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Francisco

Por Guadalupe Loaeza

Hace 2 semanas

El papa Francisco, primer pontífice latinoamericano, ya se fue y nos dejó en la más absoluta orfandad. No había duda, cuando decía que oraba por nosotros, refiriéndose sobre todo a los pobres, ellos se sentían mucho más seguros y acompañados. Al papa Francisco sí le creíamos, sí nos inspiraba respeto y deseos de ser mejores seres humanos. Algo me dice que el papa Francisco se fue triste, partió con el alma acongojada por todos los problemas del mundo, la mayoría sin resolver, aunque él siempre supo que cambiar al mundo sería sumamente difícil.

A Enrique y a mí nos caía muy bien el papa Francisco, a pesar de que yo no soy muy practicante y él no es católico. Lo sentíamos con un franco sentido del humor, algo muy raro en un pontífice. Sabíamos que le gustaba el futbol, la ópera, la literatura, el cine y por supuesto el tango. Además de la fe y su vocación al sacerdocio, esta conducta probablemente fue heredada de su abuela paterna, doña Rosa. Sus padres, inmigrantes muy modestos, pertenecían a la clase trabajadora de Piamonte. Francisco fue, además y por si fuera poco, el mayor de cinco hijos. Su padre era empleado de los ferrocarriles, por eso el papa Francisco tenía tanto vocabulario de todo tipo, y su madre, Regina María Sívori, era ama de casa y sabía cocinar la mejor polenta con salchicha. Seguramente la afición del papa Francisco al futbol fue heredada de su padre, don Mario José, quien era aficionado del equipo de futbol San Lorenzo de Almagro. Era un equipo muy importante y ganador de varios trofeos. Enrique vio jugar a ese equipo y dice que era magnífico. Respecto a sus gustos literarios el papa Francisco siempre confesó que sus autores predilectos eran Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez y Bioy Casares. No sé dónde leí que era apasionado de los poemas de la uruguaya Idea Vilariño, la eterna enamorada de Onetti. Seguramente al leerlos se acordaba de su primera novia, Amalia Damonte, a quien conoció a los 12 años y le dijo: “si no me caso con vos, me haré cura”. Eran vecinos casi puerta con puerta en el barrio de Flores. Los padres de Amalia no estaban muy de acuerdo con un matrimonio entre dos adolescentes. Amalia sigue viva, está jubilada y dicen que al enterarse de la muerte del papa Francisco, su tristeza es infinita porque a pesar del paso de los años, ambos seguían en contacto. Nadie sabe dónde guardaba bajo llave el papa Francisco la correspondencia de Amalia de 88 años. He allí un gran secreto, el cual tal vez se revelará en unos años, a la muerte de la novia, quien vive en Argentina, siempre en el barrio de Flores. El periodista Manuel Adet apunta que el barrio de Flores, en particular, mantiene con el tango una relación íntima, perdurable. Pertenecen a la historia del barrio Hugo de Carril, Libertad Lamarque, Floreal Ruiz, Gabino Ezeiza, Baldomero Fernández Moreno. Cortázar honró al barrio con el cuento: “Lugar llamado Lindbergh”.

Quienes conocieron entonces al papa Francisco hablan de “un muchacho reservado, más dedicado a la reflexión y el estudio que a la épica callejera, aunque ni los libros ni las exigencias de la fe le impedían de vez en cuando sumarse al potrero detrás de una pelota, cortejar una novia y aprender a bailar el tango en un tiempo en el que un adolescente se iniciaba como hombre a través del ritmo del dos por cuatro”. Entonces la Iglesia Católica no aceptaba mucho el tango, ya que era “mala palabra, un reptil de lupanar, como dijera Leopoldo Lugones, la música del pecado y la perdición disfrutada por compadritos y cafisios”. ¿Habrá habido otros sacerdotes en los años cuarenta, en Buenos Aires, que disfrutaban tanto del tango como el papa Francisco? En esa época, el “nacionalismo integrista de extrema derecha se dedicó a cambiar la letra y los títulos de los tangos, un emprendimiento que hoy hasta resulta gracioso comentarlo, pero que en aquellos años le amargó la vida a mucha gente”.

Por último diremos lo que publicó el diario El País el día de ayer: “El Vaticano ha hecho público el testamento del papa Francisco, que ha muerto a las 7.35 de este lunes a causa de un ictus y una posterior ‘insuficiencia cardíaca irreversible’. El Pontífice, de 88 años, había pedido ser enterrado de una forma sencilla en la basílica de Santa María la Mayor de Roma y no en el Vaticano, como suele ser habitual. ‘El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con una única inscripción: Franciscus, se puede leer en el documento oficial, que tiene fecha de junio 2022”.

Estoy triste.

 

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