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Coahuila

Historias que dejan huella

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 5 meses

Las redes sociales representan un espejo de doble imagen: A través suyo  buscamos proyectar, no precisamente lo que somos, sino lo que quisiéramos hacer creer a otros que somos.

Estoy a una clase de terminar un maravilloso curso de narratología con Julián Herbert, un escritor al que siempre he admirado.  Más allá  de sus grandes logros literarios, sigue siendo la persona sensible y humana que conocí hace más de treinta años, en sus inicios como escritor.  Constituye una singular experiencia el aprender de un personaje que no ha perdido piso a pesar de su estatura como novelista y como académico.

Dentro de los temas que revisamos, esta semana vimos lo concerniente a dispositivos narrativos, esto es, los elementos que un escritor tiene a la mano para desarrollar un género literario. Citó infinidad de ejemplos, en particular me sorprendió lo relativo a las redes sociales y la forma como las publicaciones en dicho espacio detonan la creatividad de quien escribe.

De manera muy descriptiva habló del “Facebook” como una autobiografía icónica fingida; su descripción nos remitió a las publicaciones que muchos internautas llevan a cabo a través de redes sociales como diciendo “así soy yo”, porque es justo la imagen que buscan proyectar a otros a través de sus “selfis”, comentarios y textos.  Es una imagen ficcional que creamos y recreamos, en ocasiones cada día, como queriendo hacer notar nuestra presencia.

Lo han señalado diversos neurofisiólogos: El uso de las pantallas digitales se vuelve adictivo de muchas maneras.  Por un lado, el algoritmo detecta y ofrece los contenidos que más procuramos en un momento dado; nos satura y hasta se puede decir que nos persigue, presentándonos diversas modalidades de aquello que comenzamos a buscar en línea, sean recetas de cocina, viajes turísticos  o determinadas prendas de vestir.  Si lo observamos bien, se vuelve hasta aterrador descubrir que todo un sistema mercantil nos pone en la mira y nos insistirá hasta el fastidio, con el objetivo de que compremos algún producto que se nos ocurrió buscar alguna vez.   A ratos podría hasta despertar la paranoia en nosotros, los  navegantes de la red.

Es sorprendente el modo en que la tecnología nos atrapa y hace suyos, digamos, en algo tan simple como los famosos Tik Toks.  Alguien nos envía un video corto de esta modalidad, pero no viene aislado, sino seguido de toda una cadena de videos, desde cómicos hasta trágicos, que atrapan nuestra atención de modo que, si no ponemos atención, nos llegan a secuestrar una porción importante de nuestro tiempo, en contenidos que, ni buscamos y en realidad no nos interesan.

Me atrevería a afirmar que gran parte de la sensación que todos tenemos, de que el tiempo vuela a una velocidad mayor que antes, se debe a estos tiempos muertos que se generan en torno al uso de redes sociales.  Además de colocarnos en una postura de público pasivo que poco interactúa, las redes sociales generan emociones que escapan de nuestro control, muy en particular en sitios como X (antes Twitter), en donde habitualmente se tiende a la polarización de asuntos expuestos, de tuiteros y de sus seguidores.

Todos los contenidos arriba citados para alguien que escribe pueden representar dispositivos narrativos que generen un texto literario.   Desde ejemplos difíciles de imaginar, como son las novelas: “La teoría de las nubes” de Stèphane Audeguy, o “El libro de las nubes” de Chloe Aridjis, ambas escritas en este milenio, a partir de reportes climatológicos, o “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel, cuyo dispositivo narrativo fueron unas recetas de cocina.  Ello nos da una idea de cómo podemos utilizar variados elementos del entorno para comenzar a escribir, además de que el mensaje subliminal del caso es el que nos invita a no perdernos en redes sociales, sino, por el contrario, sacar provecho de ellas.  El que escribe, para escribir mejor, y  el que no, para optimizar contenidos y enriquecer su propio imaginario.

En este mundo un elemento que escapa de nuestro control absoluto es el tiempo.  Diríase que, más bien somos nosotros los que estamos sujetos a su compás.  El día que dejamos escapar no regresará, de modo que conviene aprovechar cada hora que vivimos en hacer algo de provecho con nosotros mismos.   Que la tecnología sea nuestra aliada, no nuestro verdugo.  Que a través de su uso racional y sensato podamos ampliar el horizonte de posibilidades para realizarnos como seres humanos.  Que dejemos de lado las ficciones icónicas de la imagen, para enfocarnos a lo profundo de nuestro ser, y convertirnos en la persona que anhelamos ser, mediante el trabajo, la aplicación y  la honestidad con nosotros mismos, propuestos a dejar una huella auténtica de nuestro paso por la vida.

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