Saltillo es una ciudad sin transporte público donde convive 1 millón de habitantes. Y quizá el vocablo convivir no sea suficiente para englobar los verbos entrometerse, propasarse, maldecirse, discriminarse y vilipendiarse, o los regionalismos “aloncharse” y “agandallarse”, presentes todos en la dinámica diaria.

La movilidad es hoy el principal inconveniente del Municipio. Los desplazamientos urbanos implican cada vez mayor tiempo y estrés en los cuatro puntos cardinales. Transportarse es caro, tardado y enfadoso, características que, en algunos sectores, propician la inmovilidad absoluta y por consecuencia la gente está enojada todo el tiempo.

No con algo, o con alguien en particular. Ni siquiera es un asunto para sacar raja política. La razón obedece a que vivimos en la era de la ira. Dos fenómenos la magnifican: la sobreinformación y la desinformación, ambas producidas por el uso continuado (o abuso, según se vea) de internet.

La crisis existencial de nuestro siglo: perder el control de nuestras vidas por culpa de las redes sociales. No es exclusivo de la ciudad ni es nuevo, pero a últimas fechas son frecuentes los delitos en masa de turbas enardecidas. Válvulas de escape a la presión de habitar en un entorno agreste y gris. Insano para la mente. Otro síntoma de involución son los atropellamientos diarios de motociclistas, pues se ha llegado a un acuerdo colectivo de que la vida vale más o menos en función del vehículo que la transporte.

Saltillo es una gigantesca red (atarraya) para pesca. A simple vista parece que su tejido está cohesionado y que la unión de los hilos le hace más fuerte y resistente, sin embargo hay rasgaduras en todo el patrón de costura. Nadie soporta al de al lado.

La destacada competitividad significa burbujas que se mueven en una u otra dirección, asemejando un grupo uniforme, no obstante son esferas individuales que no se tocan con sus semejantes pues al chocar se revientan.

Ese contexto es caldo de cultivo para un estallido, pues el pulso social está acelerado.

A quien exalte el resentimiento y ponga el dedo en la llaga de la desigualdad (vigente desde tiempos inmemoriales y natural a cualquier sociedad humana) la inequidad y la injusticia, sin que necesariamente tenga una receta o por lo menos una idea para resolver el problema, a ese favorecerá la simpatía mayoritaria, convertida en preferencia electoral.

No se necesita ciencia ni evidencia. Enardecer con lugares comunes basta. El populismo y la demagogia socavan la gobernabilidad y paz social.

Quizá no ha sido valorado en su justa dimensión, pero de la gestión trienal encabezada por “Chema” Fraustro se podría reivindicar el Festival de las Artes anual en torno al aniversario de Saltillo (mismo que debería ampliarse a otras fechas en el calendario, pues al municipio le hace falta mucha recreación y esparcimiento gratuito; no todo es armar automóviles y ser transportado de los domicilios a las ‘plantas’ y viceversa).

También puentes vehiculares y de paso peatonal construidos en zonas donde no se ven al sur y oriente de la ciudad (pues no están al pie de las principales vialidades por donde circula la mayoría, aunque los vecinos de los sectores involucrados lo aprovechan) y la edificación de centros comunitarios encaminados a servir como espacios públicos en la periferia, y especialmente Paseo Capital en el centro (este último podría eventualmente ampliarse a la calle Victoria, en los tramos que no dificulte la circulación vehicular por el sector, y ganar metros cuadrados al asfalto en el Centro Histórico para la interacción, como sucede en otras capitales semejantes como San Luis Potosí.

Somos cuna de la industria, sí, pero hay que construir para las personas, no sólo para los automóviles). Sobre la iniciativa para prohibir la reelección de presidentes municipales pende la espada de Damocles.

Si no sucede nada extraordinario, el próximo periodo legislativo será votada y aprobada con efectos inmediatos para las autoridades en los cargos públicos que involucra.

En ese sentido las circunstancias han colocado al electo Javier Díaz como un Alcalde de transición. Un gerente general de sucursal matriz encargado del Municipio, en tanto el aspirante que usará el Ayuntamiento como trampolín llega en 2027 y se posiciona rumbo a 2029.

Es la naturaleza de gobernar la capital del estado y epicentro de la Región y metrópoli que aporta más al PIB estatal. No por ello su labor será menor o intrascendente. Por el contrario, su trabajo será de sombra y siembra.

La prioridad –como los paneles solares en los techos– apunta hacia el sur (de la ciudad). En ese territorio perdido de antemano (cuestión de ver resultados de la elección federal en 2024) ni siquiera se puede hablar de justicia social, sino de paliar necesidades básicas.

Cortita y al pie

No hay que ser una lumbrera para saber que la migración de sureños ha trastocado la convivencia y amenaza la idiosincrasia. Inclusive al statu quo político.

El santuario del priismo sobrevive bajo asedio. Si a los nuevos saltillenses no se les identifica, integra y atiende desde el Municipio, actuarán estos por su cuenta en contra del interés general.

No son tiempos para administrar una ciudad como si fuese una sociedad de alumnos de Prepa Tec, o un consejo directivo del Club Campestre, a favor de las élites. Se requiere apertura e inclusión para competir contra las dádivas federales que nada resuelven pero crean clientelas.

La última y nos vamos

Por último, pero no menos importante: si piensan que la capital se gobierna para ese animal mitológico llamado los “López”, y el Grupo Industrial Saltillo, entre otras familias de privilegiados por añadidura, como si estuviésemos en 1974, vayamos tejiendo de una vez la alfombra que servirá para que transite sin ensuciarse Morena el próximo trienio, aún con boleta electoral fraccionada, sin candidatos relevantes y partidos divididos.

Y ahí sí, sálvese quien pueda.