Por: LEONARDO CURZIO
Hablar con Trump es como ir a un parlamento abierto. Te escucharán porque no tienen más remedio, pero en el fondo la decisión ya la habrán tomado. De todas maneras, hay que reconocer que no estuvo mal la llamada del jueves (Sheinbaum y Trump) de una docena de minutos, sin bombas sucias de por medio y un ánimo de empezar con un cuaderno limpio.
Ahora toca construir una plataforma de diálogo que permita gestionar una relación tan compleja sin contaminar demasiado algunos cauces con los otros. El modelo Trump se basa en presionar en el tema comercial para obtener ventajas en el campo de la seguridad o en la pista migratoria. No será diferente esta vez, porque a los 78 años y después de un éxito como el que ha tenido tratando con tres gobiernos mexicanos, sería insensato que cambiara de método.
Supongo que Sheinbaum cederá espacios donde pueda darle satisfacción a un líder transaccional. El país (porque además es nuestro interés) se aplicará en el control de fronteras y aduanas para ofrecer mejores métricas en la contención migratoria y el contrabando de fentanilo. Si esto se logra, Trump no presionará demasiado con los temas comerciales salvo en los asuntos que parecen inevitables. El primero es la obstinación mexicana de complicar la relación en la pista energética. El segundo la extinción de órganos autónomos y el cambio de reglas que supone la nueva reforma judicial y tercero el subregistro de las inversiones chinas en México. Es probable que nos aprieten por el lado de la inversión china ya existente en el ámbito de las telecomunicaciones y el ciberespacio. Pero a Trump esto de que el gobierno mexicano vaya cancelando derechos como el del acceso a la información o politice a los tribunales no parece importarle demasiado. Él solo espera de México estabilidad y sumisión a sus designios. Está en las antípodas del idealismo demócrata.
Pero lo que queda en el fondo de la problemática bilateral es que si hace ocho años ganó una elección recurriendo al antimexicanismo, ese estribillo creció. En el último trimestre de su campaña: prácticamente nueve de cada 10 discursos tuvieron un énfasis antimexicano ¿Por qué seguimos teniendo tan mala imagen en los Estados Unidos? ¿Por qué ocho años después este país no funciona mejor ni en seguridad, ni en infraestructura, ni en control territorial? El México del 24 sigue siendo un país vetusto y lleno de baches, con una infraestructura disfuncional y unos niveles de violencia que no ceden. No hay manera de cambiar la percepción en Estados Unidos si el país no cambia, si no se pacifica, si no logra que sus puertos y carreteras funcionen, que sus aduanas no sean alternativamente embudos y coladeras y que el imperio de la ley se imponga sobre los extorsionadores y narcotraficantes. Hasta ahora el gobierno solo ha podido imponerse sobre otra rama del Estado, la judicial. Es un triunfo tan pírrico como el de un hermano mayor que se apropia del juguete del menor. No hay ninguna gloria en lo que han hecho y por ello no hay júbilo en las calles. Es más bien una derrota infligida a nosotros mismos. Me temo que así no se gana prestigio en el exterior. La propaganda funciona muy bien en casa, pero no da de comer. Lo que necesitamos para cambiar la imagen del país es eficiencia gubernamental, orden, seguridad o por decirlo como el poeta: “puentes de concreto, grandes turbinas, tractores, plateados graneros, buenos gobiernos”.
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