Nacional
Por Milenio
Publicado el domingo, 12 de enero del 2025 a las 10:40
Ciudad de México.- “Si lo viera mi abuela, se vuelve a morir”, dice y suelta una risa pícara. El pequeño altar en casa de la familia Ortega tuvo por 48 años tres veladoras. La matriarca, doña Leticia, lo inauguró en 1978, cuando Karol Wojtyła se convirtió en Juan Pablo II y ella lo hizo su santo mucho antes que la Iglesia católica. Desde entonces, el sumo pontífice tiene una veladora a la derecha del tablón, en este santuario casero instalado en la sala. Comparte una vela con la Virgen de Guadalupe y otra más con Jesucristo. Así fue hasta 2024, cuando Lidia, la nieta, sumó una cuarta veladora: la de Donald Trump.
La adición al altar familiar no es una broma ni herejía. Lidia vive –sobrevive– en un lunar de sangre, Santa Apolonia, en el municipio de Río Bravo, Tamaulipas, un pueblo en la llamada Frontera Chica que es dominado de día y noche por el Cártel del Golfo.
Sus mil 500 habitantes usan los caminos de tierra que abren los “monstruos” –tanques improvisados con blindaje artesanal– conducidos por sicarios tan niños como monaguillos para hacer compras entre balas, duermen arrullados por los “drones explosivos” y rezan todos los días para no ser los próximos desaparecidos del pueblo.
Su comunidad es un aquelarre de demonios sueltos que se hacen llamar Los Escorpiones, Los Metros, Los Ciclones y más, que alguna vez fueron aliados y que hoy están decididos a aniquilarse entre ellos para quedarse con ese territorio que es rico en yacimientos de gas natural y ductos de combustible, además de que es la puerta a la ciudad estadounidense Hidalgo, la entrada a Texas, bastión del Partido Republicano.
A juzgar por los quemados vivos, los cadáveres abandonados en los caminos y las fichas de desapariciones pegadas en los postes, ni Jesucristo ni la Virgen de Guadalupe ni el papa Juan Pablo II dirigen la mirada a Santa Apolonia. Pareciera que han silenciado las oraciones que salen de esta mancha entre Reynosa y Matamoros.
Por eso Lidia, de 31 años, ha dirigido sus súplicas hacia ese hombre de 78 años que millones idolatran como si fuera un santo vivo: el magnate de bienes raíces que ha prometido en su resurrección política acabar con los cárteles que la tienen agobiada, así como al resto de la familia Ortega y sus vecinos.
“ Los cárteles de las drogas han declarado la guerra a Estados Unidos y es tiempo de que Estados Unidos declare la guerra contra éstos […]. Cuando sea presidente será mi política destruir a los cárteles justo como lo hicimos con Estado Islámico y su califato”, aseguró Trump en noviembre del año pasado.
Esa enésima bravata bastó a Lidia para pedir a su familia en la capital del estado, Ciudad Victoria, que le enviaran una calcomanía del republicano para sobreponerla a una veladora de San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles. Desde entonces, mantiene el fuego encendido con la esperanza de que ese propósito se cumpla al costo que sea.
“ Yo sé que es un señor que dice muchas cosas feas, pero si logra acabar con los malos, ¿te imaginas? Todos los días le rezo a Dios para que lo guíe, porque ya me quedó claro que la solución no está aquí”, dice la joven cajera a MILENIO.
“ Por mí, que haga lo que tenga que hacer. Si tiene [que] tirarles una bomba, que Dios lo acompañe”.
Cuando Donald Trump se convierta en el 47º presidente de Estados Unidos tendrá acceso a un “maletín nuclear” que contiene los códigos para autorizar bombardeos devastadores, una milicia con presupuesto de 850 mil millones de dólares –el más alto del mundo– y las insignias para liderar a 1.3 millones de soldados activos, dispuestos a invadir desde Panamá hasta Dinamarca.
Al sentarse en la Oficina Oval, The Donald –como lo llaman sus seguidores–, será el Señor de la Guerra del mundo occidental.
Ese poder destructor podría dirigirse contra México. Trump alardea que él y su equipo ya estudian medidas drásticas para asegurarse de que los cárteles mexicanos sean desmantelados. Todas las opciones, afirma, están sobre la mesa: desde aranceles de 25% hasta bombardeos en el país para destruir instalaciones estratégicas del crimen organizado, como los laboratorios clandestinos.
“ México está gobernado esencialmente por los cárteles. Eso no lo podemos permitir”, machacó este 7 de enero en la misma conferencia de prensa en Palm Beach, Florida, en la que propuso cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América.
Esa es su visión del derecho internacional: México está obligado a garantizar que grupos clandestinos no utilicen su territorio para atacar a los vecinos; si lo permite, Estados Unidos tiene el derecho de tomar una acción directa para eliminar esa amenaza… con o sin aprobación. Like it or not, Mrs. Sheinbaum.
Blandir esa mano dura le ha servido para dar un giro de 180º a su imagen en México. Cuando en junio de 2015 bajó de sus escaleras doradas en la Torre Trump de Nueva York para anunciar su candidatura, se ganó el odio de una región al calificar a los mexicanos de “asesinos”, “violadores” y “narcotraficantes”. Pero nueve años más tarde, al proclamar su segundo triunfo en Florida, la noche del 20 de noviembre de 2024, su discurso incendiario ha despertado la esperanza en millones que antes lo detestaban y ahora lo ven como una oportunidad para que México se sacuda la losa del crimen organizado con ayuda foránea.
Antes aborrecido, hoy representa una extraña ilusión entre los mexicanos más afectados por la violencia, como Lidia y sus vecinos en Santa Apolonia. Le rezan como a un santo sin milagros o un beato con cargos criminales. La evidente contradicción no les molesta. Todos los pecados de Donald Trump se absolverán, si muere en la cruz por un país que no es el suyo y nos libra de todo mal.
Puedes leer el reportaje completo en este enlace.
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