Los humanos utilizamos ciertos parámetros para valorar nuestro quehacer por el mundo. De tiempo en tiempo vamos cerrando ciclos respecto a determinadas actividades. Uno de estos cierres que nos llega cada 365 días tiene que ver con el fin de año, cuando nos corresponde llevar a cabo una íntima evaluación de nuestro desempeño en el ciclo que termina.
Dentro de las felicitaciones de temporada que intercambiamos en diciembre, nos obsequiamos buenos deseos para el año que está por comenzar, algo muy grato, aunque finalmente corresponde a lugares comunes con poco significado real. Lo verdaderamente enriquecedor ocurre en nuestro fuero interno, cuando evaluamos si los logros conseguidos a lo largo del año corresponden a los que nos habíamos trazado. Habría entonces que ver, en primer lugar, si cuando comenzó el año establecimos metas, y si fueron asequibles para cumplir conforme a nuestras condiciones de vida.
En ocasiones nos gana el ritmo acelerado: Iniciamos el día con la lista de pendientes por cumplir y comenzamos una especie de maratón para completar las tareas de ocasión. Poco nos detenemos a respirar o a voltear al cielo para disfrutar el azul que se despliega por doquier. Nos movilizamos de un sitio a otro con tal premura, que, si nos preguntaran acerca de diversos elementos que, con un poco de atención habríamos observado en el camino, seguramente reprobaremos. No reparamos en paisajes, personas o cualquier otro detalle que no sea de suficiente impacto como para capturar nuestra atención. Tal vez algún accidente automovilístico tendría la capacidad de hacernos voltear, pero solo por un momento. Tal es nuestra prisa.
Para inventariar nuestra vida durante el último año habremos de identificar los propósitos que nos planteamos a su inicio. Tal vez nos deseamos salud, amor y bienestar, y en realidad no nos fijamos metas personales por cumplir. Intentamos seguir siendo los mismos que el año anterior, para llegar a otro 31 de diciembre y volver a desearnos lo mismo bajo igual cartabón, sin experimentar la satisfacción de un crecimiento interior por el cumplimiento de metas trazadas.
Este es el mejor momento para planear nuestros propósitos del próximo año. Trazarnos los que conlleven desarrollo personal, que no se centren solamente en mí, sino que tengan mayores alcances, que sean capaces de beneficiar a otros seres humanos, a otras causas. A personas u organizaciones más allá de nosotros mismos, lo que nos permitirá trascender mediante un amor expresado de la única forma válida que existe: A través de la acción.
Los propósitos pueden ser de lo más variado. Lo que el mundo necesita con urgencia es personas que se sumen a la causa humanitaria de todos nosotros, actuando en aquellos puntos en los que quizá los demás no tienen tanta oportunidad de trabajar. Una escucha atenta, una llamada telefónica; hacerse presentes ante la persona cercana que la está pasando mal. Un apoyo económico o en especie a quien más lo necesita. Son mínimos aportes que nada nos quitan, y que resultan muy significativos, además de que amplían la onda expansiva de bondad que tanto necesita el mundo. En sitios públicos, ser cordiales con los demás; cuando recibimos un servicio saber dar las gracias con cortesía, pedir permiso para pasar, o regalar una sonrisa nada más porque sí. Son gestos que de nada nos despojan cuando los damos, y que terminan saneando el ambiente en beneficio de los demás y de nosotros mismos.
Momento de trazar proyectos personales para el 2025, hacerlo de manera que podamos ir midiendo su avance en forma periódica, para así administrar el tiempo y la dedicación que le estamos invirtiendo. Para nadie está prohibido soñar, tan alto como llegue su imaginación, aunque, claro, hacerlo de forma realista, tomando en cuenta los recursos verdaderos que se tienen para hacerlo.
Menciona Miguel de Unamuno, respecto a los sueños, que estos representan el anhelo de extenderse en tiempo y espacio. Una excelente forma de abarcar lo que el corazón busca a través de ellos, con un enfoque más allá del propio contentamiento.
Permitamos que la algarabía de la temporada nos invada con su música, su colorido y sus fiestas. Vivamos con los seres queridos esta época con matices a la vez religiosos como profanos, que vuelven las fiestas algo único a lo largo del año. Gocemos el barullo exterior con la disposición de un niño, que se entrega a vivir el momento presente a fondo. Al mismo tiempo, hagamos una reflexión para revisar cómo vamos, qué pendientes quedan del año que termina, y, sobre todo, cuál es el plan de trabajo personal para el año que habrá de comenzar. Un plan que nos permita alcanzar las metas que conduzcan a mejorar día con día la casa común para todos.
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