El Papa Francisco I, actual Pontífice convocó a una audiencia a poco más de cien comediantes del mundo. De México fueron invitados Chumel Torres y Florinda Meza. A través de una entrevista a Grupo Fórmula Chumel detalló la forma como destacó Su Santidad el papel que juega la comicidad como instrumento para revelar los problemas de una sociedad.
Lo anterior se combinó venturosamente con mi lectura del prólogo de “Los muros de agua” de José Revueltas, escritor duranguense preso en las islas Marías, a causa de su activismo político. La obra debe su nombre a la incomunicación padecida por Revueltas durante su confinamiento, lo que le permitió una concienzuda revisión de su propio universo interno.
En las reflexiones iniciales menciona que la realidad siempre resulta más fantástica que la ficción. Hace hincapié en que lo terrible es siempre inaparente, y desde ese concepto podemos comenzar a visualizar tantos hechos que encierran en su interior dolorosas verdades, como la violencia, la inequidad y la actitud de indiferencia frente al despojo de garantías individuales.
De esta forma, tanto los novelistas preclaros como fue Revueltas, y los cómicos a través de sus narrativas, nos permiten descubrir esas realidades con las que, tan nos hemos acostumbrado a convivir, que dejamos de registrar en el plano de la conciencia. Se convierten en parte del panorama cotidiano como tantos otros elementos que simplemente ignoramos.
La obra de Revueltas se detiene a analizar sus propias reacciones frente a los enfermos de un leprosario que visita en la ciudad de Guadalajara. Muy alejado de la actitud de “ver sin ver”, él permite que la imagen de los enfermos impacte sus sentidos. La tragedia que va más allá de esa sensación de desintegración anatómica y pérdida sensorial a la que lleva una enfermedad, hoy curable, pero que desde tiempos bíblicos representó un estigma que separaba a los enfermos y a sus familias del resto de la sociedad.
A lo largo de su relato detectamos una enorme sensibilidad, al hablar de cómo le impresionaron los ojos de los pacientes: “Y los ojos, otra vez. Los grandes ojos sobrenaturales. Me pregunto si están tristes. No, de ningún modo. Ni siquiera resignados.” Así la ficción narrativa nos aproxima a la esencia de la persona del enfermo. Dejamos de verlo como un objeto que se clasifica y descarta, en un mundo tan ávido de perfección, donde todo lo que no empate con esos ideales artificiales impuestos por el mercado, no cuenta. Entre las líneas que el duranguense nos regala descubrimos la profunda importancia de ser humanos, algo que, querámoslo o no, finalmente nos hermana a todos: Ricos y pobres; jóvenes y viejos; letrados e iletrados. Esa condición humana que genera una chispa luminosa cuando dos personas se conectan a través de una mirada, un apretón de manos, un mensaje.
Regresando al Pontífice y a Chumel Torres, hallo muy significativo que se llame a los comediantes a dar un sentido social a su labor de divertir a otros. Que en esa tribuna de comunicación se convoque a señalar los grandes problemas del mundo, a hacer un llamado de atención al auditorio hacia la reflexión. Sucede como en la literatura, resulta más sencillo acceder a comprender las grandes asignaturas pendientes cuando se nos presentan de un modo atractivo, casi subliminal.
Resulta conmovedor acompañar a Revueltas por esos pasillos mientras se pregunta qué sentimientos existen detrás de rostros como máscaras, en tanto le miran pasar. Indica que, pese a sus deformidades físicas, no son semblantes horrorosos, concluyendo que lo que pasa (con la condición humana en general, sugiere el autor), es que el horror está por dentro.
“El horror está por dentro”, una frase lapidaria que nos confronta con los seudo valores de la actualidad, en la que asociamos en automático las apariencias externas con condiciones internas que no necesariamente existen a la par. ¡Cuánto llega a limitarnos ese mirar de soslayo algo que de entrada no nos atrae! Nos estamos perdiendo de un gran enriquecimiento que la vida nos ofrece.
Revueltas habla de emociones diferidas del artista frente a una realidad que más delante habrá de detonar su obra creativa. Relata de forma por demás honesta cómo actúa en medio de una fiesta en el leprosario; se niega a tomar asiento para así, de pie, conseguir abarcar las mayores impresiones posibles. Su diálogo interno es imparable frente a cada estímulo que recibe.
El escritor concluye su prólogo mencionando que lo que México requiere es un realismo dialéctico-materialista que dé cuenta de tantas terribles condiciones de vida de un modo que atrape al lector. Hoy yo agregaría que, tal vez, la comedia se sume a la honda y tan necesaria comprensión de nuestra realidad.
Más sobre esta sección Más en Coahuila