“No dices nada por evitar conflictos, y vives en conflictos por no decir nada”
Se nos enseñó a vivir tratando de tener la fiesta en paz, pero esto no necesariamente es sano. Es inevitable que nos enfrentemos a situaciones que nos descuadran. Cada tormenta es imprevisible. La vida está llena de conflictos cotidianos. Ya sea porque está en nuestras manos o porque no lo está, siempre aparece en mayor o menor medida, un conflicto. Lo interesante de esto es aprender cómo respondemos ante él y analizar si pudiera hacerlo de una manera más asertiva.
¿Cuándo entramos en un conflicto? Cuando tenemos cierto temor a confrontar las diversas opiniones, nos sentimos vulnerables o ridiculizados al exponer un punto de vista.
Como en todo siempre hay opciones.
Al momento de tener un conflicto, tenemos varias opciones para resolverlo.
Podemos elegir responder de manera pasiva, evadir y hacer que no pasa nada y usualmente “tragárnoslo”, o reaccionar de forma emocional que agrave la realidad del conflicto.
¿Cómo me vivo ante el conflicto? ¿Cómo suelo responder? Existen 4 opciones…
1. Hablando, intento cambiar lo que no me gusta al decir… “Tenemos que hablar”. En esto radica una actitud constructiva que busca resolver.
2. Persistir. Independientemente de lo que suceda, estoy aquí. Si adoptamos esta tenemos que ser conscientes del precio que pagamos por elegir estar callados… “El tragarme lo que quiero decir”.
3. Desatender o hacer el mínimo. Esta actitud es pasiva. Reduce todo esfuerzo y se acomoda en la posición de criticar. Esta actitud no mejora las cosas… en otras palabras sería “La ley del hielo”.
4. Huir. Esta suele ser la ultima respuesta después de haber optado por las demás.
Todos nos manejamos de manera distinta. Aprendimos en la infancia los patrones que vimos sobre resolver, y en ocasiones no son de las formas más bonitas. Cuando sobre-reaccionamos ante algún contratiempo, somos agresivos o no somos resolutivos de una forma sana, es necesario que trabajemos identificando por qué reaccionamos así y busquemos aprender técnicas terapéuticas para resolverlo de manera más sana.
Jose Luis Martorell, director de Psicología Aplicada de la UNED, lo decía muy claro…
“Cuando observamos y tratamos a los diferentes miembros de un grupo, una familia o una pareja, vemos que los que se sienten mejor no son quienes evitan los conflictos; lo que distingue a los que funcionan bien de los que se sienten mal, frustrados, no es que no tengan conflictos, sino que tienen estrategias para resolverlos”.
No hay respuesta correcta, pero sí hemos de equiparnos de estrategias para comunicarnos mejor frente al conflicto y atravesarlo para generar relaciones más sanas. Identifica cómo afrontas el conflicto, puede ser que lo primero que hagas sea: Gritar, llenarte de ira, cerrarte y no escuchar, irte, echar culpas al otro.
La clave para crecer es darnos permiso de aceptar qué cosas podemos mejorar. Entendiendo que nadie está ni bien ni mal, no es un ganar, es un resolver.
Cada situación requiere una actitud distinta. Pero todos los conflictos requieren de una actitud abierta para hablar y ser resolutivos.
Cuando sabemos afrontar y reconocemos las reacciones o relaciones que nos llevan a activar la ira, podremos ir a la raíz de que es eso que me lo despierta. En esos momentos busca identificar…
• Cuál es el verdadero problema. No darle vueltas. No sobrenaturalices, básate en realidades.
• Di lo que tienes que decir sin más. En ocasiones dejamos de hablar para que el otro pueda responder. Sé claro con lo que tienes que decir.
• Exprésate pero también intenta comprender al otro. Busca hacerlo con respeto. Respira y vuelve a respirar.
• Evita discutir y mantén la calma.
• Identifica cual es la solución o las mejores opciones para resolver el problema.
• Céntrate en el problema real del conflicto y deja a un lado todo lo demás.
No enfrentar el conflicto no hace que desaparezca, al contrario hace que surjan más. Y tú… ¿qué reconoces en ti que quisieras hacerlo de forma distinta?
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