La vida es movimiento, fluido y continuo.
A veces, este movimiento puede ser armónico, como una coreografía de baile, en la que los pasos de los bailarines, la música y la escenografía se integran de tal manera que alcanzan la perfección.
En otras ocasiones, el movimiento de la vida puede ser como una fuerte corriente que nos arrastra, ya sea porque tratamos de ir en su contra o porque no tenemos la fuerza suficiente para nadar.
Quizás muchas personas se sientan como marionetas en las manos de un hábil titiritero, quien pone en escena su actuación en el teatro de la vida, como si no tuvieran posibilidad de decidir su destino, limitándose únicamente a entretener al público que fue a asistir a un espectáculo.
Sin embargo, nuestra vida no es una actuación que interpretamos para entretener a los demás, y no somos -ni deberíamos ser- títeres en las manos de nadie. Los únicos responsables de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestras vidas somos -o deberíamos- ser nosotros.
Aquí hay tres noticias: una mala, una buena y una excelente. Normalmente, queremos escuchar primero la mala, así que comenzaré con esa. La mala noticia es que, en la vida, hay sucesos que pueden llevarnos a vivir situaciones difíciles y que no dependen de nuestra voluntad. No los podemos controlar y muchos de ellos son como la corriente que nos arrastra, como una avalancha que arrasa y nos puede colocar una situación muy crítica.
La buena noticia es que estos sucesos son generalmente pocos en comparación con todo lo que llegamos a vivir a lo largo de nuestras vidas. Y la excelente noticia es que, aun cuando hay acontecimientos que no podemos evitar, seguimos manteniendo el control sobre nuestra actitud frente a ellos.
Ante cada “crisis” que enfrentamos (y no me refiero sólo a las crisis individuales que cada persona puede vivir, sino que, desde una perspectiva más general, el mismo criterio se aplica a las crisis institucionales y globales), podemos decidir qué vamos a hacer.
Podemos dejarnos arrastrar o aprender a fluir de manera armónica y bailar con el ritmo de los acontecimientos. Normalmente, percibimos las crisis de manera muy negativa, porque el cambio asusta. Es una fuerte sacudida que nos saca de nuestra zona de confort, nos incomoda y nos obliga a hacer ajustes en lo que teníamos antes (y que quizás ni siquiera nos hacía sentir bien). Pero, muchas veces, preferimos adoptar el refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Quizás, entonces, deberíamos preguntarnos si todos aquellos acontecimientos que llamamos “crisis”, por ser difíciles o desafiantes, son realmente malos, o si depende de nosotros atribuirles un juicio de valor según lo que decidamos hacer frente a ellos.
Es decir, ante cada “crisis” de la vida o del mundo, podemos decidir si queremos quedarnos en las manos del hábil titiritero y dejarnos arrasar por la avalancha, o si preferimos movernos de donde estábamos, hacer ajustes en lo que teníamos o vivíamos antes, y avanzar en la construcción de algo nuevo que se adapte de manera armónica a las nuevas condiciones que la vida o el mundo nos presentan.
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