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El origen de los nacimientos

  Por Agencias

Publicado el domingo, 14 de noviembre del 2010 a las 05:05


La palabra Navidad es una abreviatura de Natividad proveniente de la voz latina nativitas, que significa nacimiento.

México.- La palabra Navidad es una abreviatura de Natividad proveniente de la voz latina nativitas, que significa nacimiento. Es por ello que se aplica este nombre a la fiesta cristiana del 25 de diciembre, en que se celebra el nacimiento del Niño Jesús. Esta celebración se remonta a los primeros años de la iglesia cristiana, cuando el Papa Telésforo la instituyó en el siglo 2. En esa época se celebraron las primeras ceremonias religiosas, en las que la Iglesia utilizó el género teatral para persuadir a la gente sobre las bondades de su religión.

Durante la Edad Media, en España, se representaba la Natividad en una ceremonia nocturna en la que un grupo de niños vestidos de ángeles cantaban en honor del Niño Jesús y otros ataviados como pastores hacían los coros, después de lo cual se abrían las cortinas que cubrían el pesebre y se mostraban al Niño y a la Virgen, dando paso a la celebración de la misa. También en España a finales del siglo 15, fue representado un auto sacramental del poeta Jorge Manrique llamado Renacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que es una escenificación de la Navidad.

“El Nacimiento” es la representación plástica de la Natividad de Jesús. En los Evangelios Canónicos se narra con sobriedad la adoración al Niño Jesús por los pastores y por los Reyes Magos, en cambio en los llamados Evangelios Apócrifos se relata con mayor detalle el mismo episodio, motivo por el cual estos últimos fueron los más consultados por los artistas en busca de inspiración para crear sus obras.

Por el siglo 7 la escena de la Natividad adquiere la importancia para ser utilizado en los cultos. Algunas crónicas afirman que el pesebre más antiguo que se conserva, aunque sólo en parte, está en la basílica romana de Santa María la Mayor. Este adoratorio guarda la misma estructura de la cueva de Belén. Pero fue San Francisco de Asís, nacido en 1182 en Asís, Italia, quien después de conseguir una autorización del papa Honorio III., instaló el primer Nacimiento en la ermita de Greccio, en 1223. El religioso celebró el nacimiento de Jesús, colocando un altar frente a la ermita con una escenografía mínima; colocó luminarias por el monte y repartió hachas encendidas entre los frailes y los campesinos que lo acompañaban, lo que atrajo a muchos habitantes de la ciudad de Greccio. Él cantó el Evangelio invitando a todos a participar en el nacimiento del redentor y los campesinos reprodujeron el histórico acontecimiento. Tiempo después, sobre el pesebre de Greccio se erigió una iglesia en conmemoración de San Francisco.

La idea del Nacimiento se consolidó como tradición en el arte de toda Italia, siendo durante el 300 (siglo 14), que se multiplicó la escena de la Natividad, habiéndose afianzado su popularidad en la segunda mitad de 400 (siglo 15). En la Catedral de Volterra, un Nacimiento de grandes figuras era ya común. En Toscana el número de Nacimientos monumentales fue muy grande y es posible que desde ahí se propagaran al reino de Nápoles, en donde el Rey Carlos III fundó talleres de cerámica destacando el de Capodimonte, en donde se dice que el propio Rey aconsejaba y dirigía a los artesanos. En este taller encargó figuras para su pesebre, que instaló en una habitación del Palacio Real, lo que dio inicio a una de las más conocidas tradiciones navideñas. El Nacimiento fue todo un acontecimiento, lo visitaban ricos y pobres, nobles y plebeyos, con un poco de fervor religioso, por gusto o por curiosidad. Luego los Nacimientos invadieron las mansiones napolitanas, con figuras fastuosas, vestidas de seda y adornadas con pedrería inclusive con oro y plata. Y finalmente llegaron con más sencillez, pero quizás con mayor autenticidad, hasta los modestos estratos sociales.

Se cuenta que el mismo Rey Carlos III promovió la difusión de los Nacimientos en la Península Ibérica. Al viajar de Italia a España llevó consigo el gusto por la representación sagrada y pronto encargó a varios artistas valencianos un Nacimiento para su hijo, el futuro rey Carlos IV, que causó gran asombro entre la nobleza peninsular, repitiéndose la historia de Nápoles. Así proliferó la producción de Nacimientos, algunos de los cuales todavía se conservan en museos españoles.

Por otro lado, la llegada de los franciscanos a España durante el siglo 13, permitió también la difusión de los Nacimientos por toda la Península, tanto entre las familias ricas como las pobres, a veces compuesto de sólo las tres figuras, lo que se llama “misterio”, y en otras con muchas de ellas.

En Alemania, a mediados del mismo siglo, se instaló por primera vez un Nacimiento en el monasterio de Füssen, considerado como el más parecido a los actuales en su diseño. Otros Nacimientos de gran influencia que todavía se conservan son los elaborados en el siglo 17 con la corriente barroca que le imprimió un estilo de gran fuerza humana, que va más allá del solo objetivo religioso. Para el siglo 18, el barroco se constituyó como el antecedente del romanticismo, dotando así a los Nacimientos de grandes escenas con estructuras escenográficas y con figuras preciosistas.

En Portugal se elaboraban grandes Nacimientos con figuras de yeso y ojos de vidrio, desarrollándose una reconocida escuela sobre el tema. También destaca la labor de los artesanos españoles, que realizaron preciosos Nacimientos con pequeñas figuras, como las de Salzillo en Murcia y las de Amadeu en Barcelona.

Por lo que respecta al continente americano, es lógico entender que con la evangelización llegaron a estas tierras las recreaciones del acto de fe navideño en diversos materiales. Las religiosas franciscanas elaboraban bellísimos Nacimientos, especialmente con Niños Jesús de cera, hermosas piezas escultóricas que permanecían en exhibición durante un año.

Los artesanos mexicanos asimilaron rápidamente las técnicas artísticas traídas de Europa, de manera que las maderas estofadas y policromadas fueron comunes en los Nacimientos mexicanos de la Colonia; también se hacían de barro decorado y dorado. Los de madera se hacían de media talla para que las religiosas o las “niñas” de las casas les hicieran minuciosos vestidos. De China se importaron en marfil y aquí, durante la Colonia, se imitaron en hueso, aunque de menor tamaño.

Al paso del tiempo, las figuras se hacían con ropa más elaborada, que procedía de conventos y casas particulares. Las caras, pies y manos eran generalmente de cera o barro. Luego el Nacimiento se modificó hasta llegar a ser una abigarrada mezcla de estilos y motivos en los que aparece el portal rodeado de magueyes, guajolotes, pastores y tipos populares del México romántico del siglo 19: el carbonero, el cazador, la tamalera, etcétera, hechos de barro, cera, madera, de fibras vegetales, hojalata, trapo y de todo material que corresponde a las ramas artesanales del país.

Los pastores de los “Nacimientos” eran figurillas admirables sobre todo las trabajadas en madera; son tipos populares: el pelado, la joven aldeana, la china y los petimetres. Con frecuencia estas figuras secundarias daban carácter al conjunto. Hubo en la Nueva España “Nacimientos” muy importantes por el número y la belleza de sus figuras, algunos comparables a los famosos “presepios” napolitanos.

La tradición se perpetúa hasta la segunda mitad del siglo 19, en que los Nacimientos se colocaban sobre una mesa o altar que regularmente ocupaba una buena extensión de la pieza principal. Estos “Nacimientos” marcaron el final de una época en la historia del arte mexicano. La capital de la república atravesaba por una época destructora de todos los valores tradicionales. La manufactura de “Nacimientos”, se refugió en la provincia, en Guadalajara, en donde el genial Panduro confeccionaba tipos populares en barro, o en Guanajuato que produjo “belenes” en plata y pasta ligeramente policromada.

En la primera mitad del siglo 20, sobre todo la década que va de 1920 a 1930, se asiste a la decadencia gradual de los “Nacimientos” tradicionales, reemplazados por los arbolitos de Navidad. No es sino hasta el periodo que va de 1930 a 1940, que resurgen los “pesebres” dentro del movimiento de la revaloración de lo auténticamente mexicano y la nueva fuerza que tomó el arte popular. La gente, poco a poco, empezó a sacar de los cajones o del fondo de los roperos, las figuras de los “Nacimientos”. Se volvió a gustar del oro y de las lacas de las figuras coloniales; la nueva vida que tomó una tradición mexicana que cuenta con más de tres siglos.

LOS NACIMIENTOS EN EL ARTE MEXICANO

En México las primeras representaciones plásticas del Nacimiento de Jesús se encuentran en los grandes retablos coloniales del siglo 16; es posible que anteriormente hubiera en los conventos del mismo siglo algunos frescos con el tema, pero se desconocen por falta de investigaciones o porque muchos de ellos permanecen bajo una gruesa capa de cal.

Los pocos retablos del siglo 16 presentan, dentro del ciclo de vida de Jesús, la escena de su Nacimiento como se acostumbraba en los retablos españoles, es decir con dos muestras de adoración, por un lado la de los pastores y por el otro la de los Reyes. Los retablos que se conservan casi íntegros, son el del convento franciscano de San Miguel Arcángel de Huexotzingo y el de San Bernardino de Xochimilco. El primero, pintado alrededor de 1584 por Simón Pereyns con la misma disposición temática, y en Xochimilco hacia finales de ese siglo, se repite con una obra probablemente de Echave el Viejo.

No existe propiamente un “Nacimiento de Jesús” sino dos adoraciones, pensamiento teológico de la época que gustaba de contraponer las dos manifestaciones, una, el pueblo judío representado por los pastores, y otra, las naciones de la gentilidad, simbolizadas por los Reyes Magos.

En estas representaciones no hay novedades iconográficas ni originalidades, porque la Inquisición no las hubiera permitido, y porque casi todos los pintores coloniales copiaban los grabados europeos. En el caso de Huexotzingo, Pereyns copió grabados del flamenco Sadler.

Aunque en el siglo 17 se repite esta disposición, los pintores sacan partido de los contrastes que ofrece la rústica vestimenta de los pastores, los tipos burdos, el carácter popular de la escena y la riqueza del atuendo de los reyes, el esplendor de los brocados y las joyas, los presentes encerrados en finos cofres y, sobre todo, el tipo aristocrático de los visitantes. Características son las pinturas que pertenecieron al retablo de la Casa Profesa de México, obra excelente de Juárez; lo mismo que las dos magníficas “Adoraciones” de Cristóbal de Villalpando, que se admiran en la Pinacoteca de San Diego.

Ya desde mediados de dicho siglo aparece una innovación iconográfica consistente en que en la escena de la “adoración de los pastores”: el foco de luz que ilumina al grupo brota del cuerpo del Niño Jesús, irradia un resplandor que delinea las figuras de la Virgen y San José y saca de las sombras a los pastores. Este procedimiento le da un carácter especial al citado cuadro de Villalpando y confiere un encanto característico de la pintura más importante que existe sobre este tema, como lo es el “Nacimiento” de Pedro Ramírez, pintor del siglo 17, que dejó una obra maestra sobre el tema, un cuadro de seis metros por tres de alto, que fue pintado para la rectoría del convento de Betlemitas, Orden fundada por Fr. Pedro de San José Betancourt a mediados del siglo 17, y que tuvo una casa importante, con hospital anexo, cuyo patio aún se conserva en la esquina de Tacuba y Bolívar de la Ciudad de México.

Después aparece otra obra comparable a la de Pedro Ramírez; en la Sacristía de Santa Prisca de Taxco. Al fondo está una de las obras maestras de Miguel Cabrera. En este “Nacimiento”, admirablemente compuesto, se ven las modificaciones introducidas en la temática tradicional: el Padre Eterno del que desciende la paloma del Espíritu Santo, directamente sobre el Niño, de arriba abajo la Santísima Trinidad. Aparte de los pastores aparecen los siete Arcángeles y, en primer término, San Miguel engalanado con ricas vestiduras rojas y azules. En el resto del siglo 18 se vuelven a encontrar a estos espíritus como acompañantes; tal vez el cuadro más importante después del de Taxco, sea el que Vallejo pintó en 1765 para la Sacristía de San Ildefonso de la Ciudad de México.

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