En el video trasmitido por el presidente Andrés Manuel López Obrador el domingo a través de las redes sociales, al referirse a los signos anunciadores, según él, de la recuperación económica del país, hizo mención al aumento de las remesas enviadas por trabajadores mexicanos radicados en Estados Unidos y otros países a sus familias en México. En efecto, los envíos se han incrementado en los últimos meses. El pasado julio alcanzaron los 3 mil 536 millones de dólares, alrededor de 75 mil millones de pesos al cambio actual.
La cifra, con ser tan alta, no superó las remesas de marzo, al inicio de la pandemia del coronavirus, cuando llegaron a 4 mil millones de dólares. Tal disminución es explicable. En marzo aún no se resentía con toda su fuerza en Estados Unidos y en la mayor parte del mundo el frenón económico traducido en desempleo, el cual seguramente dejó en la calle a mi-llares de compatriotas.
Pero, ¿el incremento de las remesas es una buena noticia? Todo depende desde el punto de vista que se les analice. Como muestra de la unión fami-liar y de la solidaridad de los compatriotas que viven más
allá de nuestras fronteras, es hasta conmovedor que del dinero tan duramente ganado desti-
nen una parte a aliviar las necesidades de los seres queridos que se quedaron de este lado de nuestras fronteras.
Sin embargo, si vemos la información desde la perspectiva del país, resulta francamente deprimente, pues indica el grado de empobrecimiento de miles de familias que, incapa-ces de resolver sus necesidades más urgentes, se ven precisadas a solicitar una mayor ayuda de sus parientes que emigraron al extranjero en busca de mejores oportunidades de trabajo.
En este sentido, las remesas pueden considerarse como un termómetro útil para marcar el incremento de la pobreza. Entre más necesidades enfrentan las familias de acá, mayor será el esfuerzo que deben ha-cer para auxiliarlas sus parientes de allá. Incluirlas como uno de los factores de la supuesta recuperación de nuestra maltrecha economía es un engaño, porque en realidad son una demostración de lo contrario. No nos dejemos engañar.
Encomiable en todos sentidos es que los compatriotas emigrados fuera del país conserven ese sentido de unidad familiar. Son ellos muestra de que los augures de la “descomposición de tejido social”, como suelen decirlo de manera elegante, están equivocados. Es verdad, la descomposición familiar es un hecho incontrovertible, pero es un error gene-ralizar. La demostración palpable de ello son precisamente los compatriotas, que a veces a miles kilómetros de distancia no dudan en meter el hombro para sacar adelante a los suyos, a quienes, en el mejor de los casos, visitan una vez cada año con motivo de las fiestas navideñas.
Su generosidad vuelve más odiosa y digna de castigo la actitud de las autoridades mexicanas que los extorsionan cuando regresan a su país a pasar una temporada. Resulta indispensable endurecer las penas a estos viles asaltantes. Robar a ellos, que por propia voluntad y amor a la familia son pilares de la economía de miles de hogares mexicanos, es un crimen que no tiene nombre.
Expertos calculan que pro-rrateando la cantidad enviada el mes pasado, cada familia, en promedio, recibió alrededor de 340 dólares (unos 6 mil 800 pesos). ¿Se imaginan que ocurriría a estas familias si de pronto sus ingresos se redujeran en menos de 6 mil pesos mensuales? Seguramente, en muchos casos, caerían en la miseria, cuando no en la indigencia.
Más sobre esta sección Más en Coahuila