Coahuila
Hace 8 horas
La historia de la producción y consumo de café se remonta a Etiopía, epicentro del origen del grano, descubierto por un pastor de cabras. Desde entonces se ha convertido en una de las bebidas más consumidas en el mundo. A México llegó en los barcos de inmigrantes franceses; su producción inició en Córdoba, Veracruz, permitiendo desarrollar y generar bienestar en la zona donde sus habitantes comenzaron a organizarse para aprovechar el cultivo. Otra versión también aceptable es que fue traído a México por los conquistadores españoles.
El primer restaurante especializado en vender café en la capital de la República fue uno propiedad de un señor de apellido Manrique, en la calle de Tacuba. No tengo registro de cuál y cuándo se instaló en Saltillo la primera cafetería, pero me voy a ubicar en la era moderna, la que me toca vivir, para hacer una recreación de algunos de los cafés que existieron en esa época en la capital coahuilense, así como los principales procesadores del producto.
En la era de los llamados hippies (un movimiento contracultural, libertario y pacifista, nacido en los años 1960 en Estados Unidos), su lema “amor y paz”. Los seguidores de esta corriente vestían estrafalariamente, desaliñados en el porte y en el vestido, surgió en Saltillo un café existencialista, precisamente en la esquina de las calles Zaragoza y Ocampo frente a la Plaza de Armas de Saltillo se denominaba Café y Arte, pequeño lugar con escasas mesas donde se disfrutaba de buen café; una especie de sucursal del Instituto Mexicano del Café, que se servía si el cliente lo pedía con alguna bebida alcohólica dentro de la aromática bebida.
Café y Arte fue un importante centro de reunión de los saltillenses, en donde se hacían presentaciones de libros, exhibición y venta de pinturas y otras manualidades hechas principalmente por artistas locales. Ahí expuso una de sus primeras colecciones el caricaturista y maestro saltillense, Javier Mendoza, y otros artistas. El ambiente era amenizado por el organista y cantante de Ramos Arizpe, Aarón López, imitador del brasileño Roberto Carlos. Los de mi tiempo han de recordar las bebidas y los ambigús que se servían. “Debería haber más lugares como este”, dice Luly Flores a Rodrigo Montelongo; por ejemplo, le gustaba el café con piña. Otros un cafecito con pay de queso, el cafecito con “piquete”, pues había alcohol de diferentes marcas y gustos. Era el lugar propicio para la conversación con los amigos.
Por esa época existió tal vez uno de los primeros expendios de café de la era moderna, Café Colón. También vendía Café Ese en bolsitas económicas y por kilos por supuesto; se ubicaba en Pérez Treviño, contiguo al Restaurante Saltillo; era común pedir la mezcla de córdoba y caracolillo.
El más remoto negocio del ramo es sin duda alguna el Café Oso, con más de 100 años de antigüedad, que ha estado en miles de hogares saltillenses y del país. Don Manuel Zertuche hereda el gusto por el café a su hijo, Ernesto Zertuche, quien en 1920 inicia con el negocio del tostado y envasado del producto, después incluiría el irresistible chocolate Oso.
“Si usted probó un buen café, seguramente es Café Oso”, decía por la XESJ el compadre Medina, famoso locutor de ese tiempo.
El Café Tena
Luis de Jesús Tena Álvarez, de Panindícuaro, Michoacán, llegó a Saltillo, procedente de Los Ángeles, para hacerse cargo de una gasolinera, en la esquina de Victoria y Purcell.
En 1950 Tena obtuvo un premio de 5 mil pesos de bonos del Ahorro Nacional que destinó para abrir una lonchería, Tena’s Quick Lunch, en el cruce de la salida de las carreteras a Monterrey con la de Monclova, hoy Venustiano Carranza y Universidad. El señor Tena fue pionero del “drive in” (servicio en el automóvil).
En 1959, en un breve espacio de la diminuta calle de Abbott, René Molina de la Cruz, su fundador, instala el famoso Café Viena, todavía vigente. A su muerte la tradición la continúan sus hijos René y Rolando. Café Viena es uno de los últimos testimonios vivos de un Saltillo que se fue; sólo queda Rolando al frente del histórico negocio. Lamentablemente, René Junior ya no está, partió hacia el señor Dios. Estoy seguro que usted ha de recordar otros cafés de su época.
A mí no me tocó el restaurante Kalionchiz, fundado por don Teodorakis, de origen griego, donde se servía un delicioso café, que tuve la fortuna de probar después pues la receta la copiaron a la perfección algunos de sus empleados, como Alfredo García, que tuvo un pequeño restaurante en Allende, casi con Lerdo denominado Café García. A veces te encontrabas a don Enrique Martínez, el de la funeraria, que compartía mesa con otros distinguidos saltillenses, como el ingeniero Humberto Hinojosa, Pomposo Peña, “El Nopal” San Miguel, y sólo degustaban el exquisito café a la griega de don Teodorakis Kalionchiz.
La anécdota
Invariablemente todas las mañanas acudía a la radiodifusora XESJ, ubicada en Allende y Lerdo, una demencial dama a quien apodaban María Liachos, pues en un costal cargaba todo para hacer su recámara en cualquier lugar.
En la estación de radio siempre había una cafetera y panecito de la Radio. El gerente licenciado Jorge Ruiz Schubert siempre le ofrecía: “¿Gustas una taza de café, María?”, y ella contestaba: “¿No será mucha molestia, licenciado?”. ¿Se acuerda usted del diálogo entre el profesor Jirafales y doña Florinda? De aquí se lo llevó Rubén Aguirre a la televisión nacional, para el programa del Chavo del Ocho.
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