Hace una semana, el eurodiputado venezolano-español Leopoldo López Gil y otros miembros del Parlamento Europeo propusieron que se abordara el tema de los periodistas violentados en México, en la sesión de esta semana. “Consideramos deplorable la creación de plataformas estatales para exhibir, estigmatizar y atacar a los periodistas con el pretexto de combatir la desinformación”, dijo López -padre del líder opositor venezolano Leopoldo López- en un video.
Entre el 7 y el 10 de marzo, varios grupos parlamentarios se unieron a la propuesta, que se negoció en la ciudad francesa de Estrasburgo. En la mañana del 10, se abordó. En esa sesión del Parlamento, los eurodiputados se pronunciaron sobre la invasión rusa a Ucrania, las violaciones a derechos en Myanmar, a un año del golpe de Estado, y sobre la necesidad de proteger el patrimonio cultural de Nagorno-Karabaj, una zona en conflicto territorial entre Armenia y Azerbaiyán.
Sobre México, más de 600 eurodiputados votaron a favor de la propuesta, que dirigieron “a las más altas instancias” del Gobierno. Pidieron que “se abstengan de publicar cualquier comunicación que pueda estigmatizar a los defensores de los derechos humanos, los periodistas y los trabajadores de los medios de comunicación”.
La moción tiene un efecto político, no legal. El Parlamento no tiene jurisdicción en México, me explicó una vocera del organismo. La respuesta mexicana no pasó por la Cancillería ni se envió por los canales legales de política exterior, me confirmaron fuentes del Gobierno. El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que él mismo, y algunos colaboradores, redactaron una carta iracunda, que llamó “borregos” a los eurodiputados y provocó reacciones de halago, burla e indignación.
La cólera del Palacio se explica como la culminación de semanas de malas noticias, que han minado los ejes del discurso obradorista y la popularidad del Presidente. Pero más allá de esta reacción, ¿cuáles historias están poniendo en riesgo a los periodistas en México? Principalmente, las coberturas sobre corrupción y violencia.
Este jueves, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas presentó un durísimo informe que reveló: las organizaciones de trasiego de droga están lavando más de 25 mil millones de dólares al año en México.
Una parte creciente se esconde a través del comercio de criptomonedas. La Administración obradorista ha sido incapaz de rastrear la mayoría de ese dinero. “Compran criptomonedas en pequeñas cantidades, para no tener que reportarlo”, me dijo Raúl Martín del Campo, miembro de la Junta. “El Gobierno presta poca atención a interceptar estas operaciones. No vemos avances”.
En simultáneo, otro negocio surgió en el último año. Ante la creciente ola de trasiego del opioide sintético fentanilo, que ha provocado cientos de miles de muertes por sobredosis en Estados Unidos, las organizaciones criminales mexicanas están utilizando otros opioides sintéticos. Estas sustancias estuvieron bajo investigación farmacéutica en la década de 1980 y se desecharon, por considerarlas muy peligrosas. “Ahora las organizaciones las están usando. Hemos enviado al Gobierno cuatro alertas confidenciales este año y decidimos hacerlo público, dada la gravedad”, añadió Martín del Campo.
La violencia política esta semana cobró la vida del Alcalde del municipio michoacano de Aguililla y su asesor. Otros analistas añaden que esto también se debe a la baja efectividad, la poca confianza de la población a las fuerzas federales y el arraigo social de varias organizaciones. Además, han detectado una disputa entre criminales de Jalisco y una coalición, conocida como Pueblos Unidos, que funciona como brazo operativo de Sinaloa.
“Los datos nos indican que estamos en el inicio de la fragmentación del cártel de Jalisco Nueva Generación en Michoacán y Jalisco. Esto dejaría más violencia en los próximos meses”, me dijo Eduardo Guerrero, director de la consultora Lantia Intelligence.
Los datos muestran focos preocupantes en varias regiones del país. Afectan a ciudadanos, políticos locales, periodistas, activistas. Que las cartas palaciegas no nos hagan perder el foco.
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