Coahuila
Hace 2 semanas
En el umbral de la esperanza, donde el aire de abril entrelaza el perfume de las flores con el canto de los pájaros, encontramos un eco antiguo de renacimiento y transformación, pues en la penumbra de la crucifixión, resuena la promesa gloriosa de la vida que resurge, un símbolo eterno que nos recuerda que en cada sombra la luz es posible.
El Domingo de Resurrección no sólo marca la culminación de la Semana Santa, sino también da inicio al tiempo pascual, donde el espíritu de renovación florece en cada una de las almas. Es momento en que la oscuridad de la tristeza cede espacio a la luz de la esperanza, y nos apremia a reflexionar sobre las posibilidades infinitas de la vida.
La Resurrección, ese acto sublime de libertad y amor divino, resuena a lo largo de los siglos como una melodía que invita a la sanación. Al igual que las flores que emergen del suelo después del frío invierno, la promesa del resurgir se hace tangible en nuestras vidas. “Ciertamente, ha resucitado”, proclama la tradición cristiana, recordándonos que, en cada final, hay un nuevo comienzo. Este mensaje nos arrulla, recordándonos que las dificultades y las pruebas no son el final de nuestra historia.
Celebrar la Pascua es celebrar no sólo la resurrección de Jesús, es un festín de colores que nos da la posibilidad de resurrección en nuestras propias vidas. En este prodigio, el sepulcro, antes frío y vacío, cobra vida, y la esperanza, cual luz tenaz, vence a la muerte misma.
Así, la resurrección del Salvador trasciende el tiempo y nos ofrece un precioso regalo: dejar atrás las cargas, renacer en nuestras convicciones, y abrazar una nueva forma de vida que refleje compasión, amor y colaboración.
Para celebrar este día, las campanas que resuenan rasgando el aire de la mañana invitando a los cristianos a un canto de alabanza por la Resurrección. Sin embargo, nos recuerda a todos que este renacer, al igual que la flor que se despereza tras el invierno, es un despertar a la compasión y a la solidaridad.
La Resurrección llama a una forma de vida que va más allá de las palabras, que se manifiesta en actos de amor y generosidad. Nos instan a extender la mano a todo aquel que lo necesita, recordándonos que lo verdaderamente significativo se encuentra en el dar. Y cada acto de bondad, se convierte en reflejo de una vida nueva.
Así, como el conejo de Pascua simboliza la fertilidad y nuevo comienzo, nosotros, a través de nuestros actos y pensamientos, sembramos la semilla de un futuro inmediato. En este momento de recogimiento y celebración, aprendamos a mirar el resplandor de la Resurrección no sólo como un hecho bíblico, sino como una experiencia viva que nos invita cada día a resucitar en la benignidad de nuestras acciones.
Con cada vela encendida, con cada sonrisa regalada, con cada mano tendida, no sólo renovamos nuestra fe, engrandecemos nuestra esencia. La Resurrección llama a una forma de vida que va más allá de las palabras y que se manifiesta en actos de amor y generosidad.
La Pascua, entonces, no es sólo un día para celebrar un evento cristiano, es un estado del ser, es un recordatorio constante de que cada amanecer es una nueva oportunidad. En este Domingo de Resurrección, dejemos que la promesa de una nueva vida se asiente en nuestro corazón para guiarnos hacia el horizonte de esa vida renovada y que en este día, cada persona encuentre, la esperanza y el amor que la Pascua nos brinda.
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