Coahuila
Por Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola
Hace 1 semana
Ya me había empezado a inspirar y a llamar poderosamente la atención el Papa Francisco, desde el inicio de su Pontificado en marzo del 2013, por su sencillez, humildad, valentía y espontaneidad. Además por ser latinoamericano. Influencia que se mantendría hasta el final.
Ya había leído con entusiasmo acerca de una convocatoria para realizar un Sínodo sobre la Familia, para el 2014 y 2015, sobre temas complicados que empezaba a tocar de formas nuevas, como en el caso de los homosexuales, de los que decía, que quién era él para juzgarlos; o sobre los divorciados y vueltos a casar, que se trataba de una pastoral de los matrimonios heridos, sobre los que habría que explorar nuevos caminos. Sobre este último tema, un servidor había comenzado a trabajar desde 1996, siendo seminarista, y ya llevaba 17 años con esta pastoral, por lo que empecé a perfilar un sueño en mi corazón: estar en ese Sínodo, pero bueno, sólo era sacerdote y era prácticamente imposible.
Pero todo cambió aquel sábado 22 de marzo del 2014, cuando inesperadamente el Papa Francisco me hacía parte de su equipo episcopal, al nombrarme obispo auxiliar de Monterrey, a través del Nuncio Apostólico Christoph Pierre.
Más tarde el Papa agregaría: “quiero una Iglesia en salida y de puertas abiertas, que sea como un hospital de campaña, que no tenga miedo de ensuciarse las manos por servir a los más necesitados; no quiero obispos de aeropuertos, sino pastores con olor a oveja. Y lanzaba su revolución de la ternura, acentuado: hay que ir a las periferias, por los marginados, por los excluidos, por los que dejaron la Iglesia, sobre todo por los que se fueron dando el portazo. Sobre los musulmanes aseveró, aplicándolo a todos: yo no doy a nadie por perdido. Y para todos los que sienten que su pecado no puede ser perdonado, les pido: tengan el valor y el coraje de acercarse a Dios, porque Él siempre nos perdona, porque “nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio” (cfr. AL 297).
Tendría oportunidad de conocerlo y saludarlo por primera vez en septiembre del 2014 en Roma en el curso para nuevos obispos, donde le entregué mi libro sobre la atención pastoral a Divorciados y vueltos a casar (hoy en su tercera actualización, editorial Buena Prensa)
Si el llamado al episcopado fue inesperado, más sorpresivo y milagroso fue que pudiera ser elegido para asistir al Sínodo de la Familia 2015 en Roma, cumpliéndose un sueño, donde tuve la oportunidad no solo de coincidir con el Papa en el Aula, sino en la Capilla del Auditorio Paulo VI, saludarlo y estrechar su mano, así como escribir un libro al respecto, incluyendo mi texto sinodal, basado en experiencia pastoral más que en teología.
Más tarde, lo volvería a ver en su visita a México en febrero del 2016. Lo alcancé justo después de acompañar a algunas de las familias que perdieron a un familiar en el terrible motín del penal del Topo Chico en Monterrey, donde fueron asesinados 49 presos. Participé en sus misas y mensajes en Chiapas, Morelia y Ciudad Juárez. Ese mismo año, tuve la fortuna de volver a verlo en Cracovia en la Jornada Mundial de la Juventud.
Tres años después, en marzo de 2019, ya como Secretario General de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), tuve oportunidad de encontrarme con él, junto con el Consejo de Presidencia en una Audiencia en el Palacio Apostólico en Roma, compartiendo los informes y planes pastorales sobre nuestro país.
Un año antes, en el 2018, ante el dramático tema de las caravanas de migrantes que atravesaban nuestro territorio nacional, asunto que el Papa Francisco acogió en primera persona, nos envió a través del Cardenal Czerny 500 mil dólares para distribuirlos en las casas de migrantes mexicanas.
Acompañé asimismo a Mons. Rogelio Cabrera López, Presidente de la CEM, quien fue convocado por el Papa Francisco al trascendental Encuentro Mundial de Protección de Menores en la Iglesia, celebrado en febrero del 2019 en Roma, donde estuve aprendiendo y colaborando en este difícil y crucial tema.
Ya como responsable de la Dimension Nacional de Pastoral Familiar acudí al X Encuentro Mundial de las Familias en junio del 2022 en Roma. Este evento coincidió con el asesinato de dos sacerdotes en la Sierra Tarahumara, recibiendo un servidor directamente del Papa Francisco su cálido apretón de manos y sus preocupantes palabras en la Audiencia General, sobre lo que pasaba en nuestro País.
La última vez que lo ví y saludé, fue en la Visita Ad Limina que los Obispos de México hicimos en abril del 2023, donde todos reunidos en la sala del Palacio Apostólico con el Cristo Resucitado de fondo, y rodeando al Papa Francisco, él nos alentó a hablar: el balón está en el centro, comencemos.
El último hermoso gesto que tuvo el Papa Francisco para con un servidor, hace casi 10 meses, fue el nombrarme obispo titular de la amada Diócesis de Piedras Negras, que hoy disfruto tanto.
Un santo y un profeta a la casa del Padre, ha partido. Descanse en Paz nuestro muy querido Papa Francisco. Mucho lo extrañaremos. Nos duele en el alma y en el corazón.
Me siento un afortunado depositario de su legado, como con una semilla sembrada en mi interior, a seguir esparciendo: el estilo de Dios que él enseñaba: cercanía, ternura y compasión. Pero no quiero ser como aquellos, que piensan quedarse sólo con el Papa anterior, no abriendo su corazón al nuevo.
Rezamos ya fervorosamente por el Pontífice que llegará y también lo amaremos, pero de Francisco, jamás nos olvidaremos.
Notas Relacionadas
Hace 5 horas
Hace 5 horas
Hace 5 horas
Más sobre esta sección Más en Coahuila