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Coahuila

El Nobel y el político

Por Gerardo Hernández

Hace 2 semanas

Mario Vargas Llosa fue un espléndido escritor, pero como político resultó un fracaso. La literatura le permitió trascender —cosa que muy pocos políticos consiguen— y alcanzar la cumbre de las letras: el Nobel. La política sólo le causó dolores de cabeza y frustraciones. En sus pronósticos electorales no fue muy certero. Apoyó a Keiko Fujimori, hija de su acérrimo rival, Alberto Fujimori, en Perú; a José Antonio Kast, en Chile; y a Rodolfo Hernández, en Colombia. Todos perdieron. Y cuando llegaba a hacer diana, sus favoritos (Bolsonaro y Milei, ambos populistas) causaban pena. En otros casos era visionario. Diez años después de calificar a México como “dictadura perfecta” (en tiempos de Salinas de Gortari), ante la estupefacción de Octavio Paz y Enrique Krauze, el PRI perdió por primera vez la Presidencia. No por un acto de adivinación, sino porque el sistema ya estaba agotado y no daba para más.

El cambio ideológico —de la izquierda revolucionaria de Castro al neoliberalismo a ultranza de Reagan y Thatcher— le hizo perder adeptos de un lado y ganarlos de otro. Como escritor, sin embargo, brilló en cada obra. Prueba irrefutable de su congruencia como escritor comprometido con la democracia, la libertad, la justicia, y de su aversión a las dictaduras, es la novela Tiempos recios (2019). Narra el golpe de Estado contra el Presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, auspiciado por la United Fruit Company, de la cual era socio el entonces secretario de Estado, John Foster Dulles. La CIA, dirigida por su hermano, Allen Dulles, fue la encargada de llevarla a cabo. Sin embargo, la oposición de Vargas Llosa a los candidatos de izquierda, sobre todo en América Latina, históricamente castigada por regímenes militares de derecha, le ocasionó grandes antipatías.

La respuesta a la pregunta de “¿en qué momento se jodió el Perú?” (Conversación en La Catedral, 1969) es múltiple y sus circunstancias son igualmente variadas. El antiguo imperio inca ha tenido una sucesión de presidentes pésimos. Después del doble mandato de Fernando Belaúnde Terry, enemigo férreo de la dictadura de Manuel Odría, Perú resurgió. El sueño terminó con Alan García. Vargas Llosa quiso sustituirlo en 1990, pero fue vencido por un ilustre desconocido Alberto Fujimori, quien implantó una dictadura venal y asesina junto con Vladimiro Montesinos. García regresó al poder en 2006 y en 2019 se suicidó para evitar ser aprehendido por casos de corrupción (el pago de sobornos de Odebrecht a su Gobierno).

Fujimori y sus sucesores, después de García, fueron defenestrados y encarcelados por actos de corrupción y otros delitos graves. El último Presidente elegido, Pedro Castillo, fue destituido por intentar un autogolpe de Estado. La Mandataria en funciones, Dina Boluarte, enfrenta acusaciones de enriquecimiento ilícito. En marzo de 2024 la policía allanó su casa por haber omitido en su declaración patrimonial una colección de relojes Rolex y otras joyas. Los peruanos realizan manifestaciones y protestas para forzar su renuncia. La corrupción está en el centro la crisis.

En México, la sucesión de gobiernos ineptos, impugnados y sin suficiente respaldo popular hundió al país y provocó el repudio social contra una clase política frívola, predadora e incompetente, la cual alcanzó con Enrique Peña Nieto su máxima expresión. En ese contexto la mayoría votó masivamente por la izquierda para llevar a la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador y a Claudia Sheinbaum. Los países, pues, se fastidian por la acumulación de errores, hasta que la ciudadanía dice basta.

 

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