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Publicado el martes, 20 de mayo del 2014 a las 14:00
El juglar de Saltillo
El cantautor ya tiene su primer disco y recuerda sus inicios de su carrera artística
Por Eugenia Flores Soria| Jordi Sifuentes
“Esto es mi medicina, mi religión, mi pasatiempo”, dice Arturo Marines sobre su vocación artística: la composición de canciones. El camino ha sido largo, pero el aprendizaje lo ha valido. La creación es para él algo mucho más espiritual y profundo. Está seguro que después de cantar frente a un público, de dejar la guitarra a un lado y dirigirse a la gente, es ya una mejor persona. A eso podría llamarle el “éxito puro”, no a los reflectores o al dinero, sino a la catarsis, a la liberación, al encuentro con sí mismo y los demás.
Su relación con la música es quizá algo que tuvo desde siempre. Pero fue la vida quien lo condujo por lugares inesperados que lo cambiaron radicalmente. Ahora tiene su primer disco y muchísimos recuerdos de sus giras en grupo y de su vida como ejecutante de danzas rituales en el sur del país, una experiencia que fue trascendental.
“Yo tuve una infancia color de rosa, hermosísima, y cuando empiezan mis preguntas, en mi adolescencia, empiezo a vivir muchas tragedias”, relata Arturo sobre los motivos que lo llevaron a hacer uso de su creatividad y su talento artístico. “Primero perdí a mi padre, luego la pérdida de mi hermano y de mi madre en muy poquito tiempo. Entonces me agarro de esto (la música)”, comenta.
Con el paso de los años, el cantante descubrió que las canciones eran un puente para atravesar los desfiladeros que se le presentaban. “Mis canciones de todo ese tiempo hablan positivamente y me ubico a mí mismo como alguien positivo que puede seguir adelante a pesar de los pesares”, detalla convencido.
FUERA ETIQUETAS
Desde los inicios de su carrera, Arturo ha huido de las etiquetas de la música. Decían que tocaba trova, rock, canto nuevo, pero él sostiene que todo es una “mezcolanza” de ritmos y géneros. “De la cumbia más arrabalera hasta cuestiones más finas”, explica con humor.
“Tuve una primera etapa que fue de búsqueda, bueno, la búsqueda no se acaba. Hubo que hacer canciones chuecas o incompletas para lograr hacer la primera buena”, relata el cantautor. “Me han dicho que tengo mucho talento pero no, yo conozco gente talentosa, lo mío es terquedad”, afirma.
En estos inicios, Marines conoció a otros jóvenes con su misma inquietud y se reunía con ellos para cantar e intercambiar ideas. Entonces, un día, llegó “por chiripada” a una audición para recitales que ofrecía la SEP, donde fue aceptado y se unió a la intensa gira musical. Esa experiencia lo enriqueció muchísimo y fue cuando conoció a sus amigos con los que posteriormente formaría el grupo Bola Cuadrada, integrado por Daniel Arizpe, Manuel Samaniego “El Show Bananas” (actualmente “El Hombre Electrónico”) y Gustavo Morales.
TROTAMUNDOS
El proyecto nació un 3 de mayo de 1991 y terminó justamente el mismo día, pero de 1992. En ese año dieron más de 100 conciertos pagados y llegaron a todos los rincones del estado. La peculiar banda llamó poderosamente la atención porque los integrantes eran de edad y nivel socioeconómico dispar, además cada uno tenía su atuendo propio y, a diferencia de la mayoría de los grupos de ese tiempo, no se uniformaban.
“Cuando nos deshicimos me quedé con el nombre y empecé a hacer música con instrumentos prehispánicos, empezamos a montar algunos espectáculos de música y poesía para obras de teatro dirigidas por Jesús Valdés y se acabó”, relató Arturo sobre ese periodo de su vida.
En aquellos años, recuerda el cantante, “si eras de Saltillo, eras de Saltillo” y con eso te quedabas. Si no había dinero para viajar o comprar discos, no se tenía acceso a otro tipo de producciones artísticas. “Yo conocía la Rondalla de Saltillo y las cientos de variedades que había de rondallas, a José José, lo que oía en el radio y párale de contar. Yo no sabía todas las cuestiones que se estaban dando, que aunque no las conocía, ya traía la inquietud de la fusión porque en aquel entonces apenas se empezaban a manejar las fusiones”, detalla Marines sobre su experimentación con la música.
En ese momento él quiso saber más y decidió irse al Distrito Federal en un viaje que originalmente duraría unos meses que después se convirtieron en años. La experiencia fue maravillosa. “Llegué a Coyoacán donde está la efervescencia de todas las artes, gente de todo el mundo con las ideologías más locas que te puedas imaginar. Para mí fue encantador, montones de músicos callejeros con una calidad extraordinaria, allá fue como echarme un clavado a toda la universidad del arte. Conocí teatros, danzantes, pintores, y de todo, había unas pláticas muy interesantes. Allá me rolé”, platica Arturo.
RITUAL DE SU VIDA
Cuando se fue de su ciudad natal, el músico tuvo la oportunidad de cumplir uno de sus sueños: integrarse a un grupo de danza ritual. En Saltillo siempre quiso ser matachín porque desde niño intuía que en la danza había “mucha más magia de la que puede apreciar la gente”.
“Estaba muy de moda la mexicanidad, yo la traía desde antes, pero para muchos era algo así como snob, decían ‘voy a ir hacia estas tendencias porque es lo de hoy’. No, yo lo traía como esencia. Llegué al Zócalo de la Ciudad de México a una danza azteca. Entro al grupo y me apego, hasta cierto punto la música pasó a un segundo término. Viajan mucho estos danzantes, porque se va haciendo una red de compromisos. Esta es la zona donde existe la danza. Acá los matachines son 10 o 15 y esos van y danzan, jamás se mezclan con otros, acá sí, nos invitan a un pueblo de San Luis, vamos y allá se hace un círculo con todos los que llegan, hasta 300 tuvimos la experiencia de danzar juntos”, señala.
Los danzantes se van de ride, todo es bajo la protección de la divina providencia. “El canto es una oración, una armonizar y eso es la danza, una oración con todo el cuerpo y si vamos a cuestiones muy específicas y contundentes, la danza ritual es una meditación en movimiento”, expresa.
NUEVA AVENTURA
Una vida tan agitada termina por cansar. Esto le sucedió a Arturo, quien sintió que debía sentar cabeza y tomar un respiro. Había cantado en muchísimos lugares, incluso realizó un trío musical con Jorge Reyes de Chac Mool, pero ahora llegaba el tiempo de reflexionar. Así que regresó a Saltillo y “le entró el amor”. “Empecé a tener la necesidad de un hogar, casarme, porque yo vivía donde me agarraba la noche, después de un tiempo es ingrato andar de nómada, se empezaron a conjugar varias cosas y dejé la música porque tuve una ausencia creativa, yo ya no podía componer, no quería seguir repitiendo, se me hacía indigno seguir repite y repite lo mismo”, recuerda. Así pasaron 12 años hasta de pronto poco a poco regresó a la guitarra y compuso de nuevo.
Ahora tiene su producción discográfica “Crónicas” que incluye canciones inspiradas en lugares y personajes de esta ciudad, así como de otros temas personales. “Adrián Rodríguez”, “El Callejón del Diablo”, “La Leyenda de Zapalinamé” entre otros títulos narran momentos importantes y también curiosos de la capital coahuilense. Por eso Arturo cumple perfectamente con el epíteto que acuña la poeta Claudia Luna en uno de los comentarios del cuadernillo del disco, Arturo Marines es “el Juglar de Saltillo”, pues en su música está presente el espíritu de las calles y de la gente que por ellas transita.
ESCÚCHALO
El cantautor estará en la Feria Internacional del Libro en Arteaga el sábado 24 de mayo a las 16:00 horas con un espectáculo titulado “Octavio Paz y Otros Poemas”.
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