Luego de la emergencia sanitaria local que inició hace un lustro, en Saltillo la pandemia ya no es de covid-19, sino de obesidad.

Ahora bien, llegar a ese punto supone sobrepeso inicialmente, y en todo momento decisiones nutritivas individuales (las cuales están condicionadas por la industria alimenticia, educación, contexto socioeconómico y acceso a la información), integradas en una serie de actos continuados en el tiempo y el espacio con una consecuencia previsible.

No se trata, pues, de sucesos que se presentan como hechos fortuitos inesperados que deben atenderse de urgencias. Hay otros que sí, sin embargo pasan de largo sin ser documentados en la ciudad.

En febrero de 2021 se publicó en este mismo espacio una teoría, a propósito de ocho eventos ocurridos en enero de aquél año, en diferentes circunstancias y sin relación entre sí: la nula capacidad médica existente en el Municipio para preservar la vida de quienes resultan lesionados con traumatismo craneoencefálico en cualquier percance, sin importar edad ni condición socioeconómica; un fenómeno cada vez más recurrente y que reduce significativamente la salud y expectativa de vida entre los habitantes de la Región Sureste de Coahuila.

Con sus particularidades, todos tuvieron consecuencias fatales luego de horas, días o semanas de agonía.

Mujer de 56 años que cae de motocicleta -sin casco de seguridad, justo es decirlo- donde viajaba como acompañante, sobre el periférico Luis Echeverría, a la altura de la calle Júpiter (colonia Satélite), el 4 de enero. Falleció el 7 de enero. Atendida por la Cruz Roja.

Joven estudiante de 23 años atropellado en el bulevar Venustiano Carranza, en el cruce con la calle Reynosa de la Colonia República, junto a su hermana. Incidente vial acontecido el 9 de enero. Fallece una semana más tarde. Atendido en el Centro Médico La Concepción.

Mujer de 43 años que presuntamente cae de las escaleras de su casa, en la colonia Cumbres. Atendida en el hospital Christus Muguerza. Sucedió el 10 de enero. Falleció el 16.

Hombre de 26 años embestido con su bicicleta por un automóvil en el periférico Luis Echeverría, a la altura de la colonia Landín, el 16 de enero. Trasladado al Hospital Universitario, donde murió horas más tarde.

Hombre de 43 años que en estado de ebriedad cayó de las escaleras en su domicilio, en la colonia La Minita, el domingo 17 de enero. Muere una semana después, el día 24.

Niño de 15 años que cae de las escalinatas de Santa Anita, con su bicicleta. Ocurrió el 21 de enero alrededor de las 20:00 horas. Atendido en la Clínica 2 del IMSS. 18 horas después falleció.

Mujer de 31 años a quien le cae una barda encima, durante una construcción en la colonia Postal Cerritos, el 31 de enero. Atendida en el Hospital General.

Niño de 15 años que cae de la cajuela de un automóvil en movimiento, en la colonia Vistas de Peña (sur oriente de la ciudad). Trasladado por Cruz Roja al Hospital General. Percance ocurrido el 2 de febrero.

Y sigue sucediendo, desde entonces a la fecha, pese a que no trasciende más allá de la nota policiaca diaria. Año tras año.

Acaba de ocurrir el fin de semana en la Ciudad Deportiva, donde una joven de 17 años tuvo un accidente laboral, al caer de una tirolesa desde una altura de cinco metros aproximadamente, y terminar con fractura de cráneo (misma que le mantiene internada en terapia intensiva en un centro médico privado, sin garantías de recuperación, hacia donde fue canalizada debido a la falta de insumos en uno público). Una tragedia.

En este caso, como en muchos otros que acontecen anualmente, se trata esencialmente de golpes violentos en la cabeza que por sí solos ponen en peligro la vida, como legalmente se considera. “Conmoción, contusión, hemorragia o laceración del cerebro, cerebelo y tallo encefálico”. El denominador común es evidente: sufrir un accidente donde ocurra una fractura de cráneo como consecuencia, es muerte inminente si vives en la capital de Coahuila.

No obstante, sería necesario un estudio académico para determinar si la capital de Coahuila supera la media nacional e internacional en la materia, su porcentaje de atenciones y probabilidad de salir bien librado, consecuentemente su relación con la capacidad hospitalaria, por citar algunas variables.

Cortita y al pie

Cuatro años después, estamos en las mismas. O peor, si se toma en cuenta la presión que suponen los nuevos afiliados al IMSS de Ramos Arizpe, quienes no cuentan en el vecino Municipio con un hospital en condiciones de atenderles, o que los eventuales centros médicos que se proyectan en Saltillo para 2025 y 2026 tampoco suplirán el déficit.

Dicha situación nos mantiene en un triaje permanente o, lo que es lo mismo, selección y clasificación de cuáles pacientes deben atenderse primero cuando demanda y necesidades superan los recursos clínicos. En términos prácticos: quién vive y quién muere.

Alguien podría cuestionar la existencia de otros fenómenos más importantes -a su parecer- donde tampoco se protege la vida humana. Pero en el fondo se trata de atención médica de tercer nivel, en una zona metropolitana que ya rebasa el millón de habitantes. Y particularmente la capacidad para atender situaciones de emergencia, independientemente del nivel socioeconómico de la víctima.

Ya no es el Saltillo de 1977 previo a la llegada de GM.

La última y nos vamos

Existen hoyos negros en la geografía nacional. Se sabe. La carretera Tuxpan-Tampico, en territorio veracruzano, es un ejemplo. Ahí confluyen una serie de circunstancias: vialidad estrecha, nulo mantenimiento, inexistencia de servicios médicos en un radio de centenas de kilómetros que abarca varios municipios, y escasa señal de telefonía gracias a la falta de antenas de telecomunicaciones en el camino. Accidente ahí es difunto; lo saben sus pobladores.

Guardada toda proporción, y en el tema que nos ocupa, en Saltillo no andamos tan lejos.

¿Será que nos acostumbramos tanto a la muerte durante los últimos años que ya nada importa?