Estando en clase, un estudiante varón se quejaba amargamente de que el pasado mes de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y que los hombres habían asistido a múltiples conferencias y actividades pro mujer, pero que no había ni una conferencia diseñada para hombres que hablara en perspectiva de su género, y se cruzó de brazos en señal de decepción.
Aquello llamó mi atención, por eso en esta ocasión, comparto con ustedes un momento ocurrido en la vida de la historia nacional que me recuerda que también los hombres pasan por momentos cruciales, difíciles y muchas veces terribles, solos.
La historia inicia como diría Gabriel García Márquez, como la crónica de una muerte anunciada, pues a continuación haré la narración de un crimen atroz cometido en contra de un hombre.
Les diré además que la historia, es sobre dos hermanos que discuten muy acaloradamente, uno le dice al otro:
-Te digo que la cosa va mal, ese en quien confías, como Judas te ha vendido a los yankees, lo único que veo son las señales de un golpe en tu contra hermano.
Y es aquí, donde el relato se sitúa en el espacio-tiempo denominado La Decena Trágica, por lo cual, los dos hermanos resultan ser nada más y nada menos que Francisco I. Madero y Gustavo Adolfo Madero González.
La famosa decena, son esos poco más de 10 días en los que la capital mexicana se cubrió de sangre con el Golpe de Estado que diera Victoriano Huerta al Maderismo, lo que a la postre detonaría el levantamiento armado de Venustiano Carranza, tras la firma del Plan de Guadalupe como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.
Pero fue hasta que investigue a fondo sobre la Revolución que encontré este pasaje tan sensible de un hombre en desgracia que se encontró en el lugar y momento equivocado; esto fue así porque, para el año 1913 había sido designado embajador de México en Japón, no obstante, ante su futuro se interpondría el destino cruel que lo arrastró hacia la trágica decena en la que los 3 generales y Huerta, se sublevaban contra su hermano Francisco.
Este último, no había hecho caso de las múltiples ocasiones en las que Gustavo le advirtió sobre el peligro en el que se encontraba, por el contrario, lo había orillado a hacer las paces con el traidor y para el 18 de febrero de 1913 se encontraba almorzando en el restaurante “Gambrinus” con el usurpador de Huerta, quien ordenaría su captura en ese lugar, y su traslado al cuartel militar conocido como La Ciudadela.
Ese día a la media noche ya había sido condenado a muerte y era llevado a otro departamento de la Ciudadela, pero el grupo de soldados que lo trasladaba, en un punto intermedio del trayecto, en medio del patio empezaron a injuriarlo, a golpearlo con los puños, cual manada de lobos entre burlas y blasfemias, lo torturaron hasta que cayó al suelo con el rostro ensangrentado sin poder hacer nada más que retorcerse de dolor, desorientado e impotente.
Tan brutal fue la arremetida que, ch0rreando de sangre con el rostro ya descompuesto y sus ropas desagarradas, este hombre con su orgullo mancillado, suplicaba por su vida con la imagen de sus hijos, su esposa, su hermano y su madre en el alma, se aferraba a este mundo con su último recurso, la voluntad de sobrevivir.
Simultáneamente, Malgarejo con su bayoneta le sacó el único ojo que tenía, profiriendo un doloroso grito de terror y de desesperación, ciego Don Gustavo cual animal herido hundido en un alarido espantoso, enloquecido de dolor se encogió con violencia y luego quedó mudo; con más de 20 bocas de fusiles descargaron los proyectiles sus cobardes victimarios, al final uno se acercó y le propinó al cadáver el famoso tiro de gracia.
Por si esto fuera poco, luego lo mutilaron de lugares impensables, cubriendo con tierra y estiércol sus 37 heridas, abandonando el cadáver hasta el amanecer, fue enterrado al día siguiente ahí en el patio.
En la actualidad, una delegación de la Ciudad de México lleva el nombre del ilustre Gustavo A. Madero, este hombre, padre, esposo, hijo y hermano, que atravesó el terrible martirio que acaban de atestiguar.
Por ello, mi respeto y profunda admiración a un mártir, que sacrificó su vida por su familia y el futuro del Estado Mexicano, que me hace reflexionar que no solo las mujeres pasan por circunstancias adversas.
Lo hombres a menudo se ven frente a situaciones peligrosas o de riesgos, sin embargo socialmente no les es permitido tener miedo, ni mucho menos llorar, por el señalamiento público o ridiculización de su imagen ante una muestra de flaqueza.
El hombre ha sido criado generalmente en nuestra sociedad mexicana a no mostrar sus emociones si estas evidencian debilidad, pues ocurre su ridiculización inmediata; pero ellos también teme, sufren, sienten y igualmente golpeados por su entorno.
Como mujeres no nos ceguemos ante sus dificultades, sus logros, reconozcamos todo aquello que hacen bien y apoyémoslos cuando pasen por momentos difíciles, mostrémosles que no están solos y que son profundamente amados.
Más sobre esta sección Más en Coahuila