Negocios
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Grupo Zócalo
Publicado el lunes, 21 de abril del 2025 a las 04:11
Ciudad de México.- nEl legendario eslogan no oficial “es la economía, estúpido” de la campaña a la presidencia de Bill Clinton en 1992 revelaba una verdad atemporal: la política económica siempre termina en el supermercado, la nómina y el ahorro familiar.
Casi tres décadas después, mientras Trump satura sus discursos con la palabra “aranceles” y provoca una avalancha de titulares y reacciones globales, comprobamos nuevamente cómo las decisiones macroeconómicas se filtran en nuestra vida cotidiana.
Vuelve el proteccionismo
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos confió en el libre comercio como el motor de su prosperidad. La globalización floreció, el sistema de comercio se institucionalizó fundamentado en el principio de que el intercambio mundial es un juego de suma positiva, de manera que los beneficios de este podían cosecharse de manera colectiva.
Trump tiene una perspectiva radicalmente opuesta y considera que el mundo ha progresado a expensas del interés de Estados Unidos. Esto constituye un giro respecto al orden económico liberal y apuesta a una política basada en el nacionalismo económico: restringir la entrada de productos extranjeros para favorecer la producción local y “poner a América primero”.
La materialización del sueño trumpista se enfrenta al hecho de que vivimos en un mundo altamente interconectado. Muchas industrias dependen de cadenas de suministro globales complejas. Esto significa que restringir el comercio mediante aranceles puede multiplicar los costos para negocios locales, afectando la competitividad y la generación de empleo.
Golpe al presupuesto familiar
Los aranceles son, en esencia, un impuesto a las importaciones y como tal, su efecto se traslada al precio de las materias primas, los bienes intermedios y los bienes finales. Un kilo de carne argentina, una lavadora mexicana o un automóvil japonés pueden volverse más costosos para empresas y consumidores. Esto golpea especialmente a las clases medias y bajas, que cuentan con menos mecanismos para protegerse ante variaciones fuertes en los precios.
Si por alguna razón piensa que este asunto sólo debería preocupar a los consumidores norteamericanos, se equivoca. Buena parte de la producción nacional de textiles, manufactura o agroindustria en países como los de América Latina depende de insumos o maquinaria importada. El aumento de los aranceles incrementa los costes de producción, lo que se traduce en precios más altos para los consumidores finales.
Como ya ocurrió en el pasado, una vez Estados Unidos se empeña en el uso de los aranceles como eje de su política, lo que termina propiciando es el desencadenamiento de una guerra comercial, cuyos efectos los suelen asumir los eslabones más débiles de la cadena como los países en desarrollo.
Volatilidad: enemiga del crecimiento y el empleo
La incertidumbre comercial actúa como un potente freno para las actividades de inversión, el crecimiento y la generación de empleo.
Ante un entorno de negocios volátil, las empresas –tanto nacionales como extranjeras– tienden a adoptar una actitud cautelosa. Los proyectos de expansión se postergan, las nuevas contrataciones se congelan y los planes estratégicos se revisan con escepticismo.
Este comportamiento defensivo no es casualidad: cuando las grandes economías imponen aranceles y los países responden con represalias, la incertidumbre sobre el futuro del comercio internacional se dispara.
Efecto
El aumento de los aranceles incrementa los costes de producción, lo que se traduce en precios más altos para los consumidores finales.
Lo anterior, a su vez, va inhibiendo las ventas y perjudicando a los productores. En fin, se convierte en círculo vicioso.
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