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Coahuila

Las tres (peores) caras de la mediocridad: soberbia, envidia e hipocresía

Por Irene Spigno

Hace 4 meses

La semana pasada, en este mismo espacio, reflexionamos sobre uno de los principales enemigos a los que casi todas las personas nos enfrentamos a diario en nuestras vidas: la mediocridad.

La mediocridad surge cuando actuamos sin entusiasmo ni pasión y sólo por cumplir con el mínimo exigido. Quizás inclusive nos consideramos satisfechos y satisfechas, aunque en realidad seamos plenamente conscientes de que lo que estamos realizando no tiene la calidad que debería tener (y que sabemos que le podemos dar). Y no, no es necesario sobresalir siempre: la vida no es una continua competencia.

Como escribí la semana pasada: la mediocridad es saber que podemos hacer las cosas bien, pero hacerlas sin ganas porque no nos importan y/o no tenemos interés. También comenté que este enemigo, al que le damos el poder de impedir desenvolvernos en nuestra vida para intentar hacer y ser lo mejor posible en cualquier ámbito, ya sea personal, profesional o social, tiene muchas caras.

Hoy vamos a hablar de tres de ellas, que considero son las peores. La primera es, sin duda, la soberbia. Cuando estamos tan convencidas y convencidos de que somos mejores que los demás y nos movemos por el mundo con arrogancia, vanidad y prepotencia, pensamos que tenemos derecho a privilegios que los demás no merecen (por ser inferiores) y que no necesitamos esforzarnos tanto para que las cosas nos salgan bien.

Algunas personas pueden confundir el amor propio con la soberbia. Sin embargo, existe una gran diferencia entre ambos. Todas y todos somos valiosos y, con esfuerzo, disciplina y compromiso, podemos conseguir grandes resultados. Aunque hayamos alcanzado logros significativos, esto no nos hace superiores ni inferiores a los demás. No tenemos derecho a sentirnos superiores ni a menospreciar el esfuerzo de otros, en especial cuando tratamos con personas que poseen más experiencia y conocimiento que nosotros. La soberbia puede reducir nuestra valía, transformándonos en personas mediocres.

La soberbia, en muchos casos, puede ser una fachada de protección ante un sentido de inferioridad. En realidad, sabemos que no alcanzamos el nivel deseado, ya sea en el ámbito personal, profesional o social. Para evitar enfrentar este sentido de inferioridad, que es claramente el reflejo de una herida o de algo que aún no hemos podido superar, ocultamos detrás de la máscara de la soberbia otra faceta de la mediocridad: la envidia.

Envidiamos a las personas que admiramos. Quisiéramos ser como ellas, pero somos conscientes de que esto requiere mucho esfuerzo y trabajo, o incluso habilidades que no estamos dispuestos a desarrollar o que no aceptamos tener de manera diferente. En lugar de extraer lo positivo de esas personas que admiramos, optamos por envidiarlas y minimizarlas. Nos burlamos de ellas, las consideramos e incluso difundimos el rumor de que son incompetentes y las ofendemos. Esta es la envidia: una fachada para proteger nuestro sentido de inferioridad ante personas que tienen más éxito y que, realmente deberíamos admirar para intentar aprender de ellas lo que podría enriquecernos y hacernos mejores personas.

Finalmente, las personas mediocres también son hipócritas. Les resulta muy difícil admitir sus errores y debilidades. Prefieren moverse por la vida y relacionarse con los demás de manera agresiva e incongruente, mostrándose amables en algunas ocasiones y hablando mal a las espaldas de otros, con la esperanza de que no se descubra su doble juego y su deslealtad. Esto se debe, a la falta de valor para enfrentar la responsabilidad de sus acciones e ideas.

En conclusión: por todas estas razones, la mediocridad puede ser un enemigo muy peligroso. Y para combatirlo, necesitamos aceptar nuestras debilidades y trabajar en ellas para sacar a la luz nuestra mejor versión. Porqué: sí, se puede ser mejores personas y hacer mejor las cosas.

¡Que tengan una semana muy linda!

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