Existen varias versiones sobre esta historia, una de ellas es ésta, la del Dr. Alfredo Cantú: Concepción Méndez, gran cantante y actriz mexicana conocida como Concha Méndez, participó cuando era muy joven, el 10 de abril de 1864, en una velada en el Teatro Nacional de la Ciudad de México, que después de la coronación del emperador Maximiliano pasó a llamarse Teatro Imperial, en donde cautivó a la emperatriz Carlota que lloró de emoción por la interpretación que hizo la cantante con su extraordinaria voz, unido al sentimiento que le imprimía al cantar La Paloma, del español Sebastián Iradier.
Al punto que hizo llamar a la cantante a su palco y en presencia del público, le obsequió una bellísima pulsera de oro que llevaba puesta, que portaba las iniciales MCA, que correspondían al nombre de María Carlota Amalia, que llevaba además incrustaciones de brillantes.
Días después, la emperatriz le envió a su casa un hermosísimo vestido como muestra de admiración a su talento.
Años después, ya sepultado el efímero imperio, Concha Méndez actuaba en un teatro de la gran capital donde predominaba el público masculino y en su totalidad simpatizantes del partido liberal, le exigieron a la cantante que interpretara una parodia de La Paloma, elaborada por los liberales donde se hacía burla de Carlota y Maximiliano.
Una de sus estrofas decía: “Si a tu ventana asoma un burro flaco, trátalo con desprecio, que es un austriaco…” La exigencia llevaba cierto sentido de morbo, porque conocían que la cantante había sido amiga y protegida de Carlota.
Ella solicitó al público en primera instancia silencio y luego dijo que nunca podría cantar la canción que le pedían, porque aún llevaba en su brazo la pulsera que le regaló una infeliz princesa, que sola, viuda y loca, muy lejos de México, aún se lamenta.
Que no podía insultar, al igual que el pueblo de México, la memoria de un desdichado príncipe ajusticiado en Querétaro, ni de una virtuosa dama que, en vez de corona de reina, lleva una corona de martirio.
Después de un embarazoso silencio, la cantante estalló en lágrimas y les dijo que, si así lo deseaban, podían matarla, que prefería la muerte a ser una infame y una ingrata, besó la pulsera y entre sollozos se cubrió la cara con sus manos.
El público que deseaba obligarla a cantar la parodia, se puso de pie y le proporcionó una estruendosa ovación con vivas a la cantante y a México.
Como colofón a esta anécdota, nunca más le pidieron a Concha Méndez que entonara la canción que la hizo famosa. “La otra historia de México. Juárez y Maximiliano, La Roca y el Ensueño” de Armando Fuentes Aguirre.
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