Los reos del penal estatal lo construyeron
Fueron reos sacados de la Penitenciaria del Estado, que se ubicaba en General Cepeda y Castelar, los encargados de la obra negra del puente o paso a desnivel que une a las calles de Allende con Venustiano Carranza.
La paga por jornada era entonces de un peso con 25 centavos diarios, además de “los sagrados alimentos”. Más de dos años duró la famosa obra, diseñada y dirigida por el ingeniero saltillense Pablo Cuéllar Valdés, que se intentó perpetuar con una placa con su nombre y fecha de la obra, chapa conmemorativa que se ha perdido con el tiempo. Sólo un reo escapó durante los trabajos de construcción del famoso paso a desnivel, el primero en su tipo en toda la historia de la ciudad de Saltillo.
Carlos Luis Dávila de la Peña, vecino de la calle General Cepeda, en la Zona Centro, fungió como supervisor de la construcción del paso a desnivel que este 2025 cumple 72 años, y sigue intacto, sin ninguna reparación, sólo remodelaciones de su principal fachada, que son las paredes de la propia avenida bajo el puente. Ya un gobernante le puso jardineras, otro amplió el ancho de la calle y redujo las banquetas; un alcalde pintó las paredes de gris, otro de blanco, uno le puso una placa con la leyenda “Aquí comienza la historia”, y otro se la quitó. A ver qué más se les ocurre.
El monumento a la buena construcción nos recuerda sin darnos cuenta a su paso por la historia moderna de la ciudad, una obra que, gracias a su calidad, nadie más ha podido modificar o eliminar del pasado.
El puente diseñado por el ingeniero Pablo Cuéllar Valdés fue objeto de burlas, porque “los expertos” de aquella época decían que se inundaría con la primera lluvia, pues carecía de cualquier sistema de desagüe o alcantarillado.
“Milagrosamente” el ingeniero Cuéllar previó todo, y con su teodolito en mano (instrumento de precisión que se compone de un círculo horizontal y un semicírculo vertical, ambos graduados y provistos de anteojos, para medir ángulos en sus planos respectivos), y solucionó el problema, de tal suerte que el paso a desnivel de Allende con Carranza nunca se inunda y produce una especie de ilusión óptica, como si el puente estuviera hundido y el efecto de que el agua de lluvia corre hacia el sur y no al norte.
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