El 26 de enero es un día que invita a la reflexión profunda, una jornada donde se entrelazan dos celebraciones que, aunque distintas en esencia, comparten un mismo latido: el amor por nuestro planeta.

La educación ambiental, que tiene su origen en la Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente en Estocolmo (1972), busca cultivar en cada individuo una comprensión del mundo natural y de nuestra relación con él. Esta celebración es un llamado a recordar que no somos meros espectadores en un escenario ajeno, sino actores responsables en la obra de la Tierra.

Por su parte, el Día Internacional de la Energía Limpia, que se celebra desde 2019 y nos invita a reflexionar sobre la necesidad urgente de transitar hacia fuentes de energía que no sólo alimenten nuestro desarrollo, sino que también respeten los límites de nuestro hogar planetario. La energía solar, eólica y otras fuentes renovables son hasta ahora el único canto de esperanza en un mundo que a menudo parece sobrecogido por el peso del cambio climático.

Ambas conmemoraciones tienen un objetivo claro: la creación de un futuro en el que la educación y la sostenibilidad caminen de la mano. Nos recuerdan que el conocimiento es el primer paso hacia la acción. En este sentido, la importancia de estas celebraciones no radica sólo en su existencia, sino en la capacidad de generar un impacto positivo en nuestras comunidades y el mundo.

Actualmente, países como China, Estados Unidos e India, representan casi la mitad de las emisiones mundiales. Las emisiones de gases efecto invernadero han contribuido al calentamiento global desde inicios del siglo 20; actividades como la quema de carbón, petroleo y gas han favorecido a que el 2024 se califique, hasta ahora, como el año más cálido jamás registrado.

En la actualidad, observamos cómo algunos países se alejan de las acciones concretas recomendadas por los organismos internacionales para proteger nuestro entorno, priorizando intereses particulares y desestimando que el cambio climático es un desafío que afecta a toda la humanidad. Ningún país puede permanecer al margen, escapar a sus consecuencias o salvarse de la pérdida de hielo en los glaciares; del aumento del nivel del mar, o del calentamiento de los océanos. Tampoco puede ignorar los fenómenos meteorológicos extremos que hemos experimentado recientemente

Ante un escenario internacional tan desolador, donde predominan intereses que a menudo descuidan el equilibrio necesario para cuidar nuestro planeta, surge la pregunta: ¿cómo podemos celebrar este día de manera significativa?

Una de las formas más efectivas de inspirar y educar a lo largo de la historia ha sido moldear ideas que nos impulsen a la acción. Las nuevas generaciones son las que heredarán este hogar que habitamos, y el cine se presenta como una poderosa herramienta para involucrar a los jóvenes. Películas como Una verdad incómoda, que documenta la lucha contra el cambio climático; Antes que sea tarde, que nos alerta sobre la pérdida de biodiversidad, y El futuro que elegimos, son ejemplos impactantes que invitan a la acción y a mantener viva la esperanza de un mundo mejor.

Sin embargo, además de sumergirnos en historias que abordan estos temas, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de convertirse en protagonista a través de pequeños gestos que, en conjunto, pueden hacer una gran diferencia. Realizar jornadas de limpieza, comenzando por nuestras casas, parques o comunidades, son actividades que, cuando se llevan a cabo de manera colectiva, representan la semilla que florecerá en hábitos más sostenibles en el futuro.

Así, que el 26 de enero se convierta en un día para aprender, reflexionar y actuar. En la intersección de la educación ambiental y la energía limpia, cada uno de nosotros tiene el potencial de convertirse en un agente de cambio. ¡Contribuyamos juntos a forjar un futuro sostenible y justo, en perfecta armonía con nuestro planeta! ¡Es hora de actuar y hacer la diferencia!”.