“La verdadera profesión del hombre, es encontrarse así mismo”.
Herman Hesse, escritor
En este 2024 se cumplirían 54 años de la fundación de la Farmacia París, que todavía por el año 2003 funcionaba con su matriz de la calle Allende, en el Centro Histórico, y una sucursal en la colonia Provivienda. Estos pequeños negocios, hechos con mucho sacrificio por gente como Raymundo Camarena Echeveste, fueron absorbidos por “el pulpo” (animal acuático que tiene tres corazones y grandes tentáculos) farmacéutico de grandes inversiones, que tienen como gancho la venta de medicamentos.
Conocí a Raymundo Camarena desde niño y en nuestra juventud. Era un hombre tranquilo, con un defecto en una de sus piernas, pues utilizaba una plataforma de madera en uno de sus zapatos, para más o menos emparejar el paso.
Un día ya no lo vimos en la pequeña ciudad que era el Saltillo, había viajado lleno de ilusiones a la Ciudad de México para ingresar a la Facultad de Medicina, él quería servir a la humanidad, desde la perspectiva del médico, pero vio frustrado su intento. Regresó a la provinciana ciudad, como muchos que hemos ido a la gran metrópoli, tras el fracaso de conquistarla o que nos conquiste.
Raymundo llegó a su tierra para ser profeta en ella y lo logró con creces, y si no ejerció la medicina, cuando menos instaló un negocio muy cerca de quienes prodigan salud a sus dolencias, fundó una farmacia y desde ahí no sólo surtía recetas, sino que te recetaba y aplicaba la inyección.
Era muy bueno para la jeringa. Ingresó, como todos los grandes, de aprendiz a la Gran Botica Saltillo (ya desaparecida), en la década de los 50. La Saltillo era la farmacia más completa y eficiente de la ciudad. Sus dueños formaban una sociedad anónima y aparecía como gerente don Juan Saucedo, de estatura alta, para la media del saltillense.
Ahí el buen Raymundo aprendió de la farmacopea, arte científico de preparar los medicamentos en el mortero, una especie de vaso de vidrio resistente, en donde se machacaban las especias y drogas, para elaborar las medicinas que el doctor indicaba al enfermo y que se remonta a los inicios de la medicina. Ahí se elaboraban las fórmulas magistrales y químicas.
Donde permaneció por ocho años y en la década de los 70, su papá le propone instalar una tienda de abarrotes, pero Raymundo le suplica que mejor una farmacia, que era el negocio que conocía y que manejaba a la perfección y así sucedió.
Así nace la Farmacia París, junto a tradicionales negocios de nuestra juventud, en un tramito de la calle Allende, entre Lerdo de Tejada y Pérez Treviño, donde había de todo: una Central de Autobuses, una estación de radio, una fábrica de hielo, una fábrica de café y chocolate, una cantina, un restaurante, La Canasta, de las Garza Arocha, que vendía pollos rostizados, que luego se convertiría en un lujoso y especial restaurante. Además, en esa cuadra había una mueblería, una cerrajería, un salón de baile, una arena de box y lucha; una tapicería, una tienda de música (aparatos, instrumentos y discos); una camisería, dos hoteles (El Nuevo León y el Poza Rica); una bolería, una salchichería (venta de carnes frías, jamón, tocino, etc.), entre otros negocios.
Sus vecinos comerciantes fueron Juan F. Garza, Humberto Hinojosa; los señores Alanís Salomón José, el dueño de la tienda La Única, que incluso era fábrica de ropa. Así como Ampelio Sánchez, Eustolio Valdés, Alfredo García, Raúl Dávila y su fábrica de hielo.
Raymundo se casó con doña Florinda Cerecero, quien por muchos años fue su gran apoyo. Ambos abrieron una sucursal de la Farmacia París, en la colonia Provivienda. Raymundo decide retirarse y deja los negocios a “Mundín”, su hijo mayor, quien es químico. Un muchacho ejemplar, quien estamos ciertos que por la gran competencia le obligó a cerrar las farmacias París. Don Raymundo y doña Florinda tuvieron siete hijos.
Farmacia París, como muchas otras, como la Monterrey de mi amigo Chavalo Medina, que por cierto también cerró ya, se formaron con mucho sacrificio y a lo largo de más de 40 años sirvieron ampliamente a miles de saltillenses.
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