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Coahuila

En recuerdo de un gran periodista

Por Carlos Gaytán Dávila

Hace 1 mes

El periódico más antiguo de la ciudad de la era moderna, El Heraldo de Saltillo, ha cubierto importantes etapas de la vida de la capital y del estado de Coahuila. Tuvo en uno de sus fundadores, propietario y director general “del modesto” matutino, Francisco de la Peña y Dávila, al más firme y significativo defensor y representante de la colectividad, entregado, apasionado de la verdad que le costó más de un problema.

Nos llevaría muchas páginas —un libro completo— reseñar cada uno de los eventos del más antiguo medio de comunicación de la ciudad.

Quienes nos forjamos en el periodismo, a la sombra de Roberto Orozco Melo, de Paco de la Peña, o de Carlos Gaytán Villanueva, en el sexagenario periódico, no podemos olvidar algunos sucesos a los que con valentía y dignidad se enfrentó Paco de la Peña. El periódico fue inaugurado el 7 de abril de 1963; está por cumplir 62 años.

Su primera noticia se refería a la escasez de agua potable, que desde hacía tiempo venía padeciendo la llamada Atenas de México.

En aquel entonces, la ciudad tenía un déficit de 35 litros de agua potable por segundo que, para los menos de 100 mil habitantes que entonces éramos, significaba un grave problema.

El periodismo que ejercía Paco de la Peña era de valentía y pundonor para sostener la verdad de lo que decía.

Entre las anécdotas figuran algunas que voy a sintetizar por obvio del espacio.

Como cuando enfrentó a un ríspido delegado de la Secretaría de Educación Pública Federal, Manuel Gómez Camargo, que fue denunciado públicamente en el periódico, pues vendía las plazas a los nuevos profesores cuando estas no deben ser negociables.

Gómez Camargo acudió a la dirección del periódico para reclamar al joven director en forma airada. Primero lo hizo verbalmente y luego intentó golpear al periodista, pero Paco contestó la agresión, pues acá entre nos, “los tiene muy bien puestos”. La Secretaría de Educación Pública ordenó el cambio del aguerrido y abusivo funcionario federal “vende plazas”.

De la Peña Dávila enfrentó otro incidente más serio que el anterior con un abusivo individuo, el coronel Ricardo Aburto Valencia, quien era oficial de la Comandancia de la Sexta Zona Militar, concretamente jefe del Estado Mayor, quien se convirtió en el terror de la comunidad y fue denunciado varias veces en el matutino.

En una ocasión en que se celebraba un acto político en el ya desaparecido Cine Royal, de la calle de Juárez, con la presencia del presidente nacional del PRI, Lauro Ortega, el militar reclamó airadamente y con golpes a Paco de la Peña, que sin inmutarse contestó la agresión y de un golpe en la cara del furioso individuo, hizo volar por los aires del “quepí” o gorra militar que, incluso, fue pisoteada con toda mala intención por algunos de los presentes en el mitin, en repudio al jefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar.

Paco tuvo que afrontar la pavorosa 45 reglamentaria del lugarteniente, que siempre acompañaba a Aburto. La gente intervino con mucho valor y con mucha prudencia a favor de De la Peña, pero fueron el director de Tránsito y de la Policía Municipal, respectivamente, Enrique Pérez Espinosa y Luis de la Rosa Sánchez, quienes obligaron al militar a salir del lugar.

Aburto Valencia fue sacado de Coahuila, ascendido a general, y logró ser comandante de una plaza en el interior del país, aunque quienes lo conocían muy de cerca, siempre pidió que lo mandaran a Saltillo.

Había un par de hermanos, que la gente identificaba como Los Pelucos, que eran adictos a la mariguana.

Uno de los dos hermanos fue asesinado en uno de los separos de la cárcel municipal que se localizaba, hasta los años ochenta, en la esquina de Bravo y Aldama. Cabe mencionar que El Heraldo le dio un trato especial a la nota policiaca. La tragedia ferroviaria de Puente Moreno fue otro de los hechos que cubrió plenamente El Heraldo. Así como una explosión, en una mina de carbón de Barroterán, municipio de Múzquiz, Coahuila, en el año de 1969, dejó como saldo más de un centenar de muertos

 

La anecdota

En esa época el periódico era sumamente modesto, recuerda De la Peña. El señor Gabriel Alarcón, uno de los magnates de las salas cinematográficas más lujosas del país y estrenado como dueño del periódico El Heraldo de México, llamó telefónicamente desde la capital del país a Paco para pedirle que El Heraldo de Saltillo le prestara su avioneta para que algunos de sus reporteros viajaran a Barroterán, a fin de hacer el reportaje correspondiente.

Paco le siguió la corriente y le dijo que, lamentablemente, el avión de El Heraldo de Saltillo había llevado a su señora esposa a los Estados Unidos, concretamente a Nueva York, para hacer algunas compras y no se lo podía facilitar. Y es verdad, así le contestó de la Peña, que era buenísimo para las bromas, pero lo dijo con tal seriedad que el señor Alarcón se la creyó. Ah, y le aclaró que era el avión grande, el de ocho plazas, el que se encontraba en Estados Unidos, porque la avioneta estaba en el lugar de la tragedia a donde había trasladado al personal del periódico, pero iba a ser objeto de mantenimiento, por eso no se la podía prestar. Cuál avioneta, cuál vehículo de tracción mecánica, si los reporteros y fotógrafos viajamos de “aventón” en las camionetas del gobierno del estado.

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