Todas las personas, quien más, quien menos, nos enojamos. Ya lo comentábamos en este mismo espacio la semana pasada. No vamos a profundizar en las razones de nuestros enojos ni en sus posibles consecuencias. Lo más importante, como ya se dijo, es qué decidimos hacer nosotros con nuestros enojos.
Seguramente hay cosas que, frente a cualquier situación que nos fastidia, nos entristece o nos hace enojar, son capaces de darnos tranquilidad. Pienso, por ejemplo, en escuchar un cierto tipo de música (quien me conoce sabe que escuchando o bailando bachata yo me tranquilizo), practicar algún deporte (como, en mi caso, nadar o jugar pádel), ver una película, leer un libro o realizar alguna otra actividad (como cocinar, pintar, salir con las amigas o simplemente estar con nuestras mascotas).
Los gatos, por ejemplo, nos enseñan que dormir puede ser una buena manera de calmarnos, ya que al dormir nuestra mente debería calmarse, y hasta podemos despertarnos “reseteados”. Hay muchas cosas que podemos hacer.
Sin embargo, hay algunas personas que, muchas veces, solamente con una palabra o simplemente con su presencia e incluso a distancia, con una llamada o un mensaje, también tienen el efecto de calmarnos.
Son las personas que llamaría “manzanilla”. Y no, no me refiero a que sean aburridas o que nos hagan dormir. Me refiero a personas que consiguen calmarnos. Reflexionaba sobre este punto hace unos días. Por varias razones, en nuestras vidas y en distintos espacios, tenemos que convivir con personas que quizás no nos caen bien o en quienes, por alguna razón, no confiamos.
En italiano tenemos el dicho: “Dobbiamo fare buon viso a cattivo gioco”. Literalmente sería: “Hay que poner buena cara al mal juego”. Esto significa que, frente a ciertas adversidades de la vida (situaciones, eventos, personas), tenemos que ser resilientes y adaptarnos a ellas, tratando de aprovechar las consecuencias positivas.
No obstante, aunque tratemos de sacar algo positivo de cualquier situación, puede haber momentos en los que se nos dificulte más mantener esa buena actitud y conservar la tranquilidad de nuestro estado de ánimo. A veces nos cuesta más evitar que ciertos comportamientos ajenos tengan un impacto negativo en nosotros, en nuestras emociones y comportamientos.
A pesar de que es importante tratar de entender por qué hay personas o situaciones que nos hacen enojar, para poder trabajar en los orígenes de ese malestar, creo que también es muy importante tener a personas manzanilla en nuestras vidas.
No necesariamente la persona manzanilla tiene que ser parte de nuestro círculo social más cercano. De hecho, a veces la vida nos regala este tipo de personas a través de desconocidos: pensemos, por ejemplo, en el gesto amigable de una señora muy mayor en el súper mientras estamos formados para pagar la despensa, o en la sonrisa de un niño en el coche de al lado en una cola muy larga en el semáforo. Las sonrisas, los abrazos, las palabras cargadas de cariño tienen un enorme efecto tranquilizador. No lo digo yo, lo dice la ciencia.
Necesitamos más personas con el don de generar tranquilidad. Y para que esto pueda suceder, necesitamos nosotros mismos aprender a ser ese tipo de personas. En lugar de generar conflictos, aprendamos a ser personas que generen paz y tranquilidad en los demás.
Busquemos a nuestras personas “manzanilla” y, más importante aún, tratemos de ser una de ellas.
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