mejoró porque Franz es de los pocos novelistas que domina la Teoría de la Recepción. Cada lector es único y modifica el sentido del texto. Lo más importante de un libro no es lo que dice del autor sino del lector.

Franz no ha tenido que estudiar sicología porque siempre ha sido chismoso. Sabe cómo indagar los gustos, los anhelos y los temores de sus clientes. Pide que le hablen de su infancia y le cuenten un sueño. Así obtiene un retrato íntimo del lector evadido y se convierte en el lector fantasma que lo sustituye. No lee al “modo Franz”, sino como lo haría quien lo contrató en caso de que se tomara el trabajo de abrir un volumen.

 

Formidable

El éxito del método ha sido formidable. Gracias a Franz, la gente se entera de que podría llorar con los desfiguros de Dostoievski, que sería capaz de reír con la grotesca ironía de Philip Roth y que Pessoa le descubriría las bondades de la tristeza.

La lectura personalizada permite que la gente se conozca mejor a través de las lecturas que no hace y que incremente su reputación cultural de este modo. “No sabía que fueras tan sensible”, dice la esposa ante el marido que no ha visto en una semana pero que de pronto murmura en su oído: “yo también hablo de la rosa”.

Para que la transferencia funcione, Franz sólo lee libros comprados por sus clientes. Una vez que resume el contenido, los tomos van a dar a un librero. “¡¿Cómo le haces para leer tanto?!”, preguntan los visitantes de la casa.

Franz es buscado por directivos que admiran a Bill Gates como innovador y filántropo, pero lo consideran un freak por leer 50 libros al año. Por suerte, ahí está Franz para salvarlos del esfuerzo de disfrutar leyendo.

Toda dinámica tiene evoluciones inesperadas. Al cabo de un tiempo, mi amigo se encontró en disposición de la vida emocional de numerosas personas. Descubrió que una falsa lectora podía enamorarse de otro falso lector; leyó para ellos complementarias historias de amor y encontró el modo de presentarlos.

Las novelas epistolares tienen un personaje que no siempre aparece en la trama, pero la hace posible: el cartero que lleva mensajes de un lado a otro. Franz cumple esa tarea.

Del mismo modo, logró que dos tipos que le caían pésimo se pelearan entre sí y complicó la vida de un político al estimular sus tendencias transexuales.

Le pregunté si aún podía leer a su manera. Su respuesta fue una declaración de principios: “El mejor personaje de la literatura es el lector. ¡He inventado cientos de personajes!”.

Al modo de un titiritero, Franz hace que la gente compre libros que citará con autoridad sin tener que leerlos, y toma notas para retratarlos en una novela de la que jamás se enterarán, protegidos por su docta ignorancia.

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