La gran mayoría de las personas sabemos que es un cataclismo e inmediatamente lo relacionamos a algo malo, destructivo. En el diccionario se describe de las siguientes maneras.

Cataclismo: gran catástrofe producida por un fenómeno natural. Tiene como sinónimos o conceptos similares a: desastre, debacle, siniestro, tragedia, calamidad, hecatombe, desgracia.

Cataclismo proviene del latín “cataclysmus” y es la transformación o destrucción de gran parte o la totalidad de un determinado biotopo, y por extensión cualquier desastre de alcance máximo y a una escala superior a la de la mera catástrofe.

Estas definiciones anteriores se refieren a fenómenos naturales, pero también se incluye como un cataclismo, a un gran trastorno en el orden social o político, que es exactamente lo que está sucediendo cada día a mayor escala en nuestro México, en casi todo el mundo, y que arreciará más drásticamente, a raíz de la nueva política exterior e interior de nuestro país vecino. Muy rápidamente se propagarán cataclismos políticos, económicos, sociales y culturales que dividirán aún más al único planeta que tenemos, y que nos pondrá nuevamente al borde de una probable extinción total, ya que con la cantidad y potencia de las armas nucleares que poseen ahora muchos países, basta tan sólo un pequeño conflicto utilizando este tipo de armamento, para que además de las personas que mueran inmediatamente a causa de las bombas, en cadena se detonen cataclismos como los siguientes: una inmediata contaminación de polvo y lluvia radiactiva, consecuencias climáticas de efectos globales, las cenizas, humos y demás partículas producidas por los incendios de las detonaciones, alcanzarían y permanecerían en la estratosfera, oscureciendo la luz del sol durante semanas o meses, de modo que la temperatura del planeta bajaría varios grados. La radiación solar se reduciría hasta el 1% de lo habitual, la fotosíntesis no se produciría, y casi la totalidad de la vegetación moriría en pocos días, siguiéndole todos los animales herbívoros. De esta forma, en unas semanas no habría más alimentos para la mayoría de los seres vivos. Los óxidos de nitrógeno inyectados a la atmósfera por las bolas de fuego destruirían hasta en un 50% la capa de ozono, por lo cual la radiación ultravioleta del sol acabaría matando a los pocos seres vivos que sobrevivan al oscurecimiento nuclear. Una guerra nuclear significa literalmente el fin de la civilización, posiblemente la extinción de la humanidad y gran parte de los seres vivos en el planeta. Lo más absurdo de esta letal situación, es que miles de millones de seres humanos, animales y plantas, podemos ser víctimas del capricho de cualquiera de los ambiciosos líderes de los países que poseen armamento nuclear, y que, con solo apretar egoísta y demencialmente un botón, se iniciaría el principio del final total.

¿Y a qué se debe que estemos en una situación como la descrita?

A la división de la humanidad, a la falta de integración de las diferentes culturas, economías, razas, continentes y países; a una filosofía y pensamiento político que reduce y divide a los seres humanos en pequeños grupos contraponiéndolos entre sí, provocando conflictos que provocan las guerras.

¿Cuál podría ser la única solución histórica a esta circunstancia?

Una filosofía exactamente contraria a la del reduccionismo, el holismo.

¿Y eso qué es, con qué se come, dónde se consigue?, se podrían preguntar algunos lectores, debido a la lamentable poca difusión de este importantísimo termino y concepto.

El holismo promueve la concepción de cada realidad como un todo, distinto de la suma de las partes que lo componen. Si pudiéramos pensar, sentir, y vivir holísticamente, no dividiríamos al planeta y a la humanidad en partes diferentes, más bien las uniríamos e integraríamos en un solo todo, en un solo país, en una sola humanidad. Soy idealista, pero no soy ingenuo, y sé que esto es utópico, que puede parecer imposible, que nunca se ha logrado, y que tal vez nunca se logrará, pero si no se lleva a cabo, si no logramos unirnos, vamos a destruirnos.

Cada vez hay más armas de destrucción masiva, y más líderes enfermos de poder y ambición, con dedos nerviosos prestos para apretar el botón, cada vez estamos más cerca del fuego de la enemistad y más lejos del abrigo de la amistad.

Después de miles de años de aparente civilización parece ser que no hemos aprendido nada, de nada sirven las religiones que siguen miles de millones de seres humanos en el mundo que predican amor, paz y justicia. Todo es una gran hipocresía, y los ejércitos invocan a sus respectivos dioses para que les ayuden a matar a sus enemigos y a ganar las guerras, igual que hace mil, cinco mil, o treinta mil años, o desde que somos quienes somos, o sea siempre.

Las noticias que diariamente se destacan hablan de cuántos muertos hubo en tal o cual país, en tal o cual dictadura, a causa de tal o cual causa o motivo. Las personas se reducen y dividen en víctimas y victimarios, en presas y depredadores. Sería muy triste que una creación tan maravillosa como la del ser humano, que ha sido capaz de crear tantas maravillas, y con el poder de amar y ser feliz haciendo felices a sus semejantes, permita la destrucción total, por la ambición de unos pocos autócratas deshumanizados y reduccionistas.

Necesitamos cambios urgentes, necesitamos lideres que promuevan una educación y una formación holística que nos una en lugar de dividirnos.