Mientras los políticos hacen el ridículo y ganan medallas en naderías, corrupción, frivolidad y pretextos, la delegación de México en París registró un desempeño decoroso y el quinto mejor rendimiento de su historia. De los 206 países participantes, 91 obtuvieron premio; las banderas de los 115 restantes no fueron izadas. El lugar (65) ocupado en el medallero, con tres platas y dos bronces, habría mejorado de haber conseguido un oro. Los Juegos Olímpicos brindan la oportunidad de ver en acción a los mejores atletas del planeta y contemplar la perfección de cuerpos de hombres y mujeres, lograda a base de esfuerzo, sacrificio y determinación. La potencias olímpicas [Estados Unidos, Rusia (esta vez fue excluida por el conflicto con Ucrania), Reino Unido, China y Alemania] acaparan las preseas, pero no son invencibles como lo demuestran Kenia, Cuba, Jamaica y Sudáfrica.
En México la falta de apoyo al deporte es palmaria. No solo del Gobierno —en sus tres niveles—, las universidades y las empresas, sino, también de los medios de comunicación, en particular de las televisoras. El futbol goza de todos los privilegios y es, a la vez, el más infame. Esta vez ni siquiera alcanzó boleto a Francia, donde hace 124 años, por cierto, la única medalla la ganó en polo. En competencias regionales y copas mundiales, el balompié solo produce vergüenza. Comparados con los equipos de Europa, los nacionales son bazofia. Frente al vedetismo de los “ratoncitos verdes” —bautizados así por Manuel Seyde—, en la Ciudad Luz vimos gigantes nimbados por la humildad, el amor a su bandera y sonrisas nacidas del corazón. En beisbol somos mucho más competitivos.
Los medallistas mexicanos; quienes estuvieron cerca de colgarse alguna e incluso los más distantes del podio, demostraron que la fuerza de voluntad, el rigor, el coraje y la familia están por encima de gobiernos, instituciones, universidades públicas y privadas y empresas. La mayoría les da la espalda y se acuerdan de ellos solo cada cuatro años, en el mejor de los casos, o cuando le brindan al país alguna satisfacción. Cuba, Brasil, Argentina, México y Colombia son los países de América Latina con más medallas en Juegos Olímpicos, incluido los de París: 250, 170, 80, 78 y 41, respectivamente. Sin presupuesto nacional, financiamiento privado, planes escolares que valoren y fomenten el deporte, ni infraestructura al alcance de niños y jóvenes que los motiven para liberarse de las pantallas y del sedentarismo, la tarea de formar campeones y ganar premios es monumental.
Los lamentos y recriminaciones resultan estériles. También lo es el aplauso y los vivas fugaces a nuestros medallistas, quienes, pasada la euforia, también pasarán al olvido, mientras en otros países reciben atención por lo que representan e inspiran. Es momento de elevar, por fin, la mira, de sacudir la inercia, de invertir en el deporte y verlo como aliado para el desarrollo integral de la sociedad. Cuando esto suceda mejoraremos no solo en competencias internacionales, sino también como país. El ejercicio, la disciplina y el estímulo de la familia son antídotos contra el vicio, la depresión, la desintegración y fenómenos como el suicidio, en el cual Coahuila es campeón. Si los políticos del mundo se sometieran a pruebas análogas a las de los atletas para forjar el carácter, tendríamos gobiernos humanos, sensibles y eficaces, pero sobre todo, honestos. Cuando los haya, México cosechará medallas en todos los ámbitos.
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