ESTIMADOS LECTORES Y LECTORAS:
Esperando que este fin pasado hayan tenido la oportunidad de descansar y festejar la independencia de México, más conscientes de nuestro México de hoy, de nuestras acciones y de quienes nos gobiernan, solicitarles nuestras necesidades como país, como ciudad donde vive cada uno, yo en Saltillo, Coahuila.
Aprovecho para felicitar muy amorosamente a mis padres: El DR. JORGE SAÚL MARROQUÍN DE LA FUENTE, Y LA C.P. GRACIELA NARVÁEZ DE MARROQUIN, que el 16 de septiembre pasado cumplieron 63 años de matrimonio, formando una bella familia con cinco hijos: Mirna, Elba, Jorge, Verónica y Sergio. Una querida nuera, Thelma, 2 yernos, Raúl y Arnoldo, ambos mis compadres, así como sus esposas, mis hermanas. Doce nietos: Valentín, Verónica, Saúl, Alejandra, Andrea Paola, Óscar, Estefanía, Sergio, Jorge, Mirna Cecilia, Rogelio y Pablo, y cuatro bisnietos: Julieta, Rebeca, Beto y Esmeralda. Agradecidos con Dios por tan bella bendición de tenerlos con nosotros.
Y ya que andamos con las felicitaciones, pues este pasado 19 mi santa madre hermosa cumplió, bendito sea Dios, 88 añitos, te amo tanta madre, te abrazo y beso con el alma, Dios te guarde más años llenos de salud. Imagínense, que bendición tener a mis padres juntos, sanos dentro de algunos achaques, si yo ya los tengo, imagínense ustedes.
Ya entrando en tema:
Ahora tocó la herida de la injusticia: es una de las cinco heridas emocionales que afectan profundamente el bienestar sicológico de una persona, según la teoría de Lise Bourbeau.
Esta herida se origina principalmente en la infancia, cuando un niño, desde los 3 hasta los 6 años aproximadamente, percibe que ha sido tratado de manera desigual, injusta o desproporcionada, ya sea en el seno familiar, escolar o en su entorno cercano. El niño puede experimentar un trato preferencial hacia otros hermanos, falta de reconocimiento de sus esfuerzos o expectativas desmedidas. Esta percepción de injusticia provoca una sensación de dolor emocional, rechazo o insuficiencia, generando una profunda insatisfacción consigo mismo y con el mundo.
Otro ejemplo: Puede ser un hijo único, que los abandono el papá, y la mamá teniendo que mantenerse junto con su hijo, trabaja todo el día. Es una injusticia para un niño estar solo, sin sus padres. Tal vez hubo alguien a su lado, pero eso no le proporcionó las necesidades primarias o básicas de la pirámide de Maslow que es la protección, la seguridad y, sobre todo, el amor. No sabemos si la persona que lo cuidaba lo trataba fríamente o no conectaba. Y esto es injusto para un pequeño niño, o lo cuidó la abuelita muy exigente de otra generación, en fin, puedo poner infinidad de ejemplos.
La herida de la injusticia está vinculada con el perfeccionismo. Las personas que la desarrollan tienden a ocultar sus emociones tras una máscara de “rigidez”. Esta máscara se construye como un mecanismo de defensa para no volver a experimentar el dolor de la injusticia. Así, quien sufre esta herida suele ser muy exigente consigo mismo y con los demás, buscando siempre la perfección. Él o ella no pide ayuda, es muy raro que lo hagan, son muy autosuficientes en todo lo que hacen. El perfeccionismo se convierte en una barrera emocional, ya que la persona evita mostrar vulnerabilidad o debilidad, por miedo a ser nuevamente víctima de un trato injusto. Y muchos con esta herida estudian abogacía. Para una de dos, para hacer justicia, o para que se la paguen. Obvio no generalizo.
Bajo esta máscara de rigidez, la persona puede parecer fría, controlada y distante, lo que le impide conectar emocionalmente con los demás de manera auténtica. Paradójicamente, quienes sufren la herida de la injusticia suelen sentir que no reciben el reconocimiento que merecen, lo que alimenta su frustración y refuerza la percepción de vivir en un entorno injusto. En su vida cotidiana, pueden mostrarse obsesionados con el orden, el equilibrio y la imparcialidad, y tienen dificultades para aceptar sus propios errores o limitaciones. Para protegerse del dolor que provoca esta herida, la persona desarrolla una máscara de rigidez. La rigidez se manifiesta a través de un alto grado de perfeccionismo y autocontrol. Quien lleva esta máscara se esfuerza por ser impecable en todo lo que hace, evitando cualquier error o muestra de vulnerabilidad. Cree que, al ser perfecto, evitará ser tratado de manera injusta nuevamente. Para no dejar ver sus emociones, buscando mantener el control en todas las situaciones. Esta máscara, sin embargo, no sólo protege, sino que también impide una conexión genuina con los demás. Las personas con esta herida tienden a sentirse incomprendidas y pueden ser vistas como duras o intransigentes. Al no permitir la imperfección en sí mismos ni en los otros, se ven atrapados en un ciclo de insatisfacción constante. Sanar la herida de la injusticia requiere trabajar en la aceptación de uno mismo, aprender a ser más flexible y compasivo, y dejar de buscar validación externa a través de la perfección.
Les dejo un abrazo de luz, hasta la próxima, su amiga y terapeuta verónica. Diosito por delante.
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