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Coahuila

La educación, factor fundamental para construir la Nación nueva

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 3 semanas

En estos días, sin importar el sitio en donde uno se encuentre y aun cuando no se practique religión alguna, se termina por ser invadido de la sensación de que hay que practicar la holganza sin importar que no haya espacio para materializarla y se quede en simple deseo. En medio de eso, enfrentamos a la decisión de definir cuál tema escogeríamos para compartirlo con usted, lector amable. Cuando eso nos sucede, no tenemos otra opción sino recurrir a los escritos de quienes nos han permitido sustentar nuestro Liberalismo y laicismo. Uno de ellos es la mente más brillante entre LOS HOMBRES DE LA REFORMA, Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada a quien se conoce como El Nigromante. Al ojear las páginas de sus obras, nos encontramos un par de escritos, ambos elaborados en 1867 tras del triunfo de la República, que nos hicieron plantearnos un dilema.

Por un lado, teníamos uno en el cual El Nigromante le comentaba al maestro Ignacio Altamirano Basilio acerca de la instrucción religiosa. Por el otro, encontramos una reflexión acerca del plan de estudios para la educación pública. En eso de asuntos catequistas tenemos una experiencia personal muy poco grata, algo que ya hemos comentado. A los siete años fuimos expulsados de las clases de catecismo por andar realizando preguntas con aromas hegelianos, sin conocer de la existencia de Hegel. Por ello, decidimos que cualquier opinión que emitiéramos en esta ocasión podría incomodar a los practicantes de la fe cristiana ante los días que ellos conmemoran/celebran y eso del respeto a las creencias de cada uno es algo que nuestros padres nos enseñaron desde temprano. Ante ello, optamos por enfocarnos en los asuntos de la educación pública.

Ramírez Calzada era un convencido del papel fundamental que la educación tenía para la creación de la Nación. Iniciaba su escrito mencionado que en la prensa se abordaba acerca de “la reorganización de la enseñanza que depende del Gobierno general; no sólo las instituciones, sino la vida industrial, agrícola, mercantil, literaria y científica, dependen del impulso que dan los establecimientos públicos a la instrucción de todas las clases de la sociedad; la enseñanza es libre ante la ley, pero las escuelas privadas no pueden resistir enteramente la influencia de los colegios nacionales. Pero de tantas cosas que se escriben, ¿cuáles debe aprender la juventud bajo la protección del Gobierno?” Lo que don Ignacio planteaba entonces, seguramente, hoy en día haría que los cultos integrantes de nuestra clase gobernante actual le lanzaran todo tipo de epítetos. Veamos sus propuestas.

Establecía que “tres ramos comprende la enseñanza: el primero, aunque se puede reducir a principios, consiste en ejercicios que, con más práctica que reglas, educan ciertas propensiones de algunos órganos humanos; tales son el aprendizaje de los idiomas, la música, la pintura y todos los ejercicios gimnásticos, comprendiendo en ellos el arte de los signos, como la escritura y los elementos de las matemáticas; el segundo ramo consiste en conocimientos históricos o en la clasificación de los hechos sobre diversas materias que se refieren a épocas pasadas, a actos de la humanidad ya consumados; historia propiamente dicha, obras literarias notables y sus sistemas; mitos y códigos religiosos; legislación nacional y comparada; gramática comparada o general; y los diversos sistemas filosóficos; y el tercero y último ramo se compone de las ciencias donde dominan estos dos elementos: La observación y el cálculo; estas son las verdaderas ciencias; las ciencias positivas”. Dado que el político de origen guanajuatense no se quedaba en generalidades, procedía a desmenuzar en qué consistía su propuesta para cada uno de ellos.

Al primero de los ramos lo denominaba “gimnástico. Su enseñanza obra directamente sobre los miembros u órganos que pone en acción, y se atiene de preferencia a una exacta imitación, que las reglas, a veces, facilitan y perfeccionan. Este ramo debe enseñarse a todos los seres humanos, pues sin los conocimientos que abraza, ni los hombres ni las mujeres se levantan en la escala de los demás animales; debe enseñarse en la infancia y continuarse en la primera juventud, porque los órganos de los niños se prestan sin esfuerzo para reproducir aquellos movimientos que están en el teclado de sus propensiones; deben enseñarse primero los idiomas vivos que los muertos; las lenguas de uso común que las de pura curiosidad; el canto debe acompañar a la música; el manejo de las armas es el primero de los ejercicios gimnásticos; el estudio práctico de signos, como la lectura, escritura, notas musicales, aritmética, álgebra, geometría; todo esto debe ser simultáneo: en este ramo, como en los otros, debe enseñarse diariamente poco, pero de todo; o por lo menos se formarán grupos de materias para que se alternen. No fatigar al niño y hacerle provecho esa la variedad. La base no es la gramática, sino la buena pronunciación y la exactitud esmerada en el idioma patrio”. Como es factible dilucidar de lo leído, el objetivo era proporcionar al educando una instrucción integral que le permitiera tanto su desarrollo físico como intelectual. Prevalecía el interés de prepararlo para el futuro. LOS HOMBRES DE LA REFORMA buscaban construir una Nación compuesta por hombres pensantes y no por un conglomerado de analfabetas funcionales prestos a obedecer la voz del amo.

En el contexto de lo anterior, planteaban que, en estos estudios, principalmente en el ramo de dibujo, conviene familiarizar a los alumnos con las plantas, animales y otras producciones de la Naturaleza, y con los instrumentos de las artes, y con algunos aparatos científicos, y al mismo tiempo con muchos términos técnicos que muy pronto les serán necesarios. No se debe precipitar la marcha de estos conocimientos porque son fundamentales”. Aquellos hombres estaban ciertos de cuán necesario era aprovechar el desarrollo de la ciencia para engrandecer al país. No romantizaban con el pasado estático. Ese pretérito buscaban utilizarlo como plataforma de lanzamiento para enfrentar el futuro.

Partiendo de lo anterior, Ramírez Calzada consideraba un “segundo ramo, o clasificaciones o hechos consumados que llamaremos históricos. En la enseñanza primaria y general, las naciones antiguas que han merecido el renombre de clásicas son un modelo que a toda costa debemos imitar perfeccionándolo con las luces de nuestro siglo y con las aplicaciones que demanda la actual emancipación de las mujeres”. Observemos que para aquella generación de los hombres quienes construyeron la Nación nueva, la participación femenina era muy importante. A Ramírez Calzada, conforme a otros escritos, podríamos calificarlo de ser un feminista del Siglo XIX. Él y los demás no condenaban a las mujeres al fogón, el dedal, la aguja o ser rezanderas.

Bajo ninguna perspectiva, El Nigromante asumía la postura de que todo lo proveniente del exterior era para imitarse, desde su punto de vista “en los estudios históricos o sobre hechos consumados, la humanidad va estableciendo mejoras desconocidas a los siglos y naciones que más se han envanecido por su ciencia. ¡Qué glorioso seria para México adelantarse en esta carrera, estableciendo la enseñanza histórica sobre su verdadera base que es la clasificación de los hechos desnudos de las teorías, y la clasificación de las teorías consideradas solamente como hechos! ¿Por qué no hacerlo? El grande obstáculo para los gobiernos pasados consistía en admitir dogmas o semidogmas sobre todas materias; hoy los hechos no tienen más razón de ser que su propia existencia, ni otro motivo para encomendarlos a la memoria que la utilidad que de ellos resulta”. El objetivo era que el país se colocara a la vanguardia y no estuviera en espera de lo que le dictaban de otras latitudes. Eso era mirar hacia el futuro y no tratar de retornar al pasado simplemente porque lucía muy romántico.

Como don Juan Ignacio Paulino no era muy dado a comprarse eso de las vidas futuras, mencionaba que “en otros artículos nos ocuparemos de las supuestas ciencias metafísicas que no son sino enfermedades, aberraciones de la inteligencia, y que van cayendo con la teología, ya pretendan servirle de trono, ya la adornen como corona”. Desde su concepción, lo importante era “manifestar que los hechos de la humanidad pasada, individuales o sociales, no pueden presentar sino uno de estos tres títulos para que la ciencia los adopte: su verdad, su belleza, su necesidad. La verdad es el alma de la historia, la belleza es el cuerpo de la literatura, la necesidad es la vida del derecho. Por demás está insistir en que para este ramo como para los otros, se debe proceder de lo conocido a lo desconocido, de lo propio a lo ajeno; y dejar que los hechos bien clasificados y expuestos hablen por sí solos”. Nada de invocar figuras etéreas para solventar los problemas que se enfrentaban en el diario acontecer.

Por lo anterior, no debe de extrañar que al tercer ramo lo denominara “el científico, [el cuál] presenta dos condiciones que nacen de su íntima naturaleza y que no nos cansaremos de recomendar, porque el Gobierno se ha empeñado en olvidarlos; no el dibujo clásico, sino el de aplicación a las ciencias. Y lo que más necesita de empeño entre nosotros, multiplicar los gabinetes de historia natural y de física y los laboratorios de química, para multiplicar y vulgarizar los experimentos; y multiplicar las bibliotecas para que el estudio no tropiece con la falta de libros. El encadenamiento de estos estudios no se puede fijar sino transitoriamente; depende de los adelantos y revoluciones que pasan día a día por el mundo científico”. Si bien muchas cosas cambiaron entre aquellos días cuando se dio a la educación una importancia fundamental como motor del cambio hacia delante, llegamos al Siglo XXI y de pronto, los iluminados consideraron que lo mejor era meter la reversa y desandar lo caminado.

Ramírez Calzada indicaba que “se extrañará que no nos ocupemos especialmente de la enseñanza profesional, pero ésta se halla comprendida en los ramos explicados; todas las condiciones expuestas le convienen; y lo que nos falta que decir sobre ella, es poco, aunque interesante. La enseñanza profesional no debe comprender sino lo que le sea absolutamente necesario; nada de latín ni de idiomas muertos; nada de estudios metafísicos; el Gobierno lo enseñará todo, pero unas materias serán voluntarias para los eruditos, para los aficionados, o si se quiere, para ciertas especialidades. Sobrados estudios tienen que emprender el joven para asegurarse una profesión; ¿por qué recargarlo con lo inútil, con un lujo de que después se avergüenza? Las necesidades de la sociedad moderna, lo inseguro de todos los estados, aconsejan a los jóvenes que se establezcan pronto, que aprendan dos o más profesiones y algún oficio, antes que entender algo de los idiomas sabios, o que ocupar dos años en hipótesis tan estériles en China como en Francia, tan quiméricas cuando Platón les presta las alas de su genio, como cuando Munguía y Lerdo las amontonan en una carreta de silogismos. Las ciencias verdaderas se encuentran en los idiomas modernos; los elementos de algunas ciencias históricas están en las lenguas muertas; los estudios de la infancia todos deben ser de actualidad; las profesiones comunes no necesitan en su mayor parte de esos estudios históricos, o pueden suplirlos con traducciones: la literatura sufriría algo, pero sí la nacional llega a levantarse, ganará en originalidad lo que pierda en pedantismo. Por lo demás, la literatura no es una profesión”. Quien puede dudar de que los integrantes de la generación más brillante que haya dado la patria no planteaban sus propuestas con miras hacia el futuro. No querían una nación plena de dubitativos filosofando sobre la nada. Su objetivo era que los conocimientos adquiridos actuaran como la base para que la Nación nueva saliera de su marasmo y dejara atrás telarañas intelectuales que le impedían treparse al carro del progreso.

Y como ellos no dejaban de reconocer lo positivo, así fuera un acto realizado por quienes tanto daño causaron al progreso del país podía mencionar: “Concluyamos por hoy con un acto de justicia; Maximiliano, rompiendo la clausura de los colegios, hizo por la educación de la juventud más que nosotros por la dignidad humana, rompiendo la clausura de las monjas. La juventud no sólo debe ser instruida, sino también educada; y esto no se consigue sino con el trato social, presenciando desde que la curiosidad se despierta con la vida, todos los caracteres, todas las circunstancias, todas las exigencias que en el teatro de la humanidad contribuyen a que el papel individual aparezca bien o mal representado. Entre un colegial y un hombre de mundo, hay la diferencia que entre un yankee y un coloradito con sus ribetes de afeminado. Necesitamos hombres de entendimiento y de voluntad, y no máquinas de memoria movidas por la petulancia de un ergotizador incurable”. Nada de andarse con correcciones políticas, aquellos tiempos no estaban para nimiedades, lo importante era salir del marasmo e irnos hacia el futuro.

Tras de revisar este escrito, no podemos de olvidar que en ese mismo sentido fue como se planteó el asunto educativo al momento en que nació, entre finales de los 1910s y los 1920s, el Estado Mexicano Moderno. Al amparo de este se buscó transformar al país en base al acceso a la educación. Si bien no todo lo planteado se pudo alcanzar, la instrucción y la educación fueron factores fundamentales para que el país creciera y se desarrollara. Actualmente, sin embargo, vivimos los tiempos en que quienes se hallan encargados de los asuntos educativos en el sector público estén empleados en crear una generación de analfabetas funcionales a quienes no les habrán de enseñar matemáticas, ni asuntos científicos, lo cual los habrá de convertir en entes obedientes a la voz del amo quien les indicará lo que deben o no de hacer. Al parecer, hemos retornado a los tiempos previos a la construcción de la Nación nueva. Entonces era repetir el cántico y el rezo para evitar caer en pecado. Hoy, es tararear el estribillo alabando al caudillo y glorificar el uso de la rueca, el trapiche y la estufa de leña como símbolos del futuro. De las propuestas emanadas del intelecto de LOS HOMBRES DE LA REFORMA Y LA DE LOS HOMBRES DEL NORTE, ya nada queda. Lo que prevalece es la propuesta de un sujeto de estatura menor empeñado en retrocedernos a los tiempos del santo y la seña envueltos en ropajes que dicen ser de cambio, pero que no son sino propuestas retrogradas para tener el control de quienes optan por la comodidad de la ignorancia a cambio de un mendrugo acompañado de algunas monedas. Vaya diferencia de estaturas entre los del ayer y los de hoy, alfo que no solamente se refiere a la perspectiva sobre la educación en las aulas. vimarisch53@hotmail.cnm

Añadido (25.16.58) Nos deslumbró con tanta sapiencia y como no si viene de la FAO. Lo mejor que se le ocurrió decir ante el arancel para el tomate fue: “Les van a salir más caras sus ensaladas, su kétchup y todo”. ¿Alguien le habrá dicho con qué clase de tomates se elabora el kétchup o esa es la calidad de los tomates que se exportan?

Añadido (25.16.59) Una vez que el presidente Trump anunció que se cancelaban dos mil doscientos millones de dólares que se otorgaban como subvenciones (“grants”) para la investigación y la secretaría de Homeland Security, Kristi Noem, declaró que se retiraban otros apoyos por 2.7 millones, el rector de la Universidad de Harvard, Alan Garber expresó: “Ningún gobierno debería dictar qué puede enseñar una universidad privada, ni a quién deben admitir o contratar, o qué áreas de estudio o investigación se pueden abordar”. Ni quien vaya a estar en desacuerdo con el doctor Garber, salvo que bajo esa premisa qué tal si se le quita a Harvard su estatus de exención de impuestos y se le revisa minuciosamente el origen de los fondos pecuniarios que recibe del extranjero. Al fin y al cabo, es un negocio en el cual durante los últimos años se ha convertido en un centro de adoctrinamiento político ahora aderezado con la incitación a exterminar a quienes no compartan su perspectiva ideológica y de paso aniquilar a los judíos.

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