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Coahuila

La cancha de la vida

Por Irene Spigno

Hace 6 meses

Hace un par de meses empecé a jugar pádel. En realidad, era algo que me hubiera gustado hacer desde hace tiempo, pero no se habían dado las condiciones. Todo llega en el momento perfecto.

Cada nueva actividad que comenzamos, dependiendo del momento de nuestra vida, va a tener un sabor especial. Cuando iniciamos un nuevo deporte, especialmente si ya superamos cierta edad (no les voy a decir cuál), nos enfrentamos a ciertas debilidades de nuestro cuerpo físico. La ciencia dice (nosotras le creemos y yo no lo quiero poner en duda) que el cuerpo de una persona de 20 años es muy distinto al de una de 40 o 50 años. Esto vale para todas las personas, afectando inevitablemente más a las mujeres que a los hombres, por muchas razones, no sólo científicas, que aquí no vamos a profundizar.

Sin embargo, existe un elemento que incide mucho en todo lo que hacemos en las distintas etapas de nuestras vidas: la madurez emocional. En las actividades deportivas, no sólo importa el cuerpo físico, sino que también la mente y el espíritu tienen un valor fundamental.

Después de cierta edad, cuando ya se supone que las personas son (o deberían ser) adultas, la forma en que nos enfrentamos a las actividades que desarrollamos es un reflejo de nuestra personalidad.

Esto aplica en todas las esferas de la vida (a menos que seamos Dr. Jekyll y Mr. Hyde): personal, social, laboral, etc. La actividad deportiva no es ninguna excepción.

Como juegas en la cancha, juegas en la vida. Desde que tenía 6 años, y por más de una década, jugué voleibol. Lo dejé cuando ya se estaba convirtiendo en una actividad que requería demasiado compromiso y, entre la escuela y el deporte, elegí la primera y me dediqué a los estudios y a mi carrera profesional. Siempre he hecho deporte, pero dejé de jugar por mucho tiempo.

Regresar a la cancha después de tantos años, mientras vivo un momento de especial despertar de conciencia en mi vida, me ha permitido observar que las personas se comportan en la cancha tal como se mueven por el mundo. Existen muchos tipos de personas, y aquí me voy a limitar a describir sólo algunos.

Personas muy inseguras: quizás no se sienten a la altura y tienen miedo a equivocarse. Estas personas viven sus vidas de la misma manera: inseguras y sin arriesgar para buscar conseguir sus propios sueños. También hay personas muy competitivas, cuyo objetivo es ganar a sus contrincantes y, para conseguirlo, no les importa el medio; con tal de conseguir el tan esperado triunfo, engañan. Lo necesitan para sentirse más importantes y mejores que los demás. A veces son las que juegan en una categoría más baja que la suya para ganar, tratan de apuntar al adversario o llaman “malas” pelotas que en realidad son buenas. Y si no ganan, se enojan. Estas son las personas que tratan de triunfar en la vida a cualquier costo.

Si es necesario hacer trampas o dañar a los demás, es un precio que están dispuestas a pagar.

Existe otro tipo de competitividad; es la que ciertas personas tienen consigo mismas. Entrenan mucho y son muy disciplinadas. Tratan de jugar mucho y ven muchos juegos para aprender más y mejorar su técnica. No les asusta competir porque saben que un puntaje no les va a definir como personas; el resultado de un partido no es el valor que les corresponde como seres humanos.

Aunque en un partido la alternativa es “ganar o perder”, estas personas saben que pueden ganar o aprender. Son las personas que nunca pierden y no porque sean las mejores del mundo, sino porque han entendido que al final están jugando. Y quizás la vida es justamente eso: una gran cancha. Estas personas son aquellas que, inclusive frente a situaciones que para cualquiera serían derrotas, siguen coleccionando momentos de grandes aprendizajes para seguir construyendo su mejor versión.

Y finalmente están las personas que entran a la cancha para divertirse; ríen cuando se equivocan y sonríen orgullosas cuando hacen una buena jugada (y hasta felicitan al adversario cuando hay un buen golpe).

Porque de esto se trata y los niños y niñas lo saben muy bien; ellos juegan para divertirse y, si se aburren o se enojan, ya no quieren jugar. Las personas adultas los olvidamos; si la vida al final es una gran cancha, tendríamos que movernos por esa cancha buscando más la diversión que el resultado.

Jugamos como vivimos y quizás deberíamos aprender a vivir jugando más.

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