La vida adulta es un entramado complejo de sueños, aspiraciones, emociones, sentimientos, acciones y, entre muchas otras cosas, responsabilidades.

Vivir en sociedad nos exige ciertos comportamientos y el respeto de reglas necesarias para que podamos llevar nuestras vidas de manera armónica y pacífica entre todos. Si bien es cierto que, desde el punto de vista jurídico, tenemos muchos derechos cuyo respeto debemos exigir a las instituciones correspondientes, también es cierto que tenemos varias obligaciones que debemos cumplir.

Sin embargo, además de las obligaciones legalmente establecidas, la sociedad en la que vivimos, así como nuestros entornos más cercanos (familia, pareja, amistades, círculo laboral), nos exigen más. Y muchas veces, somos nosotras y nosotros mismos quienes nos autoexigimos en demasía, y aspiramos, a veces, a la perfección. Quizás demasiado.

Tener sentido de responsabilidad es fundamental. Significa tratar de dar lo mejor de nosotras y nosotros en cada momento, sin importar las circunstancias. Es la brújula que debería guiarnos en todo lo que hacemos: desde la responsabilidad afectiva en nuestras relaciones personales (sean sentimentales, de amistad o familiares) hasta un gran compromiso en nuestras actividades laborales, para cumplir de la mejor manera con nuestras tareas.

A menudo, aunque hagamos lo mejor que podemos, siempre habrá algo que quedará en segundo plano, que no lograremos hacer de manera perfecta o que simplemente no podremos hacer. Siempre habrá alguien que nos reclame que no estamos haciendo lo suficiente y que deberíamos hacer más o algo distinto. Y quizás esto sea cierto. O quizás no.

Ser responsables no significa tratar de que todo el mundo esté completamente satisfecho con todo lo que hacemos. Esta es una tarea titánica e imposible de cumplir, además de poco saludable. Intentar complacer a todas y todos solo nos llevará a ahogarnos en un mar de responsabilidades que alguien más (o nuestra misma persona, por no quedar mal) ha creado.

Si bien es cierto que los resultados en nuestras actividades profesionales no definen nuestro valor como personas (incluso porque muchas veces existen factores fuera de nuestro control), lo que sí refleja el tipo de personas que queremos ser es cómo nos desempeñamos. Esto aplica en todas las esferas de nuestra vida: el esfuerzo, el compromiso, la disciplina, la pasión y la responsabilidad son ingredientes esenciales e irrenunciables para que lo que hacemos tenga sentido. Pero, también en este caso, es necesario encontrar un equilibrio.

Como saben, me gusta mucho aplicar metáforas culinarias. El azúcar (en sus distintas formas y presentaciones, ya sea en caramelos, chocolates, panes, etc.) es algo que a la mayoría de las personas nos gusta y algo que nuestro cuerpo a menudo pide (a veces a gritos, dirían los muy golosos). Sin embargo, consumir azúcar en exceso nos puede hacer daño. De igual manera, poner más azúcar de la necesaria en cualquier receta de repostería también resultaría en un mal resultado.

Si bien tener un sentido de responsabilidad hacia todo lo que hacemos es fundamental, no podemos permitir que esto nos sobrepase. Tratemos de dar lo mejor en cada espacio y en cada situación, siempre con el propósito de mejorar como personas y como profesionales.

Y frente al mar agitado de responsabilidades con las que muchas veces nos sobrecargamos, aprendamos a nadar y, si es necesario, a surfear para no ahogarnos. Nosotros somos las únicas personas que tienen que sentirse satisfechas con lo que hacemos.