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Grupo Zócalo
Publicado el martes, 18 de marzo del 2025 a las 04:14
Ciudad de México.- México ocupa el lugar número 8 del mundo en exportaciones y Estados Unidos es su primer destino comercial, un país que puede engullir toneladas de mercancía de toda clase. Vivir al lado de Donald Trump también tiene alguna ventaja. A los vecinos del norte les gustan los coches y tienen dinero para comprarlos, pero hace tiempo que cedieron parte de su capacidad productiva en favor de México, donde la jornada laboral le sale más rentable al empresario.
En Cuautitlán Izcalli, a una hora y pico de la capital mexicana, una torre se corona con una marca símbolo del añejo poderío económico de Estados Unidos, la Ford. Allí trabajan miles de obreros y una conversación en español monopoliza sus jornadas laborales y seguramente la de sus cocinas cuando llegan a cenar: los aranceles de Trump. “No se habla de otra cosa”, dice uno de ellos a las puertas de la impresionante factoría. Cómo no, si las tasas que quiere imponer el republicano a las exportaciones mexicanas tienen en vilo a medio país, con su Presidenta, Claudia Sheinbaum, a la cabeza.
El sector automotor es clave en todo esto, porque es la gallina de los huevos de oro en el comercio con Estados Unidos, donde va alrededor de 80% de los automóviles que se venden al extranjero. El año pasado, entre vehículos de motor y piezas para fabricarlos, México ingresó cerca de 100 mil millones de dólares, la mayor tajada de las exportaciones, y fue General Motors, otra de las históricas firmas estadunidenses, radicada en Coahuila, la mayor responsable de ello. Después va la japonesa Nissan y después, la Ford. “No se habla de otra cosa”, insisten los trabajadores, anegados en la incertidumbre que sólo Trump sabe imponer en el comercio mundial.
¿Adónde irán sus empleos? El republicano tiene una idea en su mente, o eso dice: devolver a Estados Unidos la grandeza de otros tiempos, es decir, que sean ellos quienes recuperen la producción de automóviles, entre otras, y dejen de depender de ese “comercio estúpido” con el que se siente “estafado”. Detroit debe abrir de nuevo su taller mecánico. Los magnates de la economía y las finanzas no contaban, quizá, con que el mundo globalizado tiene estas cosas. Ahora han dado un volantazo hacia una suerte de autarquía, con Trump de abanderado, pero no será fácil, ni rápido ni gratis, que el mundo se desenmarañe de los múltiples lazos que le atan.
La factoría de la Ford en Cuautitlán (Estado de México, la enorme industria que rodea a la capital) abrió en 1964 y ocupa 82 hectáreas de terreno. Unos kilómetros más allá, en Naucalpan, la misma compañía inauguró en septiembre de 2022 una ciudad para ella sola, su centro de tecnología y negocios, donde cada día entran a la chamba, como dicen en México, miles de empleados. Tiene campos de futbol y “amenidades de primera categoría”, según reza en su web, con un cuidadoso sistema sostenible con los desechos, las aguas y la iluminación, algo que no pueden decir millones de mexicanos. Eso no se hace de un día para otro, ni tampoco se planifica en una tarde. “Los análisis empresariales para montar una factoría llevan entre tres y cinco años, por no hablar de la proveeduría y el empleo”, dice Francisco González, presidente ejecutivo de asociación que reúne a la Industria Nacional de Autopartes (INA) en México. Así que, González calcula que desmontar todo el tinglado para llevarlo a Estados Unidos tomaría un periodo de 20 o 30 años. “Trump ya no va a estar”.
A González le tocó aquella época en que llegaron a México la Audi, la BMW y la Mercedes, la Nissan y la Kia, o sea, cuando los magnates globalizaban la economía. Por eso sabe que mover esos paquebotes no es fácil. Calcula que los deseos de Trump de reindustrializar su país necesitarán la instalación de 19 a 30 plantas automotrices nuevas que han de multiplicarse por siete en lo que a piezas y accesorios se refiere, sin contar con los trabajadores. “A los estadunidenses ya no les gusta la manufactura y los mexicanos estamos en una curva poblacional adecuada”, afirma el jefe de la INA.
En la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz piensan lo mismo, que no hay tiempo para desmontar, aunque no descartan que los aranceles, de imponerse, mermen la producción en México. Mudarse a Estados Unidos les parece del todo “descabellado”. Alrededor de 2.7 millones de automóviles salieron nuevecitos de México para Estados Unidos el año pasado. De todas formas, una merma en la producción también puede ser fatal para los mexicanos, habida cuenta de que la industria automotriz da empleo a cerca de 900 mil personas. Si Estados Unidos estornuda, México se acatarra. Porque los coches no son lo único que colocan en aquel mercado, también los tomates y los aguacates, las computadoras, la cerveza, el tequila y cuántas cosas más. El nuevo coronavirus se llama arancel, bien lo sabe el mundo.
El juego del gato y el ratón con el que Trump viene cumpliendo sus promesas electorales no es sólo una táctica comercial para algunos, sin embargo. “Va en serio”, dice José Romero, del Centro de Investigación y Docencia Económicas de México. Geopolíticamente, lo resume así: a Trump no le interesa ya México, ni se va a desgastar con Europa, le interesa la conquista de Canadá, como cultura similar, y le preocupa China. Es todo. Bueno, está Rusia, “con un PIB parecido al de Italia, no es enemigo existencial, puede ser hasta un amigo”, zanja el economista. “Ni siquiera le interesa México como mano de obra [barata], no, quiere llevarse la industria”. Quizá la renuncia de Elon Musk, en julio del año pasado, a invertir en una planta de Tesla en Nuevo León, después de haberlo anunciado, fuera una pista que se pasó por alto. Aún así, hoy por hoy los aranceles subirían el precio al consumidor estadunidense. “Los aranceles son sólo un factor proteccionista que puede compensarse con incentivos fiscales para las empresas y ayudas al consumo. Puede que no tenga éxito en su idea, pero no se está dando un balazo en el pie, como dicen muchos”, responde Romero. “La confrontación de Trump está en el Pacífico”, o sea China.
Es una forma de verlo. Otros creen que el republicano no se atreverá a romper el tratado de libre comercio (TMEC) que han renovado los tres países norteamericanos. Romero dice que sí. Y no se declara pesimista, sino todo lo contrario, lo considera una buena ocasión para que México crezca e innove, o sea “una ventana de oportunidad”. Los cálculos que hacía González unas líneas más arriba se le antojan pecata minuta al economista: “20 plantas nuevas con una inversión de 50 mil millones de inversión no es mucho para Estados Unidos”, afirma. Si dejan las naves vacías y se van, quizá los mexicanos puedan ponerse a producir para su propio mercado, añade. Esa soberanía productiva también la anda buscando el gobierno de Claudia Sheinbaum, con su Plan México, acordado con los empresarios, pero eso también llevaría años, así que andar riéndose de los aranceles no se antoja prudente. La templanza de la Presidenta en sus negociaciones con Trump pasará un nuevo examen el próximo 2 de abril, cuando cumple la prórroga en la imposición de tasas.
“El Gobierno mexicano está negociando a favor de que no se impongan aranceles a ningún sector, el automotriz no es el único”, dice Janneth Quiroz Zamora, analista de Monex. De hecho, asegura, “quien logró que se pospusieran los aranceles automotrices fueron las armadoras estadunidenses”, dice. Las mismas que, según Romero, no se verían afectadas si volvieran a su país, porque tendrían incentivos para amortiguar el golpe. Pero el sector automotor no deja de hacer ruido, porque es la joya de la corona en las exportaciones. “Esa es su relevancia, la exportación”, sostiene Quiroz, porque el peso del sector en el PIB apenas roza 5 por ciento. Aunque todo es difícil de medir, porque para hacer un vehículo no sólo se necesita acero y aluminio (en el filo de los aranceles ahora) sino piezas, vidrio, plástico y la complejidad del mundo entrelazado. Las partes que componen un automóvil entran y salen de Estados Unidos a México, pasando por China, varias veces hasta que el coche sale rodando.
El trasiego de mercancías en la frontera entre Estados Unidos y México conforma una de esas postales del mundo actual, que hasta en su fealdad fascinan. Miles de camiones donde entra y sale de todo, también el fentanilo. Parece imposible detener ese frenesí. El acero y el aluminio son una buena muestra de ello. Las exportaciones mexicanas tienen que pagar ahora 25% de tasas para introducir esos productos en Estados Unidos. Sheinbaum espera al 2 de abril para jugar sus cartas y una de las medidas podría ser devolver el golpe -aunque no es la idea-, habida cuenta de que Estados Unidos exporta a México 12 mil millones de dólares en acero frente a los 6 mil 500 millones que exporta México, según las cifras del Gobierno. Así es en el mundo con todo, los pollos y los cerdos entran y salen por las mismas fronteras cada día. La granja global. En 100 años seguirá habiendo mentes como las de Trump, pero es difícil que la economía intercontinental se vuelva más compleja de lo que ya es. De ahí, por cierto, los afanes del republicano por hacerse con el Canal de Panamá, por ejemplo.
Pero antes de los 100 años hay que atender la inminencia de los aranceles y los días pasan en México con la cadencia de una bomba de tiempo y el espesor de la incertidumbre. Están en juego muchas cosas. Nuevo orden mundial le llaman a esta tendencia autoproteccionista que obliga a los países a encastillarse en su propia producción, desde los garbanzos a las armas de guerra. Nadie desdeña esta idea de la soberanía, cuya necesidad afloró la pandemia con tambores de emergencia. Pero mientras ese día llega habrá que negociar mucho para que el pretendido derrumbe del actual sistema económico, por parte de los mismos que lo levantaron, no se lleve por delante miles de vidas.
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