La Monarquía absoluta es un tipo de gobierno que centra todos los poderes en una sola persona. El rey es quien administra los bienes del reino, pero además es quien dicta las leyes y juzga a quien las incumple; es decir, en este sistema de gobierno no hay cabida para un parlamento que incluya y debata distintos puntos de vista, de un juez que a través de un proceso juzgue la inocencia o culpabilidad de un acusado, no hay cabida para instituciones o para representantes de las minorías. El poder, la razón y la justicia residen en un solo hombre, el monarca.
Por cientos de años, la sociedad ha luchado contra este tipo de gobiernos, las democracias han venido a dar voz y voto a las minorías y ha buscado hacer más justo el ejercicio del poder, la experiencia dio cuenta de lo peligroso que puede ser concentrar tanto poder en un solo hombre.
Hoy en México nos encontramos ante un escenario que nos debe poner a pensar, con mucho más detalle si conviene seguir dando tanto poder a un solo hombre. El presidente López Obrador llegó a la silla presidencial con el respaldo de todo un país, de la mano a su llegada al ejecutivo, las cámaras también fueron captadas por el partido que lo postuló con una cómoda mayoría que les permite tomar cualquier tipo de decisiones, únicamente el Poder Judicial no se vio dominado por la corriente política que actualmente nos gobierna.
En teoría, vivimos en un país con división de poderes, en la práctica, tenemos otra historia.
Con mucha preocupación he visto como en estos meses el Presidente, en contra de lo que la ley permite y contrario a sus facultades, interviene de manera directa y descarada en las elecciones.
En primer lugar, fuimos testigos de cómo defendió a capa y espada a Félix Salgado Macedonio, ante una cantidad importante de denuncias y pruebas, primero, por delitos de abuso y acoso a un número importante de mujeres, hizo oídos sordos, desdeñó las pruebas y las acusaciones y manifestó que el pueblo es quien debía decidir. Posteriormente, ante la descalificación de su candidato por incumplir las normas electorales, descalificó al INE, lo acusó de corrupto y de favorecer intereses contrarios a su movimiento y terminó aplaudiendo lo que antes tanto criticaba, la imposición de un familiar directo, en este caso, la hija de Salgado, para sustituir la candidatura de su padre.
Posterior a eso, curiosamente en medio del escándalo del terrible accidente de la línea 12 del metro, salió a acusar de fraude y compra de votos al candidato del PRI en Nuevo León y de malversación de fondos al de Movimiento Ciudadano, ambos con clara ventaja sobre su candidata en ese estado.
Las pruebas con que sustenta sus acusaciones son por demás simples, pero aún así, acompañó su acusación con una invitación a la fiscalía para intervenir en el caso, institución que estuvo más que presta para hacerlo.
Adicional a eso, ha estado acusando a diversos actores políticos, que son contrarios a su persona o a su partido e incluso se ha llevado, como en el caso del gobernador de Tamaulipas, a un juicio de desafuero para procesarlo y sacarlo del camino.
El presidente está decidido a mantenerse en el poder absoluto, fortaleciendo y apoyando a sus aliados y desapareciendo a sus adversarios, llámense gobernadores, instituciones, candidatos o actores políticos. El presidente convirtió el espacio de la mañanera en un púlpito desde el cual señala, cual monarca poseedor de la verdad única y absoluta, quienes son dignos y merecedores de la voluntad del pueblo y quiénes son enemigos perversos, indignos, corruptos y ambiciosos de poder.
La verdad recae solo en el, porque el es el único representante genuino del pueblo, nadie más, ni el INE, ni los partidos políticos, ni los medios de comunicación, ni los organismos de la sociedad civil, ni los representantes de gobiernos extranjeros que piensan de manera distinta, nadie de ellos es digno de tener, manifestar o ejercer su punto de vista, la verdad única y absoluta recae en una sola persona, el monarca de palacio, el monarca de las mañaneras.
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