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Por Gerardo Alvarado
Publicado el domingo, 17 de noviembre del 2024 a las 19:43
Monterrey.- ¡Gracias, maestro! Impartiendo una clase de arte y gallardía, Enrique Ponce se despide de México con una tercia de apéndices en la Plaza Monumental Monterrey en donde entregó su vida y clase. El coahuilense Arturo Gilio, en una noche de fiesta y tauromaquia, se llevó dos orejas.
Ponce, con más de tres décadas en los ruedos, lidió dos de El Junco. El primero de ellos, Ferrocarrilero, de 480 kilos, mostró bravura y se entregó al diestro ibérico.
El matador lo llevó con muletazos ligeros y de a poco, con la capa y espada, alcanzó el punto álgido de una afición regia que no dejó de gritar olé, acompañando a Enrique en este ritual de despedida.
A Ferrocarrilero, de una sola estocada certera y precisa le arrancó las dos orejas. Los presentes de pie levantando pañuelos blancos lo celebraron.
En su segundo de la tarde, Ingeniero, de 483 kilos, lo trabajó de manera mesurada, sencilla, pero eficaz. Con él construyó una faena limpia. En su estocada, con la espada un poco de lado, levantó su tercera oreja de la tarde. Este burel se lo ofreció a otro grande, Eloy Cavazos.
La lidia de este domingo fue acompañada del matador lagunero Arturo Gilio, un testigo de la despedida de Ponce, al que el diestro coahuilense le ofreció su primero de la tarde, Junqueño, de 505 kilos.
Gilio, de rodillas y con el corazón por delante, lidió a su toro de gran manera, los mueletazos perfectos y clara visión de llevar un toro que se brindó, levantaron a los presentes, que no dejaron de corear los olé y quienes, en medio del silencio, vieron la muerte del que entregó su vida con la espada. A pesar de todo, de la ovación, de la petición de una Monumental Monterrey unida, el juez sólo entregó una oreja poco aceptada por Arturo, quién, sorprendido, esperaba los dos apéndices.
El segundo para el lagunero tuvo arrojo, bravura, y se le ofreció a Gilio en el ruedo en una pelea a muerte que el lagunero sacó adelante y le arrebató su segunda oreja de la tarde.
Nadie es profeta en su tierra y esto le pasó a Sergio Garza. Dos toros y dos lidias. Dos oportunidades de mostrar que con la espada y la capa es capaz de crear arte. Así lo hizo con Emprendedor y Socio.
Con las banderillas Garza fue un monstruo. A una mano, a dos, de espalda y de un salto. De todas la maneras posibles puso a todos de pie.
Dos enormes lidias recibiendo en ambas ocasiones de rodillas a sus toros. Sus faenas las trató bien, se podría decir que perfectas, los regios se le entregaron, pero este, en los dos turnos de arrebatarle la vida a sus oponentes, falló. La espada en ninguna de las ocasiones entró y con tristeza en su rostro se despidió con el aplauso como premio.
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