Mucho se ha hablado de la perdida de confianza y hartazgo que impera hoy entre la ciudadanía mexicana para con la clase política. Pero resolver con exactitud las causas de esta, nos obliga a sumergirnos en la historia reciente de México, en la polarización, división y encono que el propio Presidente ha generado. Sin lugar a dudas uno de los principales mensajes que los mexicanos han hecho a la clase política, fue el dado la semana pasada en las urnas. El abstencionismo ganó.
Si nos ponemos a analizar la situación de cada estado, solamente Tamaulipas mantuvo prácticamente la misma participación que hace 6 años. Para que dimensionemos mejor, en 2017 en Coahuila, cuando se renovó el Congreso del Estado, 38 ayuntamientos y la Gubernatura, participó el 60% del electorado.
Sin embargo el pasado domingo, por increíble que parezca –ya que las gubernaturas, junto a la Presidencia de la República, son las elecciones generalmente mas concurridas– a la gente no le interesó participar. En Oaxaca votó 20% menos que la elección de Gobernador anterior, en Hidalgo 12% menos, Quintana Roo 14%, y menos abrupta la caída, pero digna de llamar la atención, Aguascalientes 7% y Durango 6% menos que hace 6 años.
En Oaxaca, Hidalgo y Quintana Roo el abstencionismo fue determinante en el resultado, incluso es preciso señalar, a los “puristas” o a la “Chairiza” que critican que las “coaliciones electorales” son las que ahuyentaron a la ciudadanía de las urnas, que ese no fue el factor principal, si no todo lo contrario, para muestra está el hecho de que ni en Oaxaca ni en Quintana Roo se celebró convenio de coalición y fueron ambos los estados con la caída mas significativa de participación. El “dominio” aparente de Morena en estas entidades puede ser engañosa puesto que en 9 de cada 10 casillas donde triunfaron obtuvieron una cantidad de votos menor que el número de ciudadanos que no votaron. Esta situación se repitió en el 80% del total de casillas instaladas en ambos estados, en las que el abstencionismo fue el principal “ganador” con cifras superiores a los votos alcanzados por el partido más votado.
A saber, que hoy por hoy el “mayor partido de México es el abstencionismo” y que según estudios estadísticos el mayor porcentaje de abstencionistas, tanto en Oaxaca, Quintana Roo e incluso Hidalgo, está en la población más educada y con más bienes económicos en su hogar. Coincide que las decisiones fundamentales del Gobierno de Lopez Obrador van en contra de esas franjas de la población, que podríamos llamar, en general, “clase media”. El Gobierno “no es amigo”, ni en el discurso ni en los hechos, de las clases medias, sin embargo, el mayor enemigo de éstas es precisamente su marcado abstencionismo electoral, bajo el, entiendo y huelo, desdén a la política de Morena y Lopez Obrador, de los que piensan que no hay manera de derrotarlos, por eso muchos de ellos argumentan que “si ya sabemos quien va a ganar, para que salgo a votar” cuando debería ser todo lo contrario. Ahí esta el ejemplo de Tamaulipas, que aunque la Coalición no ganó, la diferencia fue de 4 puntos porcentuales, o en Durango y Aguascalientes que aunque bajaron su participación respecto a hace 6 años, esta fue mínima y terminaron ganando los candidatos de “Va por México”.
Queda claro, que si ciertos grupos de la sociedad dejan que las elecciones las decidan aquellos que son beneficiarios de programas sociales –a quienes amenazan para que voten– no solo el abstencionismo ganará, si no también los candidatos de Morena que representan los gobiernos autoritarios, extremistas y socialistas, que matan democracias, aniquilan instituciones y pulverizan clases sociales. Sí, como en las dictaduras de America Latina.
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