Arte
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Agencia Reforma
Publicado el martes, 15 de abril del 2025 a las 04:05
Ciudad de México.- Cuando se piensa en el impresionismo, es fácil imaginar los nenúfares de Claude Monet o las bailarinas de Edgar Degas. Sin embargo, reducir este movimiento a una estética dulce y sencilla es un error.
Detrás de esas pinceladas sueltas y colores vibrantes, hubo un grupo de artistas rebeldes que, desafiando las normas establecidas, revolucionaron para siempre el arte moderno.
En 1874, este colectivo, que se hacía llamar Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores, Etc., organizó su primera exposición independiente, desmarcándose del rígido sistema de la Academia de Bellas Artes y el Salón Oficial, que hasta entonces dominaban la escena artística en París.
Durante 12 años, montaron ocho exhibiciones que desafiaron los cánones académicos y sentaron las bases para los movimientos de vanguardia del siglo 20.
El jurado del Salón de París era sumamente conservador. Si una obra no cumplía con sus estándares e ideales, era rechazada. Para los artistas jóvenes o con recursos limitados, esto significaba la imposibilidad de exhibir su trabajo, atraer coleccionistas y, en última instancia, vivir de su arte.
Los impresionistas rompieron con la tradición pictórica al rechazar las técnicas renacentistas de perspectiva y volumen, optando en su lugar por pinceladas espontáneas que capturaban la fugacidad de la luz y el movimiento.
Eliminaron el negro de sus paletas, al argumentar que en la naturaleza este color solo se encontraba en un pedazo de carbón. En lugar de recluirse en sus estudios, pintaban al aire libre, capturando la vida con una inmediatez nunca antes vista.
“Lo radical es que estos artistas no sólo esbozaban sus impresiones rápidas, sino que las firmaban y las exhibían como obras terminadas”, observa Nicole Myers, curadora de la exposición La Revolución Impresionista: De Monet a Matisse, que se expone actualmente al Museo del Palacio de Bellas Artes, proveniente del Museo de Arte de Dallas, y se mantendrá hasta julio.
El impacto fue inmediato y polémico. La crítica rechazó su trabajo por considerarlo inacabado, y el término “impresionista” nació como un insulto de la pluma de un crítico. Pero los artistas, terminarían por adoptarlo a partir de su tercera exposición en 1879.
Los temas también desafiaban las convenciones: en lugar de escenas mitológicas o retratos de la aristocracia, los impresionistas retrataban puentes de hierro, trenes humeantes, cafés bulliciosos y escenas íntimas de la vida doméstica. Elevaron lo cotidiano a la categoría de arte, capturando la esencia de la modernidad.
Dentro del colectivo, la única mujer fue Berthe Morisot, invitada por Monet y Degas en 1874. A diferencia de sus colegas varones, Morisot provenía de una familia acomodada, lo que le permitió tomar riesgos sin la presión económica de vender su obra.
Considerada la artista más radical del grupo, los críticos la reconocieron desde el principio como una de las más talentosas. En su óleo El puerto de Niza (1881-82), Morisot pintó desde un bote alquilado para evitar las miradas y burlas de los curiosos, poco acostumbrados a ver a una mujer artista en acción.
El Museo de Arte de Dallas le dedicó una gran retrospectiva itinerante en 2018-19 que culminó en el Museo Orsay de París. Su presencia en La revolución impresionista de Monet a Matisse es una rara oportunidad de ver su obra en México.
En el Palacio de Bellas Artes se exponen 45 obras de la muestra inaugurada en el Museo de Arte de Dallas en 2024, todas pertenecientes a su colección.
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