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El país de los pretextos

Por Juan Latapí

Hace 6 meses

Vivimos en el país de los mil y un pretextos, en el reino de la barra, del infaltable pretexto, donde siempre es más fácil inventar una justificación para evadir responsabilidades, eludir la verdad, sacar provecho mintiendo, engañando cuantas veces sea necesario a base de pretextos. Engañar es mentir y aunque se diga que se trata de mentiras piadosas, una mentira, por mínima que sea, es una mentira.

Somos expertos en mentir de múltiples maneras, prometiendo lo imposible, echando rollos, descalificando al adversario, diciendo verdades a medias, divulgando chismes y rumores sin pudor -y lo que es peor- permaneciendo apáticos ante las mentiras sin querer ver ni escuchar, simplemente simulando.

Vivimos en un país donde mentir es visto como algo normal, donde todos mienten en mayor o menor medida y ya nos acostumbramos a ello. Crecemos y aprendemos a sobrevivir en el mundo de los pretextos y las simulaciones, donde cada vez menos se educa para ser responsables, dar la cara, decir la verdad y asumir las consecuencias. Hemos aprendido que buscar culpables es más redituable que esforzarse para encontrar soluciones porque desde hace rato vivimos bajo el yugo del chivo expiatorio, ese al que los antiguos judíos, mediante un ritual, le cargaban todas las culpas del pueblo para luego enviarlo al desierto y abandonarlo ahí.

Las mentiras rigen nuestra vida de diferentes maneras, con la costumbre de prometer a sabiendas que no se va a cumplir, manipular cifras a conveniencia, presumir lo inexistente, minimizar lo que afecta, hablar demasiado sin decir nada, enredar, tergiversar, no llamar a las cosas por su nombre, cambiar el significado de las palabras, ponerle nombres nuevos a lo viejo, abusar de las palabras, usar doble discurso, y manipular las imágenes, entre otras tantas formas de mentir. Son esas mentiras -como afirma la investigadora Sara Sefchovich en su libro “México país de mentiras”- las que sirven para llenar los huecos y tapar lo que no se hace y lo que no se cumple; nunca como ahora ha sido tan necesario mentir. Con esa actitud de engañar se fomenta la desconfianza, la corrupción, la impunidad, la doble moral, la desmemoria, y lo que es peor, la desesperanza.

Y en ese afán por mentir para evadir las responsabilidades son los pretextos los que se empoderan del discurso oficial que le apuesta al rápido olvido para desvanecer las mentiras de ayer como las innumerables promesas de las campañas políticas que jamás se cumplen. Promesas incumplidas que son mentiras ocultas bajo cualquier pretexto.

Ejemplos sobran, solo por mencionar algunos basta recordar como el gobierno federal anterior prometió dotar de medicamentos a los centros de salud pública, y que en caso de no haber medicinas, el gobierno las pagaría mediante una alianza con las farmacias privadas; no pasó. Se prometió también hace siete años la eliminación del fuero; tampoco sucedió. Ante los abusos de las autoridades nos dicen que se investigará y habrá justicia; nunca pasa. Se usa como pretexto la promoción del turismo para soslayar el correcto aprovechamiento el agua en Cuatrociénegas que solo beneficia a unos cuantos particulares. En el caso de AHMSA se han dicho tantas mentiras que ya nadie cree lo que se diga.

En fin, se inventa cualquier pretexto para ocultar los desbarajustes, abusos y así, hacia donde se voltee, es raro no encontrar algún pretexto, una barra y una mentira.

Decía la periodista y filósofa Hannah Arendt que mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede destinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así se puede hacer lo que se quiera.

Dicen que los pretextos se inventaron para mentir de manera elegante, y así, mientras tanto seguimos viviendo y tolerando este imperio de las barras de nunca acabar, profesándoles culto y devoción, rogando nos cubran con su manto protector para evadir nuestras responsabilidades en este país donde no pasa nada aunque suceda de todo.

No se puede olvidar que detrás de un pretexto suele estar una mentira, que mentir es engañar y que de todos los tipos de engaños el peor y más sencillo es el autoengaño que poco a poco atrofia la capacidad de reconocer la realidad, nulifica la capacidad de asombro, diluye la solidaridad, desaparece la empatía y aniquila la razón. En pocas palabras, nos deshumaniza.

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