Hubo en el norte de Saltillo una planta procesadora de zinc, de capital europeo y mexicano, disfrazada de paraestatal denominada Zincamex, los obreros le decían “La Chingamex”.
Fueron muchos los episodios trágicos de esta factoría ante la complacencia de los tres órdenes de Gobierno, que cobró la vida de decenas de seres humanos que tuvieron la desgracia o de inhalar los gases tóxicos, o fueron calcinados por el horrendo fuego que sus hornos producían, además de la alta contaminación sobre el Valle del Saltillo. Habitantes de colonias como la Virreyes, Río Bravo y otras cercanas, así como maestros y trabajadores del Centro de Rehabilitación y Educación Especial, sufrían los estragos en su salud, por los vapores nauseabundos y letales que despedía la factoría de marras.
Sixto Molina Ramírez, un hombre de mi tiempo, fue jefe de una cuadrilla de limpieza y mantenimiento de los hornos de Zincamex desde el inicio, hasta el cierre.
Trabajaban frente a los hornos a más de 2 mil grados de temperatura. Vio caer a muchos de sus compañeros que no soportaron el intenso calor o eran víctimas de un letal flamazo, que en algunas ocasiones los convertía en cenizas. Solo eso y la indemnización entregaba la empresa a los familiares del trabajador. Personas venidas regularmente de zonas ejidales o lugares donde la única ocupación eran las minas de la empresa. ¡Caían como moscas fumigadas, ya fuera por el calor insoportable o por los ácidos que aspiraban!
El olor era insoportable, pero el daño era peor. Mientras que en los seres humanos ocasionaba conjuntivitis, irritación en los ojos y otros efectos letales internos, el efecto más notorio de su acción se notaba en la ropa en los tendederos, en la lámina de automóviles y techos, picados por el ácido. Por ejemplo en el CREE, el Centro de Rehabilitación y Educación Especial, al norte de la avenida López Zertuche, muy cerca de la fundidora, los fétidos olores se confundían con los que emanaba una fábrica de chicharrón durito de puerco, bajo el nombre Alimentos Selectos.
Más de 22 años operó al norte de Saltillo, la Zincamex (de 1958 a 1980), donde ahora está un Centro Deportivo de la Universidad Autónoma de Coahuila, y el Biblioparque Norte. Hasta el año 2010, aparentemente persistía la contaminación por las cientos de toneladas de escoria que fue depositada a la intemperie, sin que ninguna autoridad local, estatal o federal se preocupara de ello, hasta que el joven alcalde Jericó Abramo Masso decidió utilizar una porción de los terrenos cedidos al Ayuntamiento por el Gobierno federal, propietario de la factoría, para construir un centro deportivo cultural. Surgió entonces la idea de analizar la tierra, para conocer el grado de contaminación, incluso contrató a expertos de la ciudad de Monterrey, quienes aparentemente no encontraron problema con el material de desecho, pero de todas formas fue retirado hacia un confinamiento ubicado en Mina, Nuevo León.
Dos de los cinco hornos, a través de las torres o tiros correspondientes, quedaron como testimonio de una historia macabra con capítulos propios de una novela de terror, con escenas que fueron reales, según el testimonio de uno de los sobrevivientes de esta hecatombe.
El personaje central de este desastre natural, que cobró decenas de víctimas, muchas de ellas de forma dramática y escalofriante, fue el jefe de una cuadrilla de mantenimiento, de nombre Sixto Molina Ramírez, cuyo equipo “limpiaba los hornos” luego de las descargas de los lingotes de zinc, cadmio y a veces plata y oro, que por miles de toneladas se procesaban en la planta.
Diariamente, a las 4 de la mañana se iniciaba el “sacrificio”, porque a las 7:30 comenzaba la fundición de los minerales –“Dios mío dame fuerzas para soportar este intenso calor” y se persignaba el buen Sixto–, calor que dentro de los hornos era superior a los 2 mil grados centígrados y que penetraba las paredes, sofocando prácticamente a los operarios de mantenimiento.
Vio a muchos de sus compañeros morir, ya fuera por intoxicación o calcinados por el fuego. “Caían como ratas intoxicadas”, describe Molina. Cuenta de un conserje que fue ascendido a soldador y en su primer trabajo salió rebotado por una explosión que él mismo provocó al tratar de tapar una fuga de gas, sin tomar las debidas precauciones, por la misma novatez, lo que provocó un gran incendio, que estuvo a punto de acabar con la fábrica. Tuvieron que venir expertos de la Fundidora de Monterrey y de Altos Hornos para coadyuvar con los bomberos a fin de sofocar el siniestro.
En el exterior muchos compañeros que murieron a consecuencia de los males pulmonares contraídos en la planta. Los inspectores de la Secretaría del Trabajo, regularmente eran improvisados exlíderes obreros de las factorías de la ciudad, que no tenían experiencia en una fundidora y era nula su participación. Las inspecciones a los hornos para detectar fugas las hacían los empleados a cargo de Sixto, con él a la cabeza.
Despedían el ácido sulfúrico por las troneras, porque no tenía un proceso de control, simplemente lo soltaban porque no hallaban qué hacer con él, producían más de la cuenta y no había compradores. Cuando la columna blanca salía de la chimenea más alta que aún es visible desde algunos puntos de la ciudad, era señal de mal presagio.
Se saturaba de ácido de cadmio y de zinc, comenzaba a arrojar una fina y blanca columna de humo que se elevaba varios metros sobre el valle y luego caía sobre las casas y los automóviles de las zonas habitacionales más cercanas a la fundidora. Los estragos más notorios eran sobre la ropa y los automóviles, cuya lámina se picaba. La gente que habitaba cerca padecía de conjuntivitis, escurrimiento nasal, similar a una alergia y otros una tos persistente.
Sixto Molina Ramírez, jefe de la cuadrilla y osados individuos, se dedicaban a dar limpieza y mantenimiento a cada uno de los tres hornos al final de cada jornada de producción, cuando el calor era aún insoportable para cualquier ser humano. Con rudimentario equipo entraban al horno por algunos minutos y a la salida los esperaban varios individuos que los bañaban con agua helada para bajarles la temperatura. Acto seguido les daban a beber leche a “pico” botella de a litro, supuestamente para contrarrestar los efectos tóxicos del gas en el organismo.
La Zincamex fue cerrada, por eso, por contaminante del medio ambiente y el daño colateral al ser humano.
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