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Coahuila

La era de la precipitación

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 4 meses

Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano. George Orwell

Por más que quisiéramos negarlo, la influencia de la comunicación digital se ha convertido en factor modelador de la conducta humana.  Aquel temor de mediados del siglo pasado, de que llegara el momento cuando la máquina se impusiera por encima de los designios del hombre, se halla cada vez más cercano.   No sólo por el advenimiento de la Inteligencia Artificial y su inconmensurable capacidad para sorprendernos cada día más, sino por la dinámica de las redes sociales y su impacto sobre nuestra forma de reaccionar en la vida diaria.

Estamos en fechas de graduaciones. Durante la semana en esta frontera se llevó a cabo una ceremonia de terminación de cursos de una conocida escuela primaria. Al finalizar el evento los graduados de sexto año comenzaron a jugar a empujarse, como parte de la algarabía lógica de su terminación. Alguna madre de familia lo tomó en forma negativa, luego de lo cual se armó singular reyerta entre adultos, lo que trascendió en diversos medios noticiosos: Una fiesta infantil que culminó en batalla campal.

A causa de diversos factores, tanto de formación como digitales, nuestra forma de reaccionar ante un estímulo se ha vuelto poco racional, o como dice el refrán popular para referirse a ello, nos hemos vuelto “de mecha corta”. Ante un estímulo, antes que razonarlo y actuar en consecuencia, nos violentamos y atacamos. El ritmo se ha inclinado hacia la precipitación, y la emprendemos de inmediato en contra de quien nos aborda, sin conceder un tiempo para entender lo que sucede y procesar cuál ha de ser nuestro modo de responder a ello.

Mucho se habla de la generación de “niños de cristal”, término dado a conocer por la filósofa española Montserrat Nebrera: Niños nacidos en torno al año 2,000, impulsivos e intolerantes a la frustración, hijos de padres incapaces de fijar límites ni de favorecer la contención en ellos, quienes se acostumbran a obtener lo que quieren a la primera, y que no consiguen desarrollar la capacidad de frenar los impulsos inmediatos. Parte de estas reacciones permean en las interacciones humanas a todos los niveles, y tal vez haya sido el caso de la reyerta mencionada.

Las redes sociales tienen incontables aristas. Una de ellas, a la postre peligrosa, es que se han constituido en un tribunal que llega a hacer las veces de salas legalmente reconocidas, cuando no lo son. Cualquier persona es libre de publicar una información con relación a alguien más hasta convertirla en viral y conseguir tal difusión, que quien la encuentre dé por hecho que así son las cosas. Ya sea que se trate de exparejas, vecinos o personajes públicos, el concepto repetido una y otra vez, llega a adquirir una contundencia increíble. Aparte de nosotros, ciudadanos de a pie, diversos políticos utilizan de ese modo las redes sociales, como dando por hecho que una acusación por esa vía equivaldría a una denuncia formal documentada ante las instancias oficiales, lo que en definitiva no es así.

A propósito: La pretendida reforma al Poder Judicial que busca que los jueces y ministros sean elegidos por voto popular es un contrasentido.  Sería como si, para una cirugía cerebral escogiéramos al cirujano más simpático o el que haga más propaganda, en lugar de elegir al experto que va a saber resolverle el problema al paciente. Confiemos en que los cuerpos colegiados –que por fortuna aún tenemos—hagan un análisis concienzudo del tema y opten por preservar las cosas como están. Yo como ciudadana no me atrevería a emitir mi voto a favor de tal o cual candidato que se lance en campaña para ocupar un lugar dentro de la Suprema Corte o el Tribunal Colegiado, puesto que mis conocimientos de tópicos jurídicos son mucho muy limitados, y sería irresponsable decidir sobre un asunto que simplemente no domino. 

Actuar de manera precipitada: Una conducta muy de actualidad, potencialmente dañina para el desarrollo armónico de las sociedades. Dejarme llevar por lo primero que creí entender que el otro dijo, y actuar a partir de ese supuesto, habla de un doble error, el de la percepción y el de la precipitación. Por ese camino estaremos a gran distancia de construir puentes de comunicación y de alianza con los demás. Irritarnos por lo que suponemos que fue la intención de un niño al empujar al mío en una ceremonia de graduación, y arremeter contra el supuesto infante agresor o sus padres, es una forma de terminar mal una fiesta escolar.

Si antes de juzgar hacemos una pausa, respiramos y razonamos. Y entonces buscamos un entendimiento y una buena conformidad, y evitamos que las cosas se salgan de control, estaremos en el camino idóneo para generar acuerdos que a todos beneficien. ¿No creen?

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