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Coahuila

Le aconsejaban portar un disfraz constitucional para ocultar la dictadura

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 1 mes

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En términos generales, los meses de julio y agosto se conceptúan como faltos de acontecimientos cívicos a celebrar. Por una razón que desconocemos, se pasa por alto que en el octavo mes del año hay un evento fundamental en la construcción de la nación. El día 9, amparado por las sombras de  la madrugada como corresponde a todo facineroso de su calaña, sale huyendo de la ciudad de México el apodado su alteza serenísima (así con minúsculas) Antonio López De Santa Anna y Pérez De Lebrón quien en esa forma daba por concluido tácitamente su undécimo mandato. La formalización se daría tres días más tarde cuando lanzó un manifiesto. Con ello, la Revolución de Ayutla, iniciada en marzo de 1854, triunfaba y se daba paso a la instauración de un gobierno en el cual habrían de participar quienes integrarían la generación más grande que haya dado la patria, la de LOS HOMBRES DE LA REFORMA. Pero, hoy, no habremos de ocuparnos de ellos, sino de cómo en los estertores del gobierno lópezsantanista, aun había plumas, de esas que ahora ya no existen, que cargadas de tinta argentífera eran capaces de transformar lo negro en blanco y descubrir virtudes en donde todo era indignidades. En el contexto de ello, aconsejaban optar por una dictadura disfrazada de constitucionalidad.

Una de esas plumas descargaba sus propuestas en el diario El Ómnibus una publicación fundada en 1851 que se anunciaba como Periódico literario, agrícola y fabril, de religión, variedades y avisos. Al frente de la dirección se encontraban  Vicente y José Sebastián Segura Argüelles. Faltaba poco más de un mes para que México se librara, para siempre, de la influencia nefasta que, a lo largo de lo que iba del Siglo XIX, había ejercido López De Santa Anna. Era el 4 de julio de 1855 y en la página principal del rotativo mencionado aparecía un artículo pleno de proclividad lópezsantanista.

Tratando de presentarse como perteneciente a otra clase de periodismo, El Ómnibus se quejaba que, en relación con la propuesta de promulgar un estatuto orgánico, cuan “doloroso es ver al periodismo ensordecer al acento de la patria; de la patria que, por boca de su s.a.s.[nos negamos a escribir con mayúsculas la calificación de su alteza serenísima que daban al López del Siglo XIX], convoca a sus buenos hijos para que ventilen el importante asunto que tiene en alarma y espera a los que quieren ver a este pueblo marchando tranquilo por la senda  de la felicidad, de la paz y la civilización. Algunos escritores  han dudado acerca del partido que tomar, y se han quedado en la inacción y a la expectativa”. Pero no solamente los opinadores callaban, la población en general  lucía indiferente y eso generaba que los editores del diario apuntaran que “cuando a un pueblo se le pide que hable y calla, pudiendo explícitamente manifestar sus opiniones, hay razón para creer que ese pueblo no tiene la energía que da la  convicción de los derechos, que da la convicción de los derechos, o es tan tímido o apocado que no sabe hacerlos valer y respetar,  o es tan tímido y apocado  que no sabe hacerlos valer y respetar, o tan indiferente que se pliega sumiso al imperio de las circunstancias”. Recuerde, lector amable, que referimos circunstancias del Siglo XIX, no del XXI, no vayamos a confundir los numerales. Una vez hecha la precisión, al diario señalado en la línea primera del párrafo siguiente, le aparecía el rabo.

Indicaba que cualesquiera que fueran las circunstancias, “la razón está de parte el gobierno que ha propuesto la discusión; al gobierno le está encomendada la existencia y conservación de esta sociedad para  darle instituciones que la hagan feliz, pide su cooperación a quienes pueden ayudarle en su gloriosa empresa, y cuando callan  los que deben ilustrarle, no hay derecho después para quejarse del partido que tome en la gravísima  cuestión que se ventila. ¿Se le deja obrar,  se le abandona a sus propias aspiraciones? Obrará según crea que convenga a sus intereses y los intereses que le sean confiados. Ni le cubrirá de ignominia ante el mundo, si después de oír opiniones  disidentes de las suya, tomara las armas  para perseguir a los que no estén por el principio que sigue o por sus ideas administrativas”. Tras de esa advertencia, pasaba a plantear que el tal López De Santa Anna era todo un dechado de virtudes dispuesto a escuchar todo tipo de opiniones a favor y en contra, pues seguramente lo confundieron, pero ya sabemos que el aceite argentífero obraba milagros a la hora de escribir.

Según la nota, cuando López de Santa Anna retornó para ejercer su undécima presidencia, encontró “relajados los vínculos de la obediencia, muerto el patriotismo, la nación a merced de los agiotistas, el Estado sin luz en el caos de sus decepciones, y el mundo sonriendo con burla y menosprecio al contemplar las infinitas desgracias de unos pueblos inocentes, lanzados  en el camino de la perdición”. Ante eso, pues no le quedaba otra sino convertirse en el salvador de la patria. ¿En dónde hemos escuchado eso en años recientes?  Y para que no se dude del enfoque de El Ómnibus, continuemos revisando el texto.

Acorde con su condición, el redactor aquel empleaba mayúsculas, para referirse a su alteza serenísima, (para nosotros las minúsculas son las adecuadas) quien según él era el gran luchador en contra de la maldad, por ello “ha hecho ahorcar a los ladrones, y los ladrones se juntaron en gavillas para atacar impunemente a la sociedad  que quiso sacudir el yugo de las inicuas depredaciones que la depauperaban. A los ladrones, se han unido los vagos, los ociosos, los pretendientes del Departamento; aquellos que con el nuevo orden de cosas han visto cerrada la puerta de su innoble aspirantismo”.  Otra vez, se nos aparecen situaciones de otros tiempos, pero seguimos en el XIX. Cuando llegó el campeón de las causas justas (¡!), acorde a El Ómnibus, “la sociedad, generalmente hablando, estaba tan desmoralizada al empuñar las riendas del mando [s.a.s] que sus medidas enérgicas chocaron de frente con la oposición, con esa oposición que siempre hace al orden el desorden”. Y en ese punto, se desnudaba el motivo de tanta reflexión al indicar que todo lo anterior, “produjo la rebelión que depaupera los Departamentos de Guerrero y Michoacán. [Se trataba de  la Revolución, esta sí  lo era, de Ayutla]. Una legión de abogados sin saber y sin conciencia, que juzgaba como patrimonio de su patrimonio las elecciones populares, vióse lanzada de lo que llamaba santuario de las leyes, y a falta de pleitos entabló discordias.  Ahí está esa legión de corifeos de la rebelión.” Ya vemos que nunca han faltado quienes no aprecian las bondades que les ofrece el manto protector del caudillo. Dado que la pluma estaba bien aceitada, la perorata no paraba ahí.

Acorde con ello, afirmaba que “realmente, la rebelión no es más que la holgazanería  armada contra la propiedad. Pero esa rebelión es como la gangrena, que si no se amputa el miembro en donde aparece  ataca el corazón y da la muerte. Enferma la nación de esa gangrena que la va paulatinamente destruyendo, y supuesto que s.a.s tiene horror a los suplicios que hace indispensable su enérgica autoridad ha querido  no dejar pretexto a los rebeldes y ha debido hacer lo que está haciendo”. En ese punto, el almíbar vertido fue tanto que se derramó del tarro como lo veremos a continuación.

En ese contexto, se afirmaba: “A él se le obedece porque es el único hombre capaz para gobernarnos, toda vez que sin él no hay más que confusión y anarquía. Dotado de  patriotismo y valor, es  el  gobernante que nos conviene. Guiémosle al camino  que ha de conducirle al suspirado término de sus designios. A la prensa toca desengañarle presentarle las cosas como realmente son [siempre y cuando concuerden con su perspectiva, no lo olvidemos]; s.as. puede equivocarse, porque como hombre está sujeto a  las flaquezas inherentes a nuestra especie”. Una vez realizado el planteamiento justificante, llegaba el momento de hacer la propuesta para consolidar al caudillo de las causas difíciles.

El editor de El Ómnibus, se preguntaba: “¿…es tiempo de dictar un estatuto jurídico?” La respuesta era un rotundo “si, porque la sociedad no puede subsistir sin el sabio concatenamiento de  las garantías y de los deberes. El gobernante que aspira a gobernar por la opinión pública, cuando no logra conocerla se desencamina, porque la opinión  le retira su apoyo, si cree que la nación está sometida a la voluntad de una facción que se llama vencedora, que hace alarde de sus triunfos, que irrita al pueblo con el lujo y aparato de su torrente  de la opinión, se suicidará por su intolerante exclusivismo. No hay peligro más grande para un gobierno que el peligro de que su pueblo esté siempre sordamente conmovido, siempre en acecho de sus pasos, siempre murmurando de sus actos, siempre alimentando la lava del oculto volcán; ese volcán que ruge y espera el momento de desbordarse por la inmensa boca del cráter revolucionario”. Por ello, no quedaba de otra sino emitir el estatuto orgánico.  Acto seguido se cuestionaba quien habría de emitirlo y al dar la respuesta no quedaba duda de que el surtido de líquido argentífero había sido basto.

Se  apuntaba que “el general [López] De Santa Anna debe [de dictar el estatuto jurídico] sin convocar al pueblo a elecciones que siempre son peligrosas, máxime cuando se fermentan en secreto  las iras, los rencores, y esperan el instante de estallar en disturbios y venganzas”. Afortunadamente eso son situaciones del ante pretérito, hoy en día tras de las elecciones  a los opositores les urge salir a declarar que perdieron, no vaya a ser que el patroncito se les incomode y los haga víctimas de su ira. Pero dejemos el XXI y volvamos al XIX. 

Ya le habían dicho a López De Santa Anna lo que debería de hacer, ahora le proponían el cómo: “Estableciendo una camera de diputados, eligiendo uno por cada 80 0 100 mil habitantes de la nación. Esos diputados duraran cinco años en el ejercicio de sus atribuciones. Las funciones legislativas no pasaran de tres meses, a no ser que a juicio del gobierno, sea necesario prorrogarlas para tratar asuntos de vital importancia. Para evitar los males que puede traer en las actuales   circunstancias las luchas electorales, los gobernadores de los Departamentos, formando el computo de sus respectivas demarcaciones, propondrán al supremo gobierno, en  terna, los individuos aptos para la legislatura; el supremo gobierno hace la elección y entre el doble número de candidatos sobrantes   se eligen los suplentes. Restablecida la calma, sofocado el ímpetu de las pasiones que el aspirantismo [otra vez se aparecía el dichoso vocablo que habría de volar a través de los siglos] engendra, probado que el gobierno que da garantías es el primero en respetarlas, se dicta para lo sucesivo la ley electoral”.  Eso luce como receta que alguno de otros tiempos, sin duda alguna,  quisiera probar en la cocina. Pero calma, a la propuesta le faltaban ingredientes. 

Se indicaba que “en cada Departamento se nombra un consejo de gobierno que no pase de cinco a ocho vocales; ese consejo no será solamente consultivo, será un mantenedor de los derechos del pueblo y una rémora contra los desmanes del gobernador. Se nombrará por el jefe supremo del Estado, una cámara de senadores compuesta por cien individuos, escogidos entre los hombres más eminentes.  La dignidad de senador será vitalicia”. Pero, no era cosa de dejar cabos sueltos.

Para ello, el  gobierno supremo se reservará el veto absoluto. El gobierno supremo disolverá la cámara de diputados cuando lo estime conveniente, convocando otra en el acto para dos o tres meses después. Esta constitución no es eminentemente liberal, pero es la que puede convenirnos”. Eso sí, la propuesta era magnánima y establecía que no era necesario optar por un cambio total de la ley orgánica. “Lo que principalmente necesita el gobierno es  fijar cuales son las garantías individuales; pero debe quedar armado de toda la suma de poder que hoy tiene, de lo contrario la reforma no será jamás el remedio de los males que nos aquejan…” Nada como implantar una dictadura revestida con ropajes de legalidad. Total, nadie habría de percatarse de ello, se trataba del caudillo preocupado por la felicidad de su pueblo al cual consideraba como bueno y por ello proclive a ser influido por las idea y acciones de los ambiciosos a quienes, desde la perspectiva de los lópezsantanistas, lo único que les importaba era crear el caos. Pero eso no lo habría de permitir el elegido para cuidarlos y guiarlos por el sendero del bien, así tuviera que implantar una dictadura, era por su bien. Para dejarlo en claro, el 13 de julio de 1855, El Ómnibus habría de precisar todas las bondades albergadas en la humanidad de López De Santa Anna, dado lo cual era el único capaz de salvar a la patria. De ello, les comentaremos la semana próxima siempre y cuando, usted lector amable, decida acompañarnos en la revisión de lo que plasmaremos en este espacio.

Añadido (24.30.98) Cuando de manera oficial aceptan que la tasa de inflación, después de realizar mil y un artilugios, ronda el seis por ciento eso significa que la real es, mínimo,  tres veces más. Claro que esto es para el común de los mortales quienes no tienen acceso a las negociaciones que el Banco de México y el INEGI administran, pero cuya ubicación  se niegan a dar. Eso es un privilegio del que disfrutan solamente los elegidos.

Añadido (24.30.99) Vaya diferencia. En Venezuela, el candidato opositor y la líder del movimiento salieron con actas en mano a defender la victoria y encabezar manifestaciones. En México, a los líderes antagonistas y a la candidata de ellos, tarde se les hizo y apenas pasada la media noche, sin tener aún  las actas definitivas, se declarararon derrotados. Después recularon, y ahora, tras de tomarse unas vacaciones, andan llamando a marchas de protesta. ¿En verdad creen que les queda un gramo de credibilidad?

Añadido (24.30.100) Son un par de candidatos Demócratas a la reelección en  Senado estadounidense, Jon Tester de Montana y Sherrod Brown de Ohio, quienes han anunciado que no asistirán a la Convención de su partido a efectuarse en Chicago. Aducen motivos varios, pero la pregunta que surge es: ¿Será por temor a que sus electores los identifiquen con el extremismo de los pretendientes a convertirse en presidenta y vicepresidente y en consecuencia no los voten, sino que los boten del cargo?

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