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Coahuila

La nueva teoría de la relatividad

Por Fernando de las Fuentes

Hace 3 semanas

“Mentir está en la naturaleza del hombre como la respiración”
Thomas Hobbes

 

 

Esto ya no es una sorpresa para nadie: la mentira es indispensable en la vida del ser humano; como mecanismo de defensa a nivel personal y como moduladora de todo tipo de relaciones.

Hasta el siglo pasado y principios del presente todavía era un escándalo afirmarlo y vergonzoso admitirlo, poque el ser humano, desde que emprendiera la búsqueda racional y sistemática de la verdad, en la Grecia antigua, maniqueamente convirtió la mentira en el enemigo del autoconocimiento y el veneno de las relaciones.

Sin embargo, nunca pudo dejar de mentir, pero exigió de los otros no hacerlo, a sabiendas de que era imposible. Creó, pues, otra mentira: hacemos como que creemos que nos dicen la verdad, trátese de quien se trate, hasta que su mentir sea tan descarado que nos demos cuenta o hasta que dejemos de necesitar sus mentiras. Esto nos permite que los demás hagan lo mismo respecto de nosotros.

Esta había sido la convención social predominante durante milenios; moralmente la verdad era lo deseado y la mentira lo detestado, hasta que entramos en una nueva era, que ya había empezado a perfilarse a finales del siglo pasado, llamada posmodernidad, modernidad líquida o hipermodernidad. Filósofos y sociólogos pronosticaron el futuro con más precisión que brujos, profetas o tarotistas.

Nos fuimos adentrando gradualmente en esa era, y las características que le atribuyeron hace más de 40 años aquellos pensadores (Lyotard, Bauman y Lipovetsky, entre otros), se acentuaron cada vez más: relativización de la verdad, pérdida de cohesión social, banalización de la cotidianidad, superficialidad en las relaciones, cambios vertiginosos, inestabilidad presente, incertidumbre a futuro, fuerte individualidad con una débil identidad personal y sin responsabilidad social.

Con el avance cada vez más acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación, orientadas predominantemente a la mercadotecnia y la promoción de la imagen propia, la mentira se convirtió en pauta, sin faltar a la verdad, pues esta es completamente relativa, cuestión de puntos de vista y narrativas, las tuyas contra las mías, las de ustedes contra las nuestras. Discutamos en las redes sociales, subámonos al ring de la polarización o involucrémonos en una batalla campal viralizada, sean temas relevantes o triviales, lo importante es convertirnos en influencers. Eso es ser exitoso hoy en día.

La verdad ha dejado de ser valiosa por sí misma. Sólo tiene el valor que cada individuo desee darle. Y eso no está ni bien ni mal. Se acabó la larguísima era de la verdad como la panacea. Nos guste o no. Pero convertir la mentira en el aire que respiramos, sin percatarnos cotidianamente de ella y de lo vital que se ha vuelto, puede ser aún más perjudicial, tanto a nivel personal como colectivo, que la rigidez en la búsqueda de lo verdadero.

De ahí que sea necesario saber cómo opera la mentira y para qué nos es útil. Lo primero que hay que saber es que mentimos en dos dimensiones: a los demás y a nosotros mismos. Ambas están estrechamente relacionadas.

Luego hay que tomar en cuenta que mentir cuesta mucho más trabajo que decir la verdad, y no intento dar con esto un consejo práctico, sino reforzar la idea de que mentir es esencial para el ser humano: el cerebro tiene que hacer una triple operación, que consiste en reprimir la verdad, elaborar una historia, parcial o totalmente nueva, pero verosímil, y gestionar el miedo a que nos descubran.

Por si fuera poco, mantener el producto de este intrincado proceso puede llevarnos a tener que elaborar más mentiras y volver a recorrer el mismo camino mental, lo que va complicándonos la vida. Llega así un momento en que convertimos esas mentiras en nuestras verdades, para no estar permanentemente en riesgo de que se nos caiga el tinglado.

Y el tema es complejo, así que lo llevaremos a la próxima semana.

 

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