“Honor”, esta palabra, vocablo, expresión, sustantivo, virtud o cualidad moral, es tan importante, tan valiosa, y lamentablemente tan difícil de adjudicar –a quien realmente la merezca portar, o poseer– que cuando esto sucede hay que ponderarlo y gritarlo a los cuatro vientos, acción que llevaré a cabo en este espacio. Empezaremos por una extensa, pero concreta, definición de todo lo que significa y abarca este singular término.
La palabra “honor” viene del latín honos, honoris, que describía ciertas cualidades como: rectitud, decencia, dignidad, gracia, fama, respeto, que deberían tener las personas que ejercen un cargo público. De ahí se derivan las palabras: honesto, honrado, honradez, honra, honorable. El “honor” es una cualidad moral que lleva al sujeto a cumplir con los deberes propios respecto al prójimo y a uno mismo. Se trata de un concepto ideológico que justifica conductas y explica relaciones sociales.
El vocablo “honor” se basa en la idea de un vínculo entre un individuo y la sociedad, que se manifiesta como un código de conducta, y tiene como elementos el valor, la honestidad, la compasión y, sobre todo, la fidelidad a la palabra dada. A los individuos, la sociedad les asigna un grado de dignidad y respetabilidad en función de la armonía de sus acciones con sus palabras. Implica la aceptación personal y la construcción en el imaginario social de una cualidad moral vinculada al deber, a la virtud, al mérito, al heroísmo; que trasciende y que se refleja en la opinión, la fama o la gloria, y se hace notar en diferentes ceremonias de reconocimiento público.
La amplitud de las consecuencias de tener honor o carecerlo, marca una diferencia tan grande en el destino de las personas y las naciones, que merece escribirlo para percibirlo en su total magnitud. Cuando un servidor público, un dirigente, miente, engaña, tergiversa, en cuanto a los hechos, sus obligaciones, o inclusive en relación a sus propias palabras o promesas, no tiene “honor”.
Cuando una persona común, sin la responsabilidad de guiar, cuidar o gobernar a sus conciudadanos no tiene “honor”, es triste, es penoso, pero no es trascendente, no es algo muy grave, el daño permanece en su persona o en un pequeño circulo a su alrededor, pero si quien carece de honor tiene poder y capacidad de influir en la sociedad, ese individuo es altamente peligroso, pues la falta de honor se contagia, se esparce, corrompe, enferma; si no es denunciada y corregida conduce a regímenes políticos dictatoriales deshonestos y deshonrosos como los de Hitler, Mussolini, Stalin, Mao Tse Tung o la dinastía de los Kim en Corea del Norte. El honor debe ser la primera cualidad a exigir en un político o servidor público.
Por eso cuando hay una muestra de honorabilidad hay que reconocerla y resaltarla de mil y una maneras, para que sirva de ejemplo a seguir, y aporte credibilidad a las instituciones y a los individuos de buena voluntad que las propician y encauzan.
Escribo del tema que nos ocupa, porque he sido testigo fiel de una gran manifestación grupal de honorabilidad. No lo presencié en las acciones –que sé que diariamente acontecen y son fehacientes y contundentes– yo tuve la fortuna de verlo brotar directamente de las mentes y los corazones de las protagonistas de uno de los grupos más hermosos y homogéneos que he conocido en mi vida, me refiero al Agrupamiento Violeta de la Policía Municipal de Saltillo.
Mi atestiguamiento sucedió al compartir con ellas una de las conferencias que estoy impartiendo en el programa municipal de Liberacion Integral, (del cual les comentaré con amplitud eventualmente). Desde que empecé como conferencista, hace ya más de 25 años, son cientos las ponencias que he impartido a nivel nacional e internacional, y la que se llevó a cabo con el Agrupamiento Violeta, ha sido sin lugar a dudas una de las más bonitas, intensas, emotivas e ilustrativas que he experimentado. ¿Por qué? Al intentar darme respuesta a esta pregunta, –que yo mismo me hago– encuentro un común denominador, que es el mismo que da nombre y pie a esta columna: el “honor”.
Cada una de las integrantes Violetas con las que tuve el honor de convivir en la conferencia, charla, tertulia, testimonial, exudaba “honor” por todos sus poros al manifestar las razones por las cuales habían decidido y deseado pertenecer a este exclusivo grupo de élite en todos sentidos.
Aun y cuando estoy acostumbrado a escuchar todo tipo de testimonios, de todo tipo de personajes, las Violetas me conmovieron por la honorable pasión con que expresaban su vehemente deseo por ayudar a las mujeres que han sido víctimas de violencia –lógicamente a manos de hombres– que en lugar de ser sus más fieles protectores, primitiva y salvajemente se convierten en sus más agrestes y despiadados agresores.
Sin que ellas lo mencionaran, en sus relatos percibí el tácito valor con el que ellas enfrentaban a los protagonistas masculinos de estos deshonrosos escenarios, y la empatía y amoroso amparo con que intentaban coadyuvar a la recuperación integral de las víctimas femeninas.
Hay mucho más que investigar y escribir sobre este tema, pero por falta de espacio en esta ocasión, quiero resaltar por lo pronto que, es paradójico e ilustrativo de la real liberación y empoderamiento femenino, que, a mi juicio, la peor cobardía que un mal llamado hombre, puede hacer, al ventajosa y arteramente hacer uso de su fuerza para violentar y someter a una mujer, sea confrontada y vencida por la excelsa valentía de estas “heroínas Violetas”. Toda mi admiración y respeto hacia ellas.
Por mi parte, una mínima manera de rendirles honores y homenaje a su personalidad y a su labor, es honrar esta columna con sus nombres, los que suscribo a continuación: María de Lourdes Reyes, Alexandra Tovar, Patricia Rodríguez, Susana López, Lucía Gómez, Yéssica Sánchez, Dulce Romo, Leslie Herrera, Ana Ramírez, Yéssica Hernández, Laura Carrizalez, Ana Montalvo, Mara Alvarado, Lucero Garza, Gaudí Vásquez, María de Jesús Ortiz, Rubí Juárez, Laura Gallegos y Sabdy Torres.
Es un honroso deber de todos los saltillenses saludar, encomiar, motivar y agradecer a las “heroinas Violetas” para que continúen con renovados bríos su honrosa, necesaria, y prioritaria labor en beneficio de nuestra ciudad y todos sus habitantes, porque a las mujeres hay que honrarlas y deben de ser primero, ya que son la base, sostén y estructura de cualquier sociedad.
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